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¿El debate era esto?

¿Puede haber algo más soporífero que un debate entre el pantagruélico Cañete y la soberbia Valenciano? Cuesta trabajo imaginarlo, lo sé… ¿Quizá un debate sobre el que planea la sombra del pacto entre partidos, del compadreo y el tejemaneje, del desprecio absoluto a las minorías, de la desconsideración con el votante? Caliente, caliente. Lo más aburrido del mundo puede ser un debate entre Cañete y Valenciano, en TVE y presentado por María Casado. Es decir, ¡el debate que tuvo lugar anoche!

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Cañete comienza leyendo, algo imperdonable. Y rápidamente recurre a la herencia recibida. Valenciano, ligeramente ronca, apela al cambio y le recuerda que “viajan mucho a Suiza”. Cañete se calienta, amenaza con el colapso físico: “estamos creando trabajo”. Valenciano le interrumpe, y le dice que “recortan hasta la realidad”. No son puñetazos de verdad, son empujones de discoteca, de esos que se dan dos colegas bolingas que quieren parecer muy chulitos, pero sin hacerse daño.

María Casado en un muñeco que ni pincha ni corta. De repente interviene y les pregunta “dónde van a poner el foco” en cuestiones de política social. Cañete sigue leyendo y enseñando gráficos fotocopiados. El aliento podría muy bien olerle a callos con garbarzos: “Este Gobierno ha apostado por las políticas sociales… hemos apoyado a los más débiles”. Valenciano, mucho más fina, se ríe, susurra, se quita el flequillo. “¿Quien dijo que iba a tener la noche plácida?”, dice Casado, una moderadora que se pone chulita pero no exige que respondan a las preguntas directas.

Esto iba de Europa, ¿no? Ha pasado una hora y nadie habla del viejo continente. Solo “y tú más”. Son dos perrillos oliéndose el ojete, corriendo uno tras otro en una espiral sin fin. ¿El debate era esto? “Cañete se está comiendo a Valenciano”, rezaba la cuenta de Twitter del PP. Y lo cierto es que casi se podían escuchar los regüeldos del candidato popular.

Veo a estos dos políticos de medio pelo, sin decir una sola palabra sobre corrupción, y no puedo quitarme de la cabeza la sugerencia de un Felipe González partidario de “una gran coalición de gobierno PP-PSOE si el país lo necesita”. Esto es cosa de dos, sugiere el hombre que ha creado una fundación que preside, y tiene su nombre, para el estudio de su propia figura: “No hay ninguna demostración de que la dispersión del voto, que es legítima, ayude a arreglar los grandes problemas del país”. ¿La dispersión del voto es legítima? ¿De verdad? Gracias señor González.

El nivel de la política española es el que es, y Cañete y Valenciano no son una excepción. Son esos que no quieren soltar el poder, que organizan debates endogámicos, prescindiendo del resto de partidos, pequeños pero, como diría González, legítimos. Dos Eurodiputados en potencia, capaces de debatir sobre las elecciones europeas sin hablar de Europa.

¿TVE? Cómplice necesario en esta pantomima política, en este combate a tortas, pero con la mano abierta, entre dos únicos partidos. Vergonzoso.

 

Un motivo para NO ver la televisión

El estafador

Autor: Ed McBain.

Editorial: RBA.

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La Serie Negra de RBA se ha convertido en la gran aliada de los consumidores de literatura policiaca. Por un lado, publica novedades de autores tanto consagrados como poco conocidos: ahí están los últimos libros, aún calientes, de Michael Conelly y de Berna González Harbour. Por otro, recupera títulos clásicos, y no tanto, que deberían estar en la biblioteca de todo aficionado al género: sólo por las monumentales “Todo Marlowe”, de Raymond Chandler, y “Disparos en la noche”, los cuentos completos de Dashiell Hammett, se merecen un monumento.

Pero hoy toca hablar de “El estafador”, de Ed McBain, un libro que pertenece por derecho a esa última categoría, la de clásicos imprescindibles. El escritor neoyorkino situó esta novela, como otras muchas, en la comisaría del distrito 87, un lugar donde se cruzan las historias y los personajes, donde conviven policías y delincuentes, donde coinciden las tramas policiacas y humanas más duras.

“El estafador” cuenta varias historias en paralelo. La principal, la de un timador de medio pelo, podría parecer poca cosa. No lo es. A su alrededor se teje una red formada por el bien y el mal, que incluye el cadaver de una jóven que aparece flotando en el río. Una “boya” con un tatuaje en la mano. El detective Steve Carella se pone en marcha, es una pieza del gran engranaje policiaco de una ciudad en la que nada es lo que parece. El final, brillante, sorprendente, está a la altura del resto de esta original novela plagada de grandes personajes, de tramas increíbles y de diálogos inolvidables.