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Fuego en la montaña

Un motivo para NO ver la televisión

Fuego en la montaña.

Autor: Edward Abbey.

Editorial: Errata Natura.

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El nuevo título de la colección “Libros Salvajes” de Errata Naturae es una novela a medio camino entre la ecología, la resistencia y la iniciación. Billy tiene doce años, y cada verano abandona la ciudad, cruza Estados Unidos y vive unos meses en el rancho que su abuelo tiene en Nuevo México. El chico está encantado con la vida vaquera, con la sencillez y la aspereza de la tierra, con los amigos de su abuelo, auténticos hombres de campo. La cosa se tuerce cuando la Fuerza Aérea inicia los trámites para expropiar el rancho y sus pastos, que pasarían a formar parte de un campo de pruebas de misiles. Los vecinos venden y se marchan, pero el abuelo se niega a abandonar de ninguna manera, bajo ninguna presión, el lugar donde tiene su hogar, donde murieron sus padres y su mujer, donde se ha convertido en el hombre que es.

“- No quiero el dinero de mierda del Estado. Lo único que quiero es que me dejen tranquilo, que me permitan trabajar el rancho en paz, morir aquí y dejárselo a mi heredero.

- ¿Tu heredero?

- Mi heredero.

- ¿Qué heredero, John?… Te estás volviendo a engañar a ti mismo. ¿Qué heredero?…

- Ya encontraré un heredero. Eso es problema mío”.

Iniciación, la de Billy en dos mundos bien diferentes, el de la tradición rural y el que destruye en nombre del progreso. Resistencia, la de un viejo que solo quiere terminar su vida en su casa, en su tierra. Ecología, la belleza de una tierra agotada y compleja, en ocasiones inhumana, donde viven en armonía pumas, grandes búhos, serpientes y ganaderos. Tierra de ladrones, dicen los que recuerdan que esos pastos que hoy quiere expropiar el ejército se los robaron en su día a los indios. Tierra de luchadores, que se enfrentan con igual coraje a una sequía que a lo que consideran una injusticia.

“- Esta es mi casa. Nací aquí. Y aquí voy a morir.

- ¿Nunca echa de menos la hierba verde, señor Vogelin? ¿O el agua corriendo? Me refiero a un flujo constante de agua clara, no a esas riadas repentinas de barro líquido que tienen ustedes por aquí. ¿Nunca le ha apetecido vivir en algún lugar desde donde se vean las casas de otros hombres? ¿Pueblos y ciudades? ¿Actividad humana, civilización, el progreso de grandes empresas en las que participan naciones enteras?

- Sí –dijo el viejo, tras reflexionar un momento- Si, a veces hecho de menos esas cosas. Pero no mucho”.

Leyenda de la literatura ecologista, el escritor Edward Abbey, autor de una obra que muchos consideran la Biblia del activismo y la resistencia (“La banda de la tenaza”), firma en esta ocasión una novela absolutamente clásica. Enamorado del desierto, Abbey sabe de qué habla cuando describe un atardecer, cuando reproduce el canto de un ave nocturna o cuando se refiere a la importancia de defender la tierra, por arenosa que esta sea, de “la gran máquina”. El resultado es magnífico: “Fuego en la montaña” se lee en un suspiro, se devora, y deja el regusto amargo de las historias hermosas que suenan a pasado. A injusticia, a subversión, a denuncia contra el poder y sus abusos. A un viejo y un niño enfrentados al resto del mundo. Emotiva.

“- Cierra la boca, abre los ojos y mira esa montaña.

Levantó el brazo y apuntó al granito del alto pico, que ahora brillaba a la luz del sol naciente.

- ¿Por qué le llaman Pico Ladrón? – pregunté, contemplando la transmutación de la desnuda roca gris de oro.

- Porque pertenece al Estado – dijo el abuelo”.

 

El ganador fue….

