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Baby… ¡Boom!

Presencié el nacimiento de mi hija en el madrileño Hospital 12 de Octubre, el de varios niños en la República Centroafricana, el de una cría de elefante en la India, el de un ballenato franco austral en la Península de Valdés, y el de ovejas, vacas, caballos y un sinfín de mamíferos de menor enjundia, que no nombraré para no aburrirle. Quizá por eso cuando La Sexta estrenó el pasado viernes “Baby Boom”, un reality en el que mujeres embarazadas dan a luz ante las cámaras, pensé en los documentales de naturaleza. Los celebres ñus de La 2, que paren en las praderas del Serengueti y son perseguidos de inmediato por depredadores, sustituidos en esta ocasión por hembras humanas, que dan a luz en el Hospital Gregorio Marañón y son acosadas por recortes en Sanidad.

Cuarenta cámaras situadas en puntos estratégicos, como si se tratase de una final de Champions o de las migraciones de herbívoros cruzando el río Mara, siguen el proceso de nacimiento de un niño. La embarazada chilla como un gorrino el día de la matanza: “¡Que salga ya, me cago en mi padre!”, aúlla, “¡Que no sale nada y me duele muchísimo!”. ¿Qué no sale nada? ¿Qué esperaba? Esta mujer se perdió la clase de iniciación al parto en la que explican que su vientre no es un huevo Kinder. Se suceden los planos del rostro sudoroso y desencajado de la histérica en cuestión, mezclados con otros de enfermeras, médicos, las paredes, el mobiliario del paritorio…

“Las cámaras se instalaron con el consentimiento de las parejas”, dicen los responsables del programa. ¡Faltaría más! “Al principio lo has hecho muy bien, pero luego te has descontrolado. ¡Estás descontrolada! ¡Empuja!”, le sugiere una enfermera a la futura mamá. Ésta, sin duda para confirmar la teoría del descontrol planteada por la enfermera, le grita algo con el “chocho” como protagonista. Por fin nace el niño, boom, y vemos su cuerpecillo ensangrentado y grasiento. Una voz en off, la de Gemma Nierga, lee un guión cursi: “La duda se convierte en emoción con la llegada de un hijo”.

Acaba el programa y me siento incómodo: ¿Qué puede llevar a una persona civilizada, a una familia normal, a permitir que cuarenta cámaras de televisión conviertan un momento tan delicado, tan íntimo y personal, en un espectáculo televisivo? Pienso en los famosos quince minutos de fama warholianos, el espejismo del éxito, el deseo de ser visto, admirado, cosificado. ¿Un afán exhibicionista? ¿Simple ausencia de pudor? ¿Quizá es la grosera desfachatez de la vanidad quien nos mueve a desnudarnos? ¿Buscamos aliviar el  aburrimiento vital con protagonismo?

No busque respuestas a estas cuestiones, porque la verdadera pregunta del millón es otra: ¿Está la situación como para traer un niño a este valle de lágrimas? Nada más abandonar la protección uterina el pequeño recibe el primer revés: Rajoy le ha subido hasta el IVA de los chuches, ese que juró no subir jamás. El tradicional cachete de la comadrona ha sido sustituido por una paliza en forma de copago. Y que se prepare para aulas repletas de alumnos y se olvide de becas y universidades. Aunque bien pensado, poco importa su formación: ha caído en un país con más de cinco millones de parados. Eso sí, a partir de los 26 años que no se le ocurra ponerse malo…

El bebé humano nace sin uso de razón. Si lo tuviera, se daría la vuelta y entraría de nuevo en el vientre materno para permanecer, como un troglodita radical, caliente, alimentado y ajeno a un mundo que se desmorona. Baby… ¡Boom!