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Campanadas

El tiempo lo ha deteriorado todo. En lo físico y en lo profesional. Todo salvo una cosa. Un pequeño detalle que puede parecer una nimiedad, una anécdota, pero que supone una mejora descomunal en mi calidad de vida. Y es que, querido lector, ya no hago reseñas de los programas de nochevieja. A usted quizá le parezca una tontería, la boutade de un crítico revenido, pero para mí ha sido una liberación. Tras casi dos décadas escribiendo sobre música ratonera en playback, la capa del tipo del balcón de TVE, las imitaciones de José Mota y el ambiente en la Puerta del Sol, al dejar de hacerlo he sentido que me realizaba no solo como crítico de televisión, sino como ser humano. Estoy en otro nivel, amigos. Soy libre, soy feliz, soy el puto amo.

Cuidado, que a mí la Nochevieja me importa un pimiento. Yo soy de los de chimenea, mantita, una cena frugal (entremeses, pochas, cabrito asado, manzana asada, polvorones, turrones, frutas de Aragón y cava) y a la piltra. Nada de grandes juergas, de cotillones y fiestorros, de volver a casa a rastras, de meterme en la cama de día. Soy un tipo hogareño al que escribir cada Nochevieja de la miserable televisión que despedía y recibía el año le hundía en esa miseria, le recordaba cuán ruin era su trabajo, le convertía en un Bill Murray víctima de “El día de la marmota” audiovisual.

Solo siento no haber escrito de los programas de esta Nochevieja por haberme perdido las campanadas de Canal Sur. En esta España surrealista soñada por Berlanga, en la que reina el Pequeño Nicolás y el desgobierno es ley, los errores humanos que han provocado que los andaluces se pierdan las uvas solo puede ser motivo de alegría y despimporre. ¡A la mierda las campanadas! ¡A tomar por saco los buenos deseos para el año que entra! ¡Infeliz 2015 para todos los televidentes, pringaos!

Lea con atención: en este país cada vez funcionan peor las cosas. No me hizo caso cuando le hablé del deterioro de la sanidad pública, ni del abandono de la educación y la cultura, ni de la manipulación de la justicia, ni siquiera de la destrucción de los derechos laborales. A ver si ahora, que falla hasta la televisión, entiende usted por fin que España se está convirtiendo en un truño. Es decir, que cuando Revilla dice que “este país merece la pena” lo que quiere es vender libros. Que cuando Rajoy asegura que estamos saliendo del agujero, miente como un bellaco. Que cuando los empresarios hablan de recuperación hablan de ellos, no de los trabajadores. No olvide, querido lector, que cuando escuche una campanada perdida no es la de Canal Sur, es el eco de la que dio Rato cuando hundió Bankia.

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