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Hermanos de sangre

El mundo entero se ha horrorizado ante la muerte agónica de Cecil, el hermoso león abatido por un cazador desaprensivo en Zimbabue. El grito ha sido unánime en todo el planeta: ¡Basta de maltrato a los animales! ¡No a los desaprensivos que disfrutan torturando seres vivos! El cazador norteamericano se ha convertido en un proscrito, la caza está en entredicho, las compañías aéreas se niegan a transportar trofeos, los ciudadanos exigen respeto por los animales.

El mundo entero, ese que se ha estremecido con la desaparición de Cecil, debería conocer la muerte dramática de Guapetón, el toro derribado el pasado miércoles por el disparo efectuado por un ¿cazador? en plena calle de San Juan de Coria (Cáceres). Guapetón era un toro bravo que fue tiroteado tras hora y media de encierro, “en estado de agonía y agotamiento”. Las imágenes del fusilamiento callejero deberían, lógicamente, espantar a todos aquellos que se horrorizaron con la muerte de Cecil.

Guapetón y Cecil son hermanos de sangre. Y de sicario: el hombre. El resto son detalles: la caza, las fiestas patronales, las tradiciones… ¿Veremos la fotografía de Guapetón, como la de Cecil, en el Empire State? Me temo que no.

Si usted se fija en la primera imagen del vídeo puede que llegue a ver en el escopetero que apunta a Guapetón la figura de un torero entrando a matar. Ese porte aguerrido que te confiere la superioridad intelectual, esa determinación, ese público expectante. No hay tanta diferencia entre una corrida de toros en Las Ventas y una sangría de novillos en la carrera de un encierro en Coria. ¿El orden de la lídia? ¿El respeto al astado? ¿El arte supremo? No se yo qué pensará el animal. Quizá la corrida sea simplemente una forma de organizar la tortura, de llamar fiesta al martirio, de dar apariencia civilizada a un hecho abominable. De legalizar un suplicio. De justificar una carnicería. Un intento por convertir en hermoso, valeroso y hasta heroico el tormento de un animal inocente.

La caza mayor, como los espectáculos taurinos, son ejemplos perfectos de maltrato animal. Llevarse las manos a la cabeza con la muerte de Cecil y justificar las de cientos de Guapetones a lo largo del verano ibérico, en nombre de las tradiciones y la diversión, sólo demuestra cuán grande puede llegar a ser nuestro nivel de hipocresía.

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Cecil y Jericho

Un cazador desaprensivo mató de mala manera a Cecil, un león que era famoso en Zimbabue, y el suceso se ha convertido en noticia mundial. Para colmo de males, solo unos días más tarde la prensa informó de que unos furtivos habían terminado con la vida de Jericho, hermano de Cecil y al parecer su sustituto al frente de la manada. La humanidad entera se estremeció con este drama felino: ¡Eran tan bonitos los dos jodíos leones!

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Todos los días adinerados cazadores europeos y norteamericanos matan leones en África. Es un gran negocio. Pero la inmensa mayoría no son animales tan mediáticos, tan bien dotados de melena, como Cecil y Jericho. La mayoría son leones sin nombre, ramplones, mediocres, desmelenados, nada de machos alfa, y son abatidos como ratas ante la indiferencia del mundo civilizado. Muchos incluso son criados en granjas, como ovejas, ni rastro de reyes de la selva, y el bello deporte consiste en que sean liberados de sus jaulas minutos antes de que aparezca el valiente cazador y les pegue un tiro.

Cecil y Jericho eran leones muy bonitos e importantes, con sus collares transmisores y sus fotografías en las portadas de los medios. Olvidamos que incluso los leones menos bonitos e importantes, aquellos sin nombre, sin collares ni interés mediático, tienen derecho a una vida libre y a una muerte digna. Y también olvidamos que el dentista norteamericano Walter Palmer, el hombre que acabó con Cecil, no es el único cazador desaprensivo: España, sin ir más lejos está llena de escopeteros sin escrúpulos.

