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El Culebrín

Escribo desde El Culebrín sobre el culebrón. La noticia es el culebrón, pero mi debilidad es El Culebrín. El culebrón, también conocido como seriado, teleserie o teleromance es esa novela televisada de origen latino que consta de un interminable número de episodios a lo largo de los cuales se suceden infinidad de relaciones sentimentales de amor, celos, odio y venganza entre decenas de personajes de nombres compuestos. Un asco. El Culebrín es un matadero, fábrica de embutidos y mesón-restaurante de un pueblo de Badajoz llamado Monesterio. Una bendición. El culebrón viene de Cuba y en algo más de medio siglo ha extendido sus horteradas por medio mundo. El Culebrín se asienta en la N-630, kilómetro 730,5, y tiene un radio de acción del tamaño del despiece de un gorrino. En el culebrón los protagonistas se llaman Manuel Alberto, Raimundo Rainiero o Nélida Elizabeth. En El Culebrín reinan el jamón de bellota, el lomo, la morcilla y el salchichón. El culebrón es repetitivo, aburrido y hasta vomitivo: embrutece. El Culebrín es jugoso, sabroso y sano: enriquece.

Les cuento todo esto porque mientras me meto entre pecho y espalda un secreto a plancha con una copa de vino de Toro, en El Culebrín, leo que La Sexta anuncia que, a partir del próximo 4 de julio (san Valentín de Berriocha, obispo y mártir, y santa Isabel de Portugal), su segundo canal se dedicará por entero a la telenovela. Lo que viene siendo el culebrón. Malas noticias para la televisión española, que es tanto como decir para los españoles.

Las cadenas de televisión son, me gusta recordárselo, concesiones del Estado. La Sexta 2 nació para, según Juan Ruíz de Gauna, director general de la cadena, “acercarse a la realidad española con un carácter pionero”. Querían dedicarse a la telerealidad con programas como “Hoy cocinas tú”, “Bares, qué lugares” y “Vidas anónimas”. La auténtica telerealidad fue el rácano 0,6% que tenían de audiencia, la telerealidad pura y dura. Motivo suficiente para que la Sexta cambie de línea editorial, olvide la calidad, la progresía y demás zarandajas, y se entregue a los más esperpénticos, interminables y zarrapastrosos viborones.

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Un motivo para NO ver la televisión

Clarence me mata

Mi amigo Paco me dice que la referencia a la muerte de Clarence Clemons, saxofonista de la E Street Band, le supo a poco. A poco para un blog tan springsteeniano como éste. Esquivé el tema de manera un tanto superficial porque, sinceramente, no tenía ganas de dar por cerrada una etapa de mi vida. La muerte de Clarence me mata, porque mata a la E Street Band, la banda de rock and roll que me acompaña desde cuando, allá por 1975, escuché por primera vez “Born to Run”.


Años después, en abril del 88, Barbara Carr, manager de Springsteen, me presentó a Clarence en el Nassau Coliseum de Long Island, justo antes de un concierto de la gira de “Tunnel of Love”. Creo recordar que la fotografía que ilustra este post pertenece a ese día. En el pasillo a camerinos Clarence resultaba enorme, tanto física como mentalmente. Todos buscaban a Bruce de reojo, pero luego terminaban chocando la mano con Clarence, provocando una de sus bromas, buscando una de sus inolvidables carcajadas. Clarence tenía una sonrisa descomunal, unas manos gigantescas, y era tan divertido como para calentar al resto de la banda aullando consignas rocanroleras tronchantes. Todos le querían con locura.

La muerte de Clarence acaba con la E Street Band. Ya nada será igual. Todo el espíritu del grupo de rock más grande sobre la tierra se resumía en el beso entre Bruce y Clarence que supone el éxtasis del “Thunder Road” de 1985 (5:55 en el vídeo de arriba). Un beso sublime que reflejaba la sincronía perfecta entre el talento y el músculo, entre el ritmo y el blues, entre el blanco y el negro. La muerte de Clarence deja a la E Street Band sin saxo, sin sonrisas, sin alma. Sin esa capacidad para elevar las canciones desde las nubes, donde las dejaban sus compañeros, hasta el mismísimo cielo. El final de este Thunder Road de 1979 habla de toda esa desolación…

Acaba de marcharse y ya le echamos tanto de menos…