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Aquellos maravillosos años

¿Recuerda usted a Alfredo Urdaci? Ah, qué tiempos aquellos… Alfredo Urdaci fue un tipo que se hizo llamar periodista, que cuando dirigió los informativos de TVE los puso al servicio del Gobierno de Aznar, y que se burló de todos los españoles convirtiendo la televisión pública en un órgano perfecto de manipulación y propaganda. Urdaci fue el necio que pasó a la historia por leer en un informativo aquello de “Ce Ce O O” durante la rectificación de unas informaciones en favor del gobierno emitidas antes y durante la huelga general del 20 de junio de 2002. Cuando terminó su trabajo para el Partido Popular, y tras un periodo de reflexión como monologuista en La Sexta, siguió ejerciendo de mamporrero, sosteniendo entonces los atributos de otro español de bien: El Pocero.

“Estoy en excedencia en TVE y hay días en que el cuerpo me pide volver”, amenazó hace un par de meses Urdaci en El Mundo. Normal. El bueno de Urdaci está viendo cómo Julio Somoano, actual director de informativos de la televisión pública, acaba de nuevo con la credibilidad de TVE para volver a convertirla en un órgano de propaganda del gobierno, y se lo llevan los demonios: “Yo lo podría hacer mejor y más rápido”, pensará el que fuera compañero de Letizia Ortiz.

Quizá Urdaci lo podría hacer mejor, y más rápido, pero desde luego no tan sibilinamente como Somoano. Urdaci era un manipulador de brocha gorda, de “Ce Ce O O”, un monologuista bocazas, un pocero exhibicionista, un gañán. Está acabado. Sin embargo, Somoano está en la cresta de su carrera, en la cumbre de la manipulación: acaba de realizar cambios en los informativos de TVE, hundidos a nivel de audiencia y credibilidad, situando delante de las cámaras de los telediarios a presentadores supuestamente progresistas, y detrás a editores conservadores que apestan a Urdaci. El muñeco progresista lee la noticia que ha elegido y escrito el periodista  conservador. Y usted y yo nos tragamos el informativo pensando: “¡Cómo han ganado en neutralidad y rigor estos jodidos telediarios!”.

Un ejemplo del movimiento, digno de un trilero profesional: Ángeles Bandrés, la periodista que se encargó de la información de la famosa huelga general que provocó la condena de la Audiencia Nacional, manejará a partir de ahora los hilos del informativo del fin de semana. El Consejo de Informativos de TVE ya ha protestado por estos “inadecuados” nombramientos: “Este Consejo considera que, dado que ya ejercieron esta labor y se conoce su trabajo, (los nuevos editores) no son los adecuados para cumplir con el imperativo de unos informativos plurales, independientes y elaborados con criterios profesionales y no políticos”.

¿Una jugada maestra? No tanto. Canta demasiado. El manipulador profesional no dispone de tiempo, no puede detenerse en sutilezas. El político reclama su intervención urgente, sobre todo cuando tiene problemas. Y es bien sabido que Mariano Rajoy en particular, y el PP en general, tienen en este momento problemas. Muchos problemas. Graves problemas. Somoano no puede hacerse el exquisito: agarra la brocha que dejó Urdaci y pega cuatro zurriagazos a la pared del periodismo para disimular los desconchones, ganar algo de tiempo y mantener su sueldo y su estatus unos meses más. “Si Rajoy aguanta como un jabato con la que le está cayendo, no voy a ser yo menos”, pensará.

Solo nos queda por saber una cosa: ¿Con qué Pocero acabará trabajando Somoano cuando salga de TVE?

 

Un motivo para NO ver la televisión

Centauros del desierto

Autor: Alan Le May.

Editorial: Valdemar /Frontera.

Dirigido por John Ford y protagonizado por John Wayne, “Centauros del desierto” es un western enorme, clásico, estremecedor, inolvidable. Una obra maestra basada en la novela que nos ocupa, y que increíblemente está a la altura de la grandiosa película, la mejor de la historia para Steven Spielberg. Leer “Centauros del desierto” es tan emocionante, tan impactante, como ver la épica cinta del maestro Ford.

La historia es bien conocida: los comanches matan a una familia de colonos blancos y secuestran a una de sus hijas. Amos y Martin, dos hombres relacionados por diferentes motivos con las víctimas, emprenden la persecución de esos indios, convirtiendo la búsqueda en su forma de vida, en su razón de ser, en su única meta. Durante los años que pasan siguiendo las huellas de los secuestradores sufren toda clase de calamidades, aprenden a seguir rastros, sobreviven al clima extremo de la pradera de Texas, pasan hambre y frío, conocen las costumbres de las diferentes tribus, e incluso llegan a comerciar con ellas.

Amos y Martin odian profundamente a los indios. “Centauros del desierto” cuenta sin paños calientes la violencia de unos y otros, describe con maestría las batallas, las cabelleras cortadas, la degradación absoluta del buscador (The Searchers, el título original). El resultado es un mosaico brutal, y me temo que real, de la vida en el viejo oeste. Imprescindible.