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El último refugio

Quién iba a decirnos, hace cinco años, que Jordi Évole, el tipo insolente que surgía de entre el público del programa de Buenafuente haciendo comentarios irónicos y realizando preguntas mordaces, se convertiría en la gran esperanza de la televisión. Y que tendría un espacio propio, “Salvados”, que con el tiempo se consolidaría como una de las señas de identidad no ya de La Sexta, sino de la televisión española del momento. Secundario de Andreu, Évole no solo ha sobrevivido a la crisis televisiva, sino que gracias a las circunstancias, el criterio y una forma descarada y fresca de hacer periodismo se ha convertido en referencia: nadie cuenta la actualidad  con tanta claridad, nadie desmonta las mentiras de los  políticos con mayor descaro, nadie se agarra a la ironía con mayor sentido común.

“Salvados” celebró su quinto aniversario como el cine de antaño: con un programa doble de estreno. De entrada “Soy inmigrante”, un análisis necesario de la situación que viven los trabajadores que, como consecuencia de la debacle económica y el paro, tienen que abandonar sus países. Un problema de ida y vuelta: una mujer con una enfermedad crónica cuenta las dificultades que tiene para acceder a la sanidad en España, un soldador español recoge comida en el Salvation Army noruego. Espeluznante, y muy bien conducido por un Évole armado con una batería de preguntas, un iPad con incongruencias de la prensa tradicional, y una selección perfecta de personajes a entrevistar.

De segundo plato ofrecieron “Desmontando Salvados”, con el escritor, director de cine y columnista David Trueba que entrevista a Évole en un intento por analizar la evolución del programa, los momentos especiales, las curiosidades. Buena idea. David es uno de esos tipos incapaces de decir una simpleza, de escribir una línea torcida, de dejar escapar un detalle interesante. “Pienso hacer lo mismo que haces tú”, arranca David, “es decir, quedar yo bien y hacer quedar mal al entrevistado”.

Juntos, sentados en una nave industrial alrededor de una mesa, recuerdan los comienzos de “Salvados” y explican la evolución sufrida a lo largo de cinco años. Es decir, cómo han pasado del humor un tanto simple que suponía entregar la guitarra de juguete de Chiquilicuatre al Papa, a poner contra las cuerdas a un político de élite o denunciar una especulación urbanística. Después llegarían los momentos delicados, como esa entrevistas a Otegi días antes de un asesinato de ETA. Y las situaciones hilarantes, tocar la campana en Wall Street. O simplemente memorables, como las entrevistas a Matas, Cayetano Martínez de Irujo o Martínez Pujalte (“ese cruce entre López Vázquez y Saza”, dice David).

“La evolución del programa nos ha permitido que lo vea mucha gente de derechas”, asegura Jordi Évole. Es un gran comunicador, es rápido, está sobrado de desparpajo, tiene olfato a la hora de elegir y enfocar tanto temas como entrevistados, sabe escuchar y sobre todo trabaja a pie de calle. Es decir, sabe qué preocupa a la gente, de qué habla la gente, qué quiere discutir la gente, sobre qué quiere informarse la gente. La crisis del periodismo en general, y del televisivo en particular, mucho más grande de lo que pudiera parecer, le viene de miedo a “Salvados”, un espacio concebido como programa de entretenimiento que se ha convertido en referencia ineludible para aquellos que, además, quieren estar bien informados.

Muchos de mis colegas dicen que ya no ven telediarios. Entre semana “El Intermedio”, y el domingo “Salvados”. El último refugio.

Un motivo para NO ver la televisión

Bobby Rush

Cd: Down in Lousiana.

Bobby Rush nació en Los Angeles hace 73 años, pero su familia se mudó a Chicago, ciudad en la que la música flotaba por las calles. Desde entonces no ha dejado de tocar y cantar blues, soul y funk caliente. Guitarristas del calibre de Freddie King y Luther Allison le acompañaron en unos comienzos duros: Rush no grabó su primer disco como solista hasta 1979 (“Rush Hour”).

Espectacular en directo, Rush posee una voz tórrida que domina a la perfección. Una voz con la que interpreta desde blues primitivos, acompañado por una guitarra acústica, a temas más elaborados y cercanos al soul y al funk. La banda sonora perfecta para una película de Tarantino sobre los bajos fondos de una gran ciudad, las canciones que podrían sonar en cualquier tugurio oscuro con una pista de baile diminuto donde sirven licores clandestinos.

“Down in Lousiana” arranca sonando a puro sur, acordeones incluidos. Rush da clases de armónica e  invita al baile, pero también recita, amenaza rapear, arrastra blues eléctricos de corte clásico, y pasa de John Lee Hooker a Mr Dinamita en solo un corte, en apenas un gruñido. Gran disco, viejos blues.