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25 años de Antena 3

En la noche del pasado domingo Antena 3 cumplió 25 años. Podría parecer un asunto baladí, a quién coño le importa Antena 3, si no fuera porque con la llegada de esa empresa audiovisual arrancó la televisión privada en España. Es decir, que la televisión privada en España ha cumplido 25 años. ¿Un momento para recordar?

En este cuarto de siglo Antena 3 ha ofrecido a los telespectadores decenas de programas, cientos. No recuerdo ninguno con especial interés o cariño. Me sumerjo en la red y aparece una larga ristra de éxitos: “Farmacia de Guardia”, “Lo que necesitas es amor”, “El Juego de la Oca”, “Lluvia de Estrellas”, “Sorpresa sorpresa”, “Menudo es mi padre”, “Compañeros”, “Los Hombres de Paco”, “Aquí no hay quien viva”, “Espejo Público”, “Tu cara me suena”… Entretenimiento de medio pelo. El tipo de programas que solo veo por obligación.

Pero no todo es mediocridad en Antena 3. La cadena principal de Atresmedia tiene una cosa buena, tengo que reconocerlo: es menos cutre que Telecinco, su gran rival. Felicidades pues.

Habíamos dicho que se han cumplido 25 años de televisión privada en España. Esto es lo importante. Un cuarto de siglo en el que la pluralidad televisiva que han prometido, a lo largo de los años, políticos de todos los pelajes ha quedado reducida a cuatro cadenas, dos empresas: Mediaset (Telecinco y Cuatro) y Atresmedia (Antena 3 y La Sexta) se reparten el grueso de la tarta audiovisual. Un duopolio lamentable, que garantiza tanto enormes beneficios para las dos empresas como mediocridad informativa y de ocio para los ciudadanos.

En España el poder audivisual está, qué peligro, en solo dos manos. Una de ellas es la de José Manuel Lara, el empresario que juega con dos barajas: la ultraconservadora que financia “La Razón” y la progresista que alimenta “La Sexta”. Postureo. En esta última tienen en plantilla a Iglesias y Monedero, mientras que en los informativos de su hermana mayor llaman a Syriza “la izquierda radical”. La pasta es el fin, y todo vale, y todo el mundo debería saberlo. Esperanza Aguirre lo tiene tan claro que es capaz de criticar los juegos de Antena 3, en su propia casa y en tan señalada fecha: “Da la impresión de que Antena 3 quiere que los españoles apuesten por esta opción (Podemos)… No he visto propaganda como la que acabáis de hacer a este partido…. A ver si nos damos cuenta de lo que hacemos”, dijo ayer mismo, llegando a amenazar a los profesionales de la casa: “Soy amiga de Lara”.

Felicidades a Antena 3. No es una gran televisión, pero sí un excelente negocio.

P.D.

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Un motivo para NO ver la televisión

Sueños de trenes.

Autor: Denis Johnson.

Editorial: Literatura Random House.

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Cuando uno creía haberlo leído todo sobre Denis Johnson, el escritor nacido en Munich que vive en Idaho, se publica esta obra maestra de la literatura norteamericana profunda, descarnada, marginal y violenta, trascendental y desesperada. “Ángeles derrotados” (Anagrama) sorprendió allá por 1986 por su originalidad y su descaro: poesía sucia sobre perdedores que seguían los pasos de la generación beat. Un debut prometedor. “Árbol de humo” (Mondadori) es una de las mejores historias sobre Vietnam jamás escritas. Así de sencillo. “Que nadie se mueva” (Roja y Negra) es una novela negra inmaculada, un homenaje a los clásicos, a los personajes bien construidos y a los escenarios abiertos. “Hijo de Jesús” (Mondadori) reune once historias breves, con un narrador común, sobre la vida marginal norteamericana, bares y drogas, desengaños y traiciones. Finalmente, “El nombre del mundo” recorre los días complejos de un tipo que ha perdido a su familia y se tambalea en la cuerda floja de los recuerdos, las amistades peligrosas y el humor macabro.

Con este currículo, un puñado de libros geniales, está claro que Denis Johnson es uno de los grandes. Un talento mayúsculo capaz de superar lo ya escrito, gran literatura, con un nuevo libro que se lee en una sentada y deja cicatrices para siempre. “Sueños de trenes” narra la epopeya de un hombre, de un superviviente, que arrastra su dolor y su pena por el salvaje Oeste americano de comienzos del siglo XX. La biografía de un pionero que, quizá por el tono épico y la crudeza de la historia, en algunos momentos recuerda a esa obra maestra de Peter Matthiessen titulada “País de sombras”.

