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El Hortelano

Le gustaban los animales salvajes y los urbanos, los instrumentos ópticos y la ropa de montaña, los gorriones y las hormigas, la etología, el campo y el sushi. Por eso casi siempre nos encontrábamos en el Japo Talego, el mejor restaurante madrileño de comida japonesa sin tonterías. Hablaba por los codos mientras se zampaba el menú de sashimi. A veces escuchaba. Casi siempre contaba historias, preguntaba por destinos exóticos y no dejaba de abrir los ojos con asombro. Era un tipo que se entusiasmaba con facilidad, y eso me gustaba muchísimo.

Hortelano

Nos conocimos hace muchos años en un garito que se llamaba, con toda la razón, Mala Fama. Yo fui con Alix, y él estaba acodado en la barra con Ceeseppe. Hablamos de cosas que no recuerdo, pero imagino que sería de portadas de discos: pidió una al disc jockey, la rajó con una navaja (en el Mala Fama no tuvo problemas para conseguir una bien afilada), le dio la vuelta y dibujó una carátula nueva para un disco imaginario de una banda sin nombre. Me regaló esa funda sin vinilo, y en uno de los momentos más patéticos de mi vida la olvidé en el bar. O la perdí en el siguiente tugurio.

Años después le pedí unas pinturas para un libro sobre medio ambiente que me habían encargado, y me ofreció unas manos que se convertían en pájaros azules. Magia. Tenía periquitos sueltos por casa, y con solo cruzar la calle se sumergía en la jungla de El Retiro, donde conocía a los gorriones por su nombre. Estuvimos viendo osos en el mismo lugar de Finlandia, observando quebrantahuesos desde la misma cumbre del Himalaya, admirando elefantes desde la misma llanura africana. Y me lo recordaba cada vez que nos encontrábamos con una maravillosa emoción infantil: “¡Que fuerte tío, en el mismo sitio!”.

Creo que la última vez que le ví estaba con su hermana. La anterior me dijo que tenía que comprarme una cosa sin falta, de manera urgente, y sacó de la mochila una bolsa con un pequeño tubo. Un microscopio portátil Leica. ¿Y yo para qué quiero un microscopio portátil? “Pues para ver bien las hormigas, que son la hostia”.

Pepe me recomendó uno de los mejores libros de viajes que he leído en mi vida, “El corazón del mundo”, de Ian baker. Una expedición al último lugar secreto. Una tierra prometida, oculta y misteriosa, que linda con el cielo y a la que no acuden los hombres comunes. Sin salir de Tibet yo le hable de “El leopardo de las nieves”, con Peter Matthiessen buscando explicaciones a la pérdida de su esposa en las páginas de “El libro de los muertos”.

Pepe adoraba los viajes: Sabía que es un hombre quien sale y otro quien regresa. Y es que, como dijo el historiador británico Simon Schama, siempre hay dos clases de Arcadia: la escabrosa y la pulida; la oscura y la luminosa; la de los lugares bucólicos y la del pánico primigenio… Lo idílico, en fin, tanto como lo salvaje.

Disfruta de esta última aventura, amigo.