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Un mundo raro

“Les diré que llegué de un mundo raro / que no sé del dolor, que triunfé en el amor / y que nunca he llorado” José Alfredo Jiménez.

Tengo serias dudas sobre cuál es la imagen del día. Por un lado está la de Leti, nuestra Leti, luciendo con desparpajo un regalo de Franco en la mollera. Me explico: Para la cena de despedida de la reina Beatriz de Holanda, la ex presentadora de televisión se calzó en la calabaza un artefacto que el dictador le había regalado a la reina Sofía allá por 1962. Lo llaman tiara floral, pero es una especie de antena parabólica de oro y plata, con diamantes, con la que Letizia se ha tirado el pisto ante la crème de la realeza mundial. Pero lo que me resulta más sorprendente no es la diadema en sí, una de esas joyas que Doña Carmen Polo, la collares, compraba a excelentes precios. Lo que me maravilla es lo bien que se ha adaptado Letizia a su condición de princesa.

Viéndola pasear entre la nobleza, tan seria y tan estirada, con tanta tiara y tanta hostia, nadie diría que hasta hace cuatro días era tan plebeya como usted y tenía una sangre tan roja como la mía. ¿Cuándo coño se ha hecho la transfusión? La periodista parece que se ha acostumbrado de maravilla a su rol monárquico, y que se siente muy cómoda interpretando el papel de princesa entre su nueva familia, los humanos de sangre azul. Parece que lleva toda la vida llevando peinetas regaladas por Franco…

La fotografía de Letizia es magnífica, ¿verdad? Pues la de los hermanos Roca saltando sobre una cama de un hotel londinense, portada de El País, no se queda atrás. Pese a la funda de móvil con los colores de la senyera que se le escapa del bolsillo del pantalón a  uno de los hermanos, supone la imagen de un gran éxito español: El Celler de Can Roca, número uno de la cocina mundial. La cima de la restauración, la Meca de los fogones, la cumbre del papeo. La noticia, recogida por todos los medios, coincide con otro gran éxito gastronómico de nuestro país: La Junta de Andalucía está a punto de aprobar un decreto para luchar contra la exclusión social que garantiza que todos los escolares tengan derecho a tres comidas diarias.

Los chavales no comerán mousse de aceituna gordal picante con buñuelo de aceituna negra, besugo del Cabo de Creus a la brasa con una salsa cítrica de naranja sanguina o ventresca de cordero al humo de brasa de encina con berenjena blanca, regaliz y café, algunos de los platos estrella del restaurante de Girona. Ni falta que les hace. Los niños comerán arroz a la cubana, filetes de pollo y fruta del día. Y tan contentos.

Tan contentos sobre todo porque más de dos millones de niños viven en hogares pobres en España.

No busque en el post de hoy la más mínima crítica a El Celler de Can Roca, un restaurante que hace su trabajo de maravilla y no tiene nada que ver con las necesidades de buena parte de los españoles. Todo lo contrario. El post de hoy habla, como indica su título, de “Un mundo raro”, de las contradicciones con las que nos encuentramos cada mañana. De lo pasmado que se queda el observador cuando contempla cómo, sin necesidad de sapos o varitas mágicas, las periodistas se convierten en princesas. De lo estrambótica que resulta la coexistencia pacífica de restaurantes con menús de 165 euros, vinos aparte, con niños que pasan hambre. De lo difícil que es entender este puñetero mundo.

Un motivo para NO ver la televisión

Hacía la sobriedad feliz.

Autor: Pierre Rabhi.

Editorial: Errata Naturae.

Leyendo estos días los detalles sobre la tragedia de Bangladesh, en la que un edificio de tres plantas, reconvertido en fábrica textil de cinco se ha derrumbado, dejando centenares de muertos y desaparecidos, recordaba algunas de las reflexiones de Pierre Rabhi. El escritor, agricultor y filósofo francés de origen argelino analiza en varias ocasiones uno de los grandes males de la humanidad: la codicia. Y propone numerosas formas, tanto individuales como colectivas, para contribuir a un desarrollo justo, no agresivo y respetuoso tanto con las personas como con los recursos naturales.

“Hacia la sobriedad feliz” es un manual para la vida sencilla. Con consejos, por supuesto, pero también recorriendo de manera racional el camino del hombre hacia la miseria económica y moral: “La modernidad, en su principio primero y en sus intenciones originales, habría podido, basándose en la Revolución industrial, ser una gran oportunidad para la humanidad. Pero cometió un error fatal, cuyas desastrosas consecuencias comenzamos a percibir ahora con la gran crisis: subordinó el destino colectivo, la belleza y la nobleza del planeta Tierra en su globalidad a la vulgaridad de las finanzas. Desde entonces, la suerte está echada. Todo lo que no tiene precio no tiene valor”.

Vivimos en “la era del trabajo como razón de ser”. Rabhi lo explica al comienzo del libro con una historia terrible, la del equilibrio de su pueblo, y de su familia, destrozado por la llegada de una mina que se suponía mejoraría sus vidas. Les roban el tiempo, y con él, el alma. Dejan de trabajar para vivir y comienzan a vivir para trabajar. ¿Le suena?

Frente al capitalismo salvaje, que parece condenado al fracaso, el autor apuesta por la sobriedad y el arte de vivir, de compartir, de sonreír. Austeridad frente a derroche. Naturaleza frente a complejidad económica. “Frente al “cada vez más” indefinido que arruina el planeta en beneficio de una minoría, la sobriedad es una elección consciente inspirada por la razón. Es un arte y una ética de vida, fuente de satisfacción y de bienestar profundo. Representa un posicionamiento político y un acto de resistencia en favor de la tierra, del reparto y de la igualdad“.

Una guía magnífica para vivir en armonía. Con uno mismo y con todo aquello que nos rodea. El regreso al control de nuestras vidas, a la calma, al campo…