“Los árboles eran asesinos, y aunque noventa y nueve de cada cien veces un buen aserrador fuera capaz de calcular correctamente cómo iba a caer el árbol, y hasta conseguir por medio de una serie de cortes magistrales y de cuñas que una pieza de cincuenta toneladas girara en redondo colina arriba y aterrizara detrás de él con tanta precisión como una aguja, la número cien podía acabar con su cara aplastada y él más tieso que la mojama, así de fácil”.

Robert Grainier es un jornalero marcado por la pérdida, la miseria y el arraigo con la tierra. Johnson escribe la desgarradora crónica de un tipo humilde, de una familia rota, y habla de las personas, en muchos casos apenas fantasmas, pero también de la degradación social, de la naturaleza y de la furia con que la vida es capaz de maltratar a los perdedores. Total y absolutamente imprescindible.

Muertos vivientes

“Nunca pensé que los zombis tuvieran tanta aceptación”, afirma con mirada algo perdida Andrew Lincoln, actor de la ficción norteamericana “The Walking Dead”. Los principales periódicos nacionales dedicaron ayer sus páginas de comunicación a las declaraciones de este actor inglés. ¿Dónde estaba la noticia? Pues en que hoy se estrena en Fox (dial 21 de Canal +), “la segunda parte de la segunda temporada” de la serie. Un autentico bombazo, hay que reconocer las cosas…

Las declaraciones aparentemente superficiales de Lincoln, esos zombis que tienen “tanta aceptación”, esconden sin embargo una realidad social y cultural evidente. No por tratarse de fiambres resucitados, fantasía vudú más vista que el TBO, sino porque el bloqueo intelectual de los protagonistas, auténticos cachos de carne (podrida) con ojos, se extiende como una plaga por nuestra sociedad. ¿Nos estamos convirtiendo en descerebrados seres mortecinos, con el consiguiente peligro de ser sometidos por malignas voluntades ajenas? De momento hemos aceptado sin rechistar la reforma laboral de Rajoy.

Paseo por la calle y veo zombis. Tiendas cerradas, calles vacías, miradas perdidas. Veo la tele y está llena de zombis: el Telediario de la televisión pública abre con la muerte de una cantante norteamericana que llevaba años…digamos que aturdida. Y Jordi Évole entrevista a un muerto viviente llamado Jaume Matas. No es extraño que Évole entreviste a Matas, una perita en dulce para cualquier periodista, sino que Matas se deje entrevistar por Évole. “Urdangarín merece la pena cueste lo que cueste”, asegura el ex presidente de las Islas Baleares. ¿Acaso no escarmentó viendo hacer el ridículo, y metiéndose en un importante jardín, a Cayetano de Alba? El resultado de la charla Matas-Évole, un 9,5% de audiencia y más de dos millones de espectadores, supone un record para “Salvados” (La Sexta).

Apago la tele, abro la web de un periódico y sigo viendo zombis. Excepto en las páginas dedicadas a Grecia, cuidado. Allí parece que la gente se está dando cuenta de que nos están comiendo vivos…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Que nadie se mueva

Autor: Denis Johnson.

Editorial: Mondadori.

“Ella hizo el amor como una monja borracha y a él le gustó, pero la conversación de después no fue ni intrascendente ni relajada”, escribe Johnson en uno de los momentos más intensos de esta novela negra. ¿A quién le importa la trascendencia de la conversación tras hacer el amor con una monja borracha? Se preguntarán algunos lectores. Pues a los personajes creados por este enorme escritor nacido en Alemania, seres capaces de volarle la tapa de los sesos a su compañero de Cadillac y comerse después una hamburguesa sin limpiarse la sangre de las manos. Tipos duros, mujeres recias, en un libro que no hace rehenes: o adoras al Johnson “criminal” o te puede parecer un desperdicio del gran Johnson, ese que escribió “Ángeles derrotados” (Anagrama) y  “Árbol de humo” (Mondadori).

Una cosa es innegable: los diálogos de este “Que nadie se mueva” son magistrales, a la altura de clásicos como los de George V. Higgins. Y la trama es tan disparatada e hilarante, dentro de su áspera  negrura, como las del mejor James Crumley o el más enloquecido Jim Thompson.

Un perdedor de manual llamado Jimmy Luntz, un matón rompehuesos que atiende por Gambol, y la  atractiva bebedora de vodka con cualquier cosa, una Anita Desilvera que acaba de robar dos millones de dólares, protagonizan este violento viaje por las carreteras secundarias de California.  Su equipaje es una garantía de diversión: odio, comida basura, armas de diferentes calibres, toneladas de locura, una pala y una sed insaciable de venganza.