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Antisistema Nicolás

El pequeño Nicolás no sabe si dedicarse a la política o a la televisión. Duda el pícaro entre formar un partido y ser candidato independiente, y antisitema (“quiero presentarme para cerrar el Senado”), o fichar por Mediaset para entrar en la casa del reality “Gran Hermano VIP”. Dos formas de ganarse la vida igual de intensas, de honradas y de comprometidas, ambas con un fuerte contenido social. El espía de chichinabo lo tiene claro: “El sistema me ha utilizado y me ha adoctrinado, pero yo no tengo ideología. Estoy cansado de la división entre izquierdas y derechas”.

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Nicolás no es un freak, cuidado. O por lo menos no más que Granados, el hombre de Aguirre que escondió un millón de euros en un altillo de la casa de sus suegros (En mi casa ha entrado mucha gente del Ikea y fontaneros”, dicen los propietarios de la vivienda). O que Gómez de la Serna, el diputado del PP que envió a un procurador a recoger su credencial de diputado. Nicolás solo es una víctima de los tiempos que corren, de la política que nos gobierna, de la televisión que nos entretiene.

Nicolás solo quiere entretener. Es un crooner mudo, un trovador que abre la boca para narrar, con voz sorda, la realidad que le ha tocado vivir. Un país que se mueve entre la golfería y la mediocridad, entre la ciencia en el exilio y el triunfo de Bertín Osborne, entre la ingobernabilidad y la mezquindad política. Un país que le viene al pelo.

P.D.

Manuela Carmena entrevistada en 1981…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Maldito desde la cuna.

Autor: William S. Burroughs Jr.

Editorial: Dirty Works.

978849441411

De tal palo, tal astilla. No podía ser de otra manera. El hijo del gran William S. Burroughs, