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El jefe

Era el puto jefe. En un pedo de James Gandolfini en Los Soprano hay más clase, más talento, más guión y más interpretación que en el 99% de la ficción española de las últimas décadas.

Dicho esto, me gustaría recordar al gran Gandolfini (New Jersey 1961/ Roma 2013) por dos escenas de Los Soprano que me fascinan. La primera, cuando después de haber terminado un trabajo digamos que… especializado, quizá matar  a un soplón y hacer desaparecer su cuerpo troceado en un pantano, llega a casa con hambre. Tony se dirige a la nevera, saca un taper con pasta, y come con hambre de lobo en el mismo envase de plástico mientras mira en la televisión algo de beisbol o una vieja película de vaqueros. Otro día se levanta de la cama y come compulsivamente lonchas de algo parecido a lomo. O se prepara un helado con nata con su hijo…

Adoro esa manera de saber separar el trabajo y la familia, la faena y el placer. Vale, te has cargado a un tipo, un hijoputa menos en el mundo, pero no por eso vas a dejar de arropar el sueño de tus hijos, dar un beso a la parienta o zamparte los restos de unos macarrones boloñesa. La nevera es el centro de la casa, por encima incluso de la televisión. La nevera es el lazo que mantiene al padre cuerdo y a la familia unida. Si no respetamos a la familia, nada tendría sentido. Y el respeto a la familia empieza por el respeto a uno mismo: nunca a la cama con el estómago vacío.

Segunda escena fascinante. Tony está sentado en la barra del Bada bing!, su club de striptease. Se está tomando tranquilamente un whisky mientras lee el periódico. De pronto Georgie, el camarero, intenta hacer una llamada telefónica. No puede: es un zoquete. En solo unos segundos saca a Tony de sus casillas y sucede esto…

Las tres chicas en principio se sorprenden. Pero cinco segundos después siguen bailando. El Bada bing! es un templo sagrado. Me gusta ese local y la música que suena, me gusta el aspecto de los colegas de Tony y su naturalidad ante el sexo chusco, y me gusta sobre todas las cosas su despacho, el nido del buitre, una habitación mugrienta con luz mortecina, mesa de billar y archivadores de oficina. El refugio donde el jefe se siente más jefe que en cualquier otro lugar sobre la tierra.

Los Soprano son una obra maestra porque redefine el concepto de familia. Tony y los suyos: su esposa Carmela, sus hijos Meadow y Anthony, su madre y su hermana, Janice, su tío Corrado, su primo Tony, su sobrino Chris… Y el resto de socios. Egoístas, manipuladores, envidiosos, arrogantes, cretinos, bebedores y drogotas, vagos, reprimidos, miedosos… como una familia de verdad, pero con las cartas boca arriba.

Podría describir otras cien secuencias memorables de Los Soprano. Muchas de ellas protagonizadas por Gandolfini, el mafioso perfecto, el heredero natural del Marlon Brando de “El Padrino”, del Robert De Niro de “Erase una vez en América”, del Ray Liotta de “Uno de los nuestros”… Pero la verdad es que me gustaría recordarle en la barra del Bada Bing!, fumándose un puro y bebiéndose un bourbon con sus colegas… Hasta siempre, jefe!

 

Un motivo para NO ver la televisión

Graceland.

Autor: Chris Abani.

Editorial: Baile del sol.

Reconozco que comencé a leer este libro porque había sido publicado por la misma editorial que “Stoner” (John Williams), una de esas maravillas que descubrimos muy de cuando en cuando. Y acerté…

“Graceland” no tiene nada que ver con “Stoner”, excepto que cuenta una historia apasionante de manera magistral. En el caso que hoy nos ocupa, un periodo de la vida de Elvis, un chaval de 16 años que se gana el sustento de mala manera imitando al cantante de Tupelo, Misisipi, por las calles y bares de Lagos, Nigeria. Nuestro Elvis es un superviviente que vive en un gueto, con toda la miseria que eso implica. Su padre le trata a golpes, sus amigos le meten en líos, sus gurús son mendigos y fulanas. Le acosan el hambre y la policía.

Como la narración va y viene en el tiempo, su madre en algunas ocasiones está viva y en otras muerta. Elvis adora a su madre, y guarda sus escritos en una bolsa fulani que lleva siempre consigo. Las recetas de cocina que ella apuntaba abren los capítulos de un libro en ocasiones doloroso, a veces vitalista, siempre emocionante. Una frase de la página 155 lo  define a la perfección: “La gente es importante”.

“Graceland” cuenta la violencia que vivió Nigeria, el miedo de sus habitantes, la violencia irracional de un ejército corrupto y la lucha por llegar al día siguiente de los habitantes de los suburbios miserables de una gran ciudad africana. Imprescindible.