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MasterChof

La primera cadena de la televisión pública estrenó anoche “MasterChef”, un programa concurso en el que 15 aspirantes a cocinero de postín se enfrentarán en dura competición durante 13 semanas. Los creativos de TVE se ganan su sueldo, no cabe duda: “MasterChef” es una franquicia, como el Mac Donalds (mal comparado). Creado por la BBC, este show televisivo se ha producido en 40 países y se ha emitido en 200. En España será Shine Iberia, la productora británica independiente más importante (grupo Murdoch), quien coproducirá “MasterChef” junto a TVE. Un trabajo mixto que se termina de enredar con dos patrocinios “culturales” (¿culturales?), El Corte Inglés y Bosch, capaces de poner en entredicho la famosa ley de financiación de la televisión pública. Televisión sin publicidad, recuerde…

Pero vivimos en la España de Bárcenas, los Pujol, Juan Carlos y Urdangarín, la familia de Jesús Posada y compañía. No nos despistemos con tonterías de financiaciones y centrémonos en los fogones. En esos fogones pijos y exquisitos que quieren vendernos. Nada de lentejas con chorizo y otras vulgaridades. Si hay huevos fritos, que lo sean a baja temperatura y cubiertos con láminas de trufa blanca. Lo contrario, para que usted me entienda, de “Pesadilla en la cocina”, el programa de sartenes guarras y cocineros pringosos que emite La Sexta.

Es bien sabido que España es un país de contrastes, y que en la misma pantalla donde hace días triunfó Chicote, con sus tupper mugrientos y sus chefs repugnantes, hoy triunfarán los hijos putativos de Ferrán Adriá y sus exquisitas deconstrucciones. De la dirty pocilga al talent show. Del garito grasiento, con ratas como leopardos, hemos pasado a un gran plató de 2.000 metros cuadrados con última tecnología dividido en cuatro áreas: cocina, supermercado, restaurante y zona de relax.

En TVE presumen de escenario, y de las 9.000 inscripciones iniciales de ciudadanos-cocinillas que pretendían concursar. De todos ellos, solo 1.000 pasaron las pruebas presenciales. La siguiente criba dejó en 500 el número de participantes. Finalmente, los elegidos para la fase final, ya en plató, serán quince. El ganador, además de recibir un premio en metálico de 100.000 euros y poder publicar su propio libro de recetas, será nombrado primer MasterChef de España, lo cual no es moco de pavo.

La primera hora del programa está dedicada a los castings. Un proceso largo y tedioso que resulta calcado al resto de programas del mismo pelaje. Lo que son los talent show. Donde usted vió un aspirante a cantante, a bailarín, a acróbata o a saltador de trampolín, ponga ahora un aspirante a cocinero. La misma parafernalia, los mismos jueces bordes, la misma tensión impostada. El mismo coñazo.

Los elegidos para la gloria son convocados en un supermercado de ensueño. “Nunca había visto tanto de todo”, lloriquea un chef novato. “Habeis pisado territorio sagrado”, dice uno de los coach. “Aqui expresareis la pasion que sentís por la cocina”, asegura el segundo. “Al final, solo sobrevivirá uno de vosotros”, sentencia de manera un tanto dramática el tercero. Y se enfrentan al primer reto: “¡Aspirantes, preparaos para la guerra!”. Dar de comer a 150 soldados.

Los tanques destrozan con sus orugas el pasto de una dehesa. Soldados, jurados y presentadora (Eva González), disfrazados de camuflaje, hacen el canelo entre las encinas de la Base General Menacho de Badajoz. “Son nuestros soldados, arriesgan sus vidas, y debéis hacerles la comida que merecen”, ladra un coach. Se crean equipos, surgen los primeros conflictos, brotan las primera lágrimas, la primera concursante eliminada… No importa, porque sobre todas las cosas estos tipos de la tele son solidarios: “En Masterchef no se tira nada. Todo lo que no utiliceis será destinado a Cáritas”.

Una versión cocinillas de los puñeteros talent show que llevamos años soportando. Y poco más.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Limónov

Autor: Emmanuel Carrère.

Editorial: Anagrama.

Cuando terminé “El adversario”, anterior título de Carrère publicado por Anagrama, supe que a partir de entonces no me perdería ninguno de sus nuevos libros. Y es que “El adversario” es acojonante, en muchos sentidos. No hubiese hecho falta, por tanto, que este “Limónov” viniese avalado por prestigiosos premios franceses. Todos merecidos.

Carrère cuenta la vida de Eduard Limónov, un revolucionario aventurero ruso, escritor maldito y político extravagante, que vivió varias vidas. Poeta, vagabundo, antisocial, anarquista, fascista, ególatra… Con la excusa de seguir los pasos a Limónov, el novelista francés repasa el último medio siglo de la historia de Rusia, una de sus pasiones. Un curso de historia reciente, mucho más interesante que la propia vida del personaje que da título al libro.

Las peripecias de Limónov comienzan el 2 de febrero de 1943, “veinte días antes de que capitule el sexto ejército del Reich”. Nace el protagonista, un hijo de la victoria, en un mundo de esclavos. Ucrania. “A falta de cuna, una caja de obuses”, y en lugar de chupete un arenque seco. Nuestro hombre se somete a un proceso de formación austero, el que puede proporcionarle la época y el lugar que le ha tocado vivir. Quiere ser “el rey del crimen, no un segundo espada”, y para conseguirlo sale con dirección a Moscú en 1967.

Con un abrigo ligero, “de piel de pescado”, y su cuaderno de poemas en el bolsillo, Limónov se fabrica su propio personaje. Fiestas underground, litros de alcohol, novias tan hermosas como conflictivas… Limónov y Alexander Solzhenitsyn abandonan su país en la primavera del 74, el primero con destino a Nueva York. El segundo anunció que cuando se empezase a decir la verdad, todo se derrumbaría. Un visionario.

El sueño americano le estalla a Limónov en la cara. La miseria, la soledad, el abandono… Curtido en los callejones de Nueva York, entre fiestas con la crème y resacas  brutales, dispuesto a dinamitar el mundo, escribiendo a trompicones y viviendo a golpes, viaja a Paris, regresa a Moscú, prueba suerte en Sarajevo, en la República Serbia de Krajina, en las estepas de Altaí

“Limónov “ es la descripción de una vida intensísima, de un viaje a través de la historia, de la formación de un revolucionario que pensaba, con su peculiar filosofía vital, que “matar a un hombre cuerpo a cuerpo es como que te den por el culo: algo que se debe probar como mínimo una vez”.