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El Holocausto

Los ministros de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, y de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, presidieron ayer en el Senado los actos del Día de la Memoria del Holocausto. Una jornada conmemorativa para recordar a las víctimas de la barbarie nazi. Paradojas de la vida, puesto que esos mismos García-Margallo y Ruiz-Gallardón son miembros de un partido político, el PP, que nada más comenzar a gobernar eliminó la partida destinada a financiar el desarrollo de nuestra  Ley de Memoria Histórica.

Es la constante de nuestros días, la hipocresía rampante que convierte los informativos de televisión y las páginas de los periódicos en un doloroso viacrucis. Y es que el Partido Popular recuerda con lágrimas en los ojos a las víctimas del nazismo, y pone velas en el Senado al Holocausto, pero sin embargo cree que nuestra Ley de Memoria Histórica es “uno de los atrasos más grandes que ha tenido nuestro país” en la democracia porque “viene a abrir heridas que ya estaban cerradas” y porque “supone gastarnos un dineral que en este momento se necesita para crear empleo”.

Si te aniquiló Hitler te ponemos una vela. Pero si lo hizo Franco miramos para otro lado. Curiosa manera de diferenciar a las víctimas del fascismo, ciudadanos de primera o de segunda categoría dependiendo de  nuestra relación sentimental con el asesino. Olvidan que el Día de la Memoria del Holocausto es, también, el día de los Crímenes contra la Humanidad.

Por incongruencias como ésta vivimos un nuevo Holocausto: el de la política. Recuerde que actualmente los políticos ocupan en las encuestas del CIS las posiciones en las que hace años estaba el terrorismo. Hemos cambiado en nuestro ranking de enemigos públicos a etarras y yihadistas por miembros del PP y del PSOE. ¿Estamos exagerando?

Pues igual no. Lea esta noticia y encabrónese hasta donde considere oportuno: el Gobierno cambiará la ley para que condenados puedan dirigir entidades bancarias.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Elling. Hermanos de sangre

Autor: Ingvar Ambjornsen.

Editorial: Nordica.

Elling y Kjell Bjarne son dos pardillos que comparten vivienda social en la calle Kirkeveien de Oslo. Están bajo la tutela de Frank, y llevan una vida modesta y contenida, sin apenas salir a la calle, temiendo el contacto con el resto del mundo, enganchados a las líneas eróticas. ¿Freaks? No exactamente. Elling y Kjell Bjarne son dos encantadores inadaptados que, solos en el mundo, se convierten en hermanos de sangre y adoran a sus pequeños gatitos.

Un buen día deciden tirarse al barro y, empujados por Frank, buscan revitalizar sus aburridas existencias con sensaciones fuertes: salen a comer a un restaurante. Cuando regresan a su refugio-vivienda encuentran a una embarazada borracha en la escalera… y todo se les va de las manos. La chica de nariz de patata se convierte en la novia de Kjell Bjarne, un bulímico pedazo de pan con buena mano para los fogones y las reparaciones. Inspirado por el hallazgo, Elling escribe un único poema: “La encontramos en la escalera. / El pelo. / Una negra ala de cuervo que el pelo azotaba / contra el sucio suelo de linóleo. La tendimos en la cama / y vimos que los ángeles ya la habían fecundado”.

Ya como poeta maldito, Elling comienza a visitar  tugurios intelectuales. Conocen a más gente. Salen de nuevo a comer. Reparan viejos coches americanos de ocho cilindros. Viajan. Se emborrachan. Ríen. Viven…

“¿Era este el hombre que iba por ahí afirmando que estaba dispuesto a vender su alma al diablo por un solo pelo de chichi? Desde luego no daba esa impresión. Parecía un leñador homosexual al que alguien hubiera forzado a ir a un prostíbulo”, dice Elling a su colega Kjell Bjarne.

“Elling. Hermanos de sangre” es una tronchante comedia moderna, escrita de manera inteligente y tierna, pero con grandes dosis de malicia e ironía. Un gran descubrimiento, perfecto para desintoxicarse de la cruel realidad y de tanta novela criminal. Seguiremos la pista a Ingvar Ambjørnsen, responsable de un libro inolvidable sobre el placer de lo sencillo.

