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la máxima excelencia

“Te alzarás sobre los pobres y mezquinos que no han sabido descollar”. José Agustín Goytisolo.

Una oveja negra ensucia todo un rebaño. Y media docena de garbanzos duros son capaces de estropear el mejor cocido. Esperanza Aguirre, plenamente consciente de que todos somos parecidos pero no iguales, propone la creación de un bachillerato especial para los mejores alumnos. “Una enseñanza que, como ellos, aspire a la máxima excelencia”, dice la presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Segregación? No, por dios. La idea es magnífica: el trastabillado caminar de los zoquetes solo sirve para entorpecer el paso firme de las élites.


Las políticas de higiene siempre son recibidas con escepticismo por el ignorante vulgo. Precisamente por eso, para no dar esperanzas a los antisociales, Esperanza Aguirre no debería limitar su propuesta de excelencia al campo de la educación. Separar a los estudiantes listos de los… llamémosles inferiores, resulta francamente esperanzador, pero a todas luces insuficiente. La máxima excelencia es un concepto tan generoso, integrador y progresista que debería aplicarse a otras necesidades básicas del ciudadano, como por ejemplo la sanidad. Me explico… Es bien sabido que las circunstancias de las clases bajas, obligadas a trabajar como ratas, sin apenas tiempo libre, adictos a las malas costumbres, los vicios baratos y las jubilaciones tardías, apenas les permiten disfrutar de la vida. Entonces, ¿para qué invertir dinero público en curar sus enfermedades? ¿Merece la pena prolongar sus mediocres agonías? Mejor invirtamos esa pasta de todos en potenciar la sanidad privada, para que cada vez sea capaz de sanar a más ricos, que en definitivas cuentas son los que realmente saben aprovechar la salud para disfrutar de la vida.

Pero cuidado, porque una política de máxima excelencia sin control podría disparar el gasto público. ¿De qué sirve un bachillerato para los mejores alumnos si, una vez acabados los estudios, estos se pueden mezclar y hasta cruzar con los peores alumnos? Un crotal en la oreja derecha de estos últimos ayudaría a identificarlos en discotecas y botellones, advirtiendo a los elegidos de la presencia de discapacitados. Evitando el mestizaje entre excelentes y vulgares ahorraríamos una fortuna en educación: controlar las descendencias desde la cuna, facilitando solo la reproducción de los más dotados intelectualmente, evitaría pérdidas de tiempo y dinero.

La máxima excelencia fascista. Porque como decía André Malraux de los alemanes, algunos “no son racistas porque sean fascistas, sino que son fascistas porque son racistas”.

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Un motivo para NO ver la televisión

Las primas.

Autor: Aurora Venturini.

Editorial: Caballo de troya.

Esta es la historia de una familia disfuncional contada por uno de sus miembros, una joven retrasada que pinta como los ángeles y escribe a trompicones. No es fácil adentrarse en la novela, puesto que la puntuación es anárquica y la narración apocalíptica, pero el esfuerzo merece la pena. Tanto por la originalidad de los personajes, una auténtica parada de los monstruos a la argentina, como por las peripecias que viven, en las que no falta absolutamente de nada: sexo fatal, violencia desmedida, traiciones y mentiras, pobreza extrema, relaciones aberrantes, escatología, prostitución…Y mucho humor negro, negrísimo.

Premio de la Nueva Novela Argentina, este apasionante libro tiene un final asombroso, que por supuesto no desvelaré. Y una última sorpresa: la autora no es una jovenzuela rebelde cubierta de tatuajes que intenta poner patas arriba la literatura americana. Aurora Venturini tenía ochenta y cinco años cuando escribió “Las primas”. Increíble. Desde la primer a la última página.