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Los economistas salvajes

“Siempre he sido un potro salvaje”. José Carlos Díez, economista mediático audiovisual televisivo.

Los personajes de moda en la televisión, después de los periodistas del corazón, los tertulianos y los cocineros, son los economistas. Las teles se están llenando de economistas. No hay cadena que se precie que no tenga en estos momentos a media docena en nómina. No hay tertulia ambiciosa, ni debate con pretensiones, que no ceda unos minutos a un economista que, trajeado o descamisado, desarrapado o guapeado, engominado o calvorota, intente traducir al ignorante telespectador las claves de esa ciencia que dominan a la perfección y que se llama economía. Maduros como Abadía, histriónicos como Gay de Liébana o tiernos como Daniel Lacalle, hablan con erudición de macroeconomía, de microeconomía o de astronomía, pues de todo saben. Del precio del barril de petróleo y del abono transporte, de las preferentes de Bankia y del gin tonic de Tanqueray, de la Bolsa de valores y del saco de patatas. Nada escapa al control del economista, un ser superior que puede hablar directamente a cámara, o contestar al presentador, o defenderse del opinador de signo contrario. Con pizarra o a pelo, no importan las circunstancias, su tono será siempre el mismo: firme, seguro, elevado, preciso, sin atisbo de duda. Porque el economista es, además de un gran economista, un comunicador acojonante, capaz de hipnotizar a los pardillos que le escuchan tratando de entender, pobres, esa ciencia de élites llamada economía.

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El economista es un ser superior, habíamos dicho, que siempre tiene un libro a la venta con todas las soluciones a la crisis. ¡Si los presidentes del Gobierno comprásen ese libro otro gallo nos cantaría! Porque los economistas televisivos, a diferencia del resto de los economistas, conocen los secretos de la economía, todos, y son conscientes de las claves del actual fracaso del sistema: ¡Somos el primer país europeo en Índice Mundial de Miseria, y ellos lo saben! Escuchar a un economista de televisión es escuchar a un hombre cabal e infalible, a un sabio, al tipo que tiene la solución a nuestros problemas. Todos deberíamos comprar su libro, porque conformarse con sus apariciones en televisión es claramente insuficiente. Pase usted por caja, que se lo pide un economista de los buenos.

Lo malo de los economistas de televisión es que se repiten mucho. Si les ves tres veces el mismo día, por ejemplo en un desayuno informativo a las nueve, en un magazine matinal a las doce y en un debate de actualidad a media tarde, corres el riesgo de memorizar, como un loro, sus frases favoritas, sus chascarrillos, sus citas y coletillas. Y puedes soltarlas, por ejemplo, cuando estés en la cola del INEM: “Si esto sigue así tendremos que hacer lo que decía Groucho Marx: que paren el mundo que nos bajamos”.

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Los economistas audiovisuales son potros salvajes. Libres, sanos, rebeldes, musculados, con la mirada limpia y el espíritu asilvestrado. No son casta, cuidado. No forman parte del sistema, atención. De hecho, son antisistema: la voz de los necesitados, de los desfavorecidos, de los excluidos, de los desahuciados. Compañeros de correrías del Pequeño Nicolas, la ex de Monago, la Pechotes y Bertín Osborne, los economistas audiovisuales son gente de fiar, ajenos al mundo de la telebasura. Líderes de opinión, los economistas de la pequeña pantalla tienen un nivel tan alto, tan serio, tan creíble, como para compartir plató y conversación con Marhuenda, Alfonso Rojo o Eduardo Inda. Exentos de las miserias de los medios de comunicación, ajenos a la tiranía del duopolio Mediaset/Atresmedia, los economistas de la tele son independientes, neutrales, autosuficientes. ¿Imprescindibles? Sin duda, porque como dijo el economista británico Alfred Marshall, “toda frase breve acerca de la economía es intrínsecamente falsa”.

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Hablemos en serio: Aprender economía y reírse es posible. Alternativas Económicas lanza una campaña de crowdfunding para financiar un libro de Enric González y Darío Adanti. Un diccionario irreverente de economía. Satisfacción garantizada.

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Intolerable. Telemadrid acosa a Juan Carlos Monedero, intenta sacarle de sus casillas para grabarle una mala palabra, un mal gesto. Y lo hace con el dinero de los madrileños. Y lo hace con total impunidad. ¿Dónde están las asociaciones de la prensa, de periodistas? ¿Dónde los políticos madrileños? Intolerable, insisto.

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Es un inmigrante sin trabajo… “pero”… es una persona muy honrada. No como otros inmigrantes sin trabajo, que son unos ladrones hijoputas.

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¿Recuerda usted la historia aquella de un necio que, en nombre de la ciencia, pretendía ser comido por una anaconda en Discovery Channel? Pues zampe interruptus: a los pocos segundos, cuando la serpiente apenas se lo había comenzado a merendar, el aventurero de pacotilla se ha echado atrás…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Cracker

Cd: Berkeley to Bakersfield.

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Cracker, la banda de Redlands, lanza un doble disco sorprendente, dedicado a dos de las regiones más interesantes de California: Berkeley y Bakersfield. El primero, que recoge los sonidos de la zona de la bahía de Berkeley, suena garajero, punk y hasta funk. Música más abierta al exterior, menos tradicional. Rock and roll interpretado por un grupo que recurre, por primera vez en 20 años, a su formación original. El segundo disco, un homenaje al  Bakersfield de leyendas como Buck Owens o Merle Haggard, penetra en los valles del interior, secarrales, para rescatar las raíces, el country rock que ahora llaman Americana. Un trabajo ambicioso con 18 canciones diferentes, amplias, potentes en su primera mitad, soleadas en su segunda.