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La niñera de Podemos

Entrevistan en La Sexta a la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena. Una entrevista light, a las doce de la noche, que saca de sus casillas a la caverna: “El presentador de laSexta no tiene ninguna vergüenza. Por eso complementa las mentiras de Carmena con celo servil”, escribe el columnista de ABC Hermann Tersch en las redes sociales. “Iñaki López, la niñera de Podemos, le hace un masaje en toda regla a Manuela Carmena”, titula a todo trapo Periodista digital, el fanzine en la red de Alfonso Rojo.

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Carmena tiene todos los ingredientes para desquiciar a ultras sin escrúpulos: serenidad, educación, paciencia, experiencia, buenas intenciones, modestia… Carmena contesta a los insultos de la rabiosa Esperanza Aguirre con una bandeja de magdalenas, para desayunar juntas. “Necesitamos lo que une, no lo que separa. Una actitud de sumar, no de restar”, dice. Buen rollo. Eso es lo que transmite, una sensación de normalidad apabullante, que desmonta a quienes han tomado partido, a quienes viven la política como una batalla, a quienes han convertido el periodismo en un esperpento.

Le preguntan a Carmena por la agresividad de sus rivales. Ella habla de la necesidad de escuchar, de no caricaturizar las ideas nuevas, de la obligación que tiene la política de refrescarse. Y recuerda a los espectadores la teatralidad de la actitud de los políticos, capaces de insultarse ante las cámaras una noche y desayunar juntos unas magdalenas al día siguiente. ¿Es esa imagen de acritud, de diferencia irreconciliable, de exabrupto permanente, la que deben transmitir a la sociedad? Quizá la ausencia de ideas, de talento, de capacidad política, les obliga a vivir en el enfrentamiento.

Iñaki López no es la niñera de Podemos. Es solo un periodista que da la cara en un programa absurdo, capaz de incluir a Marhuenda e Inda en plantilla y al tiempo presumir de periodismo. Un programa que depende no de la calidad de la información que suministra, sino de la audiencia que consigue. Un programa que aprieta pero que no ahoga, que quiere seguir teniendo invitados, que se desarma en pedazos ante la sencillez ilustrada de una alcaldesa lista y entrañable: “Pues sabes lo que te digo, que yo no voy a jugar a la porrilla esa…”, respondió Carmena a Iñaki cuando este le pidió unos resultados para el 20-N.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Tristeza de la tierra

Autor: Éric Vullard.

Editorial: Errata Naturae.

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Este libro, protagonista de premios tan importantes como el Goncourt 2014 (finalista) o el Joseph Kessel 2015, habla de la decadencia de una leyenda. Y del desprecio absoluto al pueblo indio. La leyenda es William Frederick Cody, más conocido como Buffalo Bill, soldado estadounidense, masacrador de bisontes y, en el final de su vida, grotesca estrella de su propio espectáculo circense: el Buffalo Bill’s Wild West Show, una atracción que estuvo de gira durante más de veinte años y que a finales del siglo XIX convirtió a la compañía de Bill en la más célebre del mundo.

Decenas de caballos y cientos de personas formaban parte del negocio de Buffalo Bill. Un circo que crecía y buscaba reflejar toda la rudeza salvaje del Oeste norteamericano, indios incluidos: “Los pieles rojas estaban considerados como los desechos del mundo antiguo, y la consigna por entonces era que debían integrarse, escribe Vuillard. “Y así comienza el espectáculo. Un indio aparece en la pista: es el vencedor de Little Big Horn. Luce su traje más hermoso. Ladies and gentlemans, permítanme que les presente al gran jefe indio…”. Se trata del anciano jefe indio Toro Sentado, que ha llegado a un acuerdo para sumarse a la compañía a cambio de 50 dólares semanales, más un adelanto, dietas, todos los gastos pagados y el derecho exclusivo a vender sus fotografías y disponer de sus autógrafos.

Buffalo Bill envejece y enloquece: “Se cuenta que tras haber actuado decenas de veces en la representación de la batalla de Little Big Horn, al término de su vida creía de veras haber participado en ella. Por exigencias del espectáculo se había llegado incluso a modificar el desenlace de dicha batalla, dado que el público prefería un happy end.

Donde no hubo final feliz fue en la masacre, que no batalla, de Wounded Knee, en Dakota del Sur. El 28 de diciembre de 1890 un destacamento del 7º de caballería interceptó y escoltó a un grupo de indios hasta el arroyo de Wounded Knee. Un malentendido provocó un tiroteo, y los soldados dispararon indiscriminadamente sus ametralladoras Hotchkiss. “Apilaron a ochenta y cuatro hombres, cuarenta y cuatro mujeres, y dieciocho niños. Primero una fila que recubrieron con mantas viejas, luego otra hilera en sentido contrario; y así sucesivamente”.

Buffalo Bill contrató a los supervivientes y los integró en su circo: “Ya sea en Estrasburgo o en Illinois, los supervivientes de la masacre interpretarán una y otra vez la versión soft de Wounded Knee. Una versión en la que los indios y el 7º Regimiento de Caballería se enfrentan heroicamente y de la cual el ejército americano sale victorioso”. Una versión chusca de la realidad, “buffalo-billesca”, que será representada durante más de un año por toda europa.

El autor de “Tristeza de la tierra”, acertadamente subtitulado “La otra historia de Buffalo Bill”, habla del origen del reality show: “impele a los últimos actores del drama a una amnesia sin retorno”. Los indios no solo han sido masacrados, sino que se les condena a revivir eternamente su derrota.

Un libro estremecedor y emocionante, que golpea en las entrañas con un lenguaje directo que en ocasiones recuerda al Cormac Maccarthy de la trilogía de la frontera. Una gran historia, conocida en parte y enriquecida con detalles tan terribles como la compra de una niña india. Un libro imprescindible, que pide a gritos releer “Enterrad mi corazón en Wounded Knee”, el clásico de Dee Brown, y recuperar la maravillosa colección que dedicó al pueblo indio el editor José j. de Olañeta, con grandes títulos de Edward S. Curtis o biografías tan necesarias como “Toro sentado, el último indio”, de Bernard Dubant.