La caza en 2015 es así. Una mierda. Un negocio sangriento para carniceros millonarios. En África y en España. Si no me cree vaya a una montería ibérica, ya sabe, jabalís y venados (y cualquier otro bicho que se cruce en su camino), y tendrá motivos suficientes para renegar de la especie humana. Comenzando por el sorteo de los puestos, orujos y escopetas hermanados en tribal desayuno, y terminando por el final de fiesta, más alcohol en una explanada cubierta de sangre y repleta de cadáveres.

¿Y la vieja caza, la de verdad, esa que nos devuelve a los comienzos de la humanidad y nos acerca a la naturaleza, esa de la que hablaba con orgullo Delibes? Un hombre andando por el campo, con su perro, su escopeta de dos tiros y una liebre colgando del cinto. Eso ya no se lleva. La gente está muy estresada del duro trabajo de toda la semana, y quiere lucir el Land Rover y la ropa fetén, disparar muchas balas y colgar un nuevo y gran trofeo en la pared del salón. ¿Andar? Poco. ¿Matar? Mucho.

¡Atención! ¡Última hora! ¡Grandes noticias! ¡Jericho está vivo! Las secciones de Internacional de los grandes medios ofrecen la excelente noticia, que ocupa más espacio en los diarios que el ataque suicida en un cuartel de Turquía o el rescate de 780 inmigrantes y cinco cadáveres en el Mediterráneo. El león que ocupó el lugar de Cecil tras su muerte, Jericho, sigue vivo. Así lo ha confirmado Brent Stapelkamp, miembro de WildCRU (Wildlife Conservation Research Unit), asociación que estudia a los animales del Parque Natural de Hwange.

Noticias como esta nos hacen volver a creer en la humanidad.

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Poder bruto

A los humanos nos encantan los animales. Siempre, eso sí, que se puedan comer, cazar o torear.

“Estamos hartos de las grullas”, dicen los vecinos de Villar de Cañas (Cuenca), el municipio de medio millar de habitantes elegido por el Gobierno de Cospedal para construir un silo nuclear donde recoger los residuos nucleares de toda España. Y es que las grullas, querido lector, son el ejemplo perfecto de bichejos que no sirven para nada. Carecen de valor gastronómico y cinegético, y pese a ello, y aunque parezca increíble,  están protegidas por la ley. Normal que los habitantes de Villar de Cañas prefieran un almacén nuclear, garantía de futuro y sinónimo de seguridad, antes que una laguna llena de avechuchos que van y vienen.

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Otra cosa es que en Cuenca hubiese leones. O se pudiesen soltar leones de granja, como en Zimbabue, para que los cazadores se dejasen la pasta practicando su noble y valerosa afición. Ahí tiene a Walter James Palmer, el dentista de Minneapolis (EEUU) que se ha gastado 50.000 dólares en matar a Cecil, el león más hermoso del país africano. ¿Fusilamiento y tortura más que caza? Por supuesto, si tenemos en cuenta que se trata de animales criados en cautividad y que Cecil tardó 40 horas en morir desangrado. Pero ¿qué me dice usted de esos 50.000 boniatos? Ya estoy escuchando a los vecinos de Zimbabue: “Estamos hartos de los leones”.

De lo que no estamos hartos es de los toros. Amamos de manera tan intensa a estos herbívoros, con tanta pasión y sinceridad, que aprovechamos las vacaciones de verano, cuando más tiempo libre tenemos, para divertirnos juntos. Que si una capea, que si un encierro, que si una corrida con picadores, que si una vaquilla para el populacho… El verano es tiempo de toros. De demostrarle a los toros que les queremos tanto, tanto, tanto que, como ese maltratador psicópata humano que asesina a su mujer, tenemos que matarlos (después de torturarlos un buen rato).

“A los animales les cuidamos y somos solidarios con los animales”, ha reconocido el gran torero Ortega Cano nada más salir de prisión. Y ha argumentado esta reflexión con enorme brillantez: “Si no fuera por los toros, muchos animales se comerían unos a otros”, dijo, antes de aclarar que “los toros aportan el 1,5 del poder bruto” de este país.

Pues eso mismo. El poder bruto del ser humano.

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