En el día después, el de los debates sobre el debate, todos buscaban al ganador. El Rajoy atrincherado, el Iglesias conservador, el Sánchez descolocado, el Rivera acelerado. ¿Quién se llevó el gato al agua? Nunca lo sabremos, porque igual que en cada español hay un entrenador de fútbol, también hay un politólogo. Aunque bien es cierto que todas las encuestas, excepto la de ABC, dieron vencedor a Iglesias. Bueno, la de ABC y la de 13TV, la tele de la Conferencia Episcopal.

13TV sirve una vez más de ejemplo de medio de comunicación cabal: para su encuesta “¿Quién ha ganado el debate?”, con números de teléfono de pago a disposición de los telespectadores, solo dieron dos opciones. ¿Adivina cuáles? Mariano Rajoy y Albert Rivera. ¡No se podía votar a Sánchez e Iglesias! Los resultados de este alarde de encuesta, democracia tras criba, podríamos decir, los podemos imaginar sin demasiado esfuerzo: ganó Rajoy y Rivera quedó en una digna segunda posición.

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Pues esta pantomima, esta burla a la televisión, la información y el periodismo, está financiada por los obispos. De hecho, la iglesia gasta más en 13TV que en Cáritas: diez millones para la ruinosa tele privada, seis millones para la asociación humanitaria. Sí, sí, así se funden la pasta unos obispos cuyos medios de comunicación han sido los más beneficiados en el reparto de publicidad de María Dolores de Cospedal. Unos religiosos de alto rango acosados por la doble moral, por incitar al odio: la Fiscalía investigará al cardenal Cañizares por atacar a gays y feministas.

Ahora vaya usted y marque la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta.

Un motivo para NO ver la televisión

El solitario del desierto.

Autor: Edward Abbey.

Editorial: Capitán Swing.

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En la portada de este libro una nota advierte al lector: el autor es el Thoreau del Oeste americano. Bueno, siempre que pensemos en un Thoreau especial, diferente, contracultural, asilvestrado y salvaje, bebedor de cerveza y en ocasiones algo violento: “Prefiero no matar animales. Soy un humanista; preferiría antes matar a un hombre que a una serpiente”, asegura Edward Abbey, naturalista y ecologista con raíces ácratas. La unión entre ambos, Thoreau y Abbey, hay que buscarla en la filosofía, en su forma de observar la naturaleza, en el lirismo de sus descripciones de fauna y flora. Son dos poetas conectados por las aves, los árboles y las nubes, que mantienen algunas diferencias en lo que a la naturaleza humana se refiere.

Henry David Thoreau es uno de los excéntricos de Concord, cerca de Bostón. Miembro del grupo responsable del llamado Renacimiento Americano, el pensador amaba los bosques de Maine, pero también a los seres humanos. Mantuvo un diario durante veinte años. En “El solitario del desierto” Abbey cuenta sus aventuras durante su trabajo como ranger en el Parque Nacional de Los Arcos, al sur de Utah. Y lo hace no en forma de diario, pero casi: orden cronológico, minuciosas descripciones, situaciones tronchantes, reflexiones lúcidas… y poéticos análisis del desierto y sus habitantes. Abbey ama ese hábitat reseco y despoblado, lo que significa amar la soledad, la libertad, la autenticidad, el individualismo, las incomodidades, la melancolía, el peligro, el tiempo libre… la naturaleza pura y salvaje.

Abbey no resulta tan profundo, magnético y social como Thoreau, pero puede resultar infinitamente más divertido en su primitiva rudeza. Por eso “El solitario del desierto” es mucho más que un canto ecológista, una apología del desierto o una invitación a la reflexión interior. “Esto no es una guía de viaje, sino una elegía. Un memorial. Tenéis en las manos una lápida sepulcral. Una maldita piedra. No la dejéis caer sobre los pies, tiradla a algo grande y cristalino. ¿Qué tenéis que perder?”. Nada. Y mucho, muchísimo que ganar.