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La calle es de Gallardón

“Es una mierda, este Madrid / que ni las ratas pueden vivir”. Leño.

Hace no demasiado tiempo Bob Dylan, seguramente el músico vivo más influyente, fue detenido en un barrio de Long Branch, Nueva Jersey, por “pasear sin rumbo”. La policía, que no reconoció a la estrella del folk y el rock, dijo que se trataba de “un viejo desaliñado y sin afeitar”, y que se encontraba “al filo de la legalidad”. El autor de “Mr Tambourine Man” intentó aclarar su injustificable actitud diciendo que solo estaba estirando las piernas antes del concierto que tenía que ofrecer esa noche.

“La calle es mía”, dijo en 1976 Manuel Fraga Iribarne. Uno de sus alumnos aventajados, el alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón, toma el relevo del ministro franquista y propone que el PP incluya para las elecciones generales una ley que permita a los Ayuntamientos sacar de la calle a los vagabundos. Ya sabe: si es usted viejo, esta mañana no se ha afeitado, su aspecto es desaliñado o es un cantautor de leyenda, procure no pasear por las calles de Madrid. No, no es por la contaminación, los socavones o los atascos. Es porque alguien puede considerarle un peligro social. Quizá sus huesos acaben en los calabozos de la DGS. Tal vez le apliquen una remozada Ley de Vagos y Maleantes…

Resulta siniestro que Gallardón, miembro de un partido incapaz de acabar con una putrefacción que les corroe las entrañas, pretenda “limpiar” las calles de pordioseros. Se podría dar la macabra circunstancia de que la policía detuviera a Bob Dylan durante su próxima visita a Madrid, y Camps, Correa y el Bigotes se quedaran sin poder asistir al concierto.

 

La fuga del vagabundo (Drifter´s Escape)

“Ayúdeme en mi debilidad”

Oí decir al vagabundo

Mientras lo sacaban del tribunal

Y se lo llevaban

“Mi viaje ha sido plácido

No me queda mucho tiempo

Y todavía desconozco

Cual ha sido mi delito”.

 

El juez se quitó la toga

Una lágrima le asomaba

“No alcanzarás a comprender”, dijo

“¿Por qué habrías de intentarlo?”

Fuera, la multitud bullía

Podrías, oírla tras la puerta

Dentro, el juez abandonaba el estrado

Y el jurado exigía más.

 

“Callad a este jurado maldito”

Gritaban el ayudante y el enfermero

“El juicio ya fue un desastre

Pero esto es diez veces peor”

Fue entonces cuando un rayo

Fulminó el juzgado

Y mientras todos rezaban de hinojos

El vagabundo escapó.

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Un motivo para NO ver la televisión

Las buenas noches.

Cd: Un mal día (lo tiene cualquiera).

Para descargar, pinchar aquí.

Miguel Brieva es un genio. Uno de esos dibujantes especiales, que surgen muy de cuando en cuando para ayudarnos a sobrellevar las miserias de un mundo demasiadas veces aburrido y gris. Brieva tiene el espíritu indomable de Forges, la puntería de El Roto, el talento de Crumb… Y además toca el charango, el cuatro venezolano y percusiones. El surrealismo de algunas de sus ilustraciones se traslada al mundo de la música, con una banda formada por, además de Brieva, Rubén Alonso (voz, ukelele, banjo, dobro), Daniel Cuberta (batería) Camilo Bosso (contrabajo, xilófono) Daniel Gómez (guitarra española, charango, piano de juguete).

Se llaman “Las buenas noches”, son de Sevilla y acaban de grabar su segundo disco, “Un mal día (lo tiene cualquiera)”, que se puede descargar en su IMPRESIONANTE página web. ¿Folk atmosférico? ¿Rock narrado? ¿pop orgánico? No seré yo quien intente describir esta insolente grabación, realizada con instrumentos acústicos, conceptos cósmicos y mentes en ebullición. Las buenas noches son… diferentes. Por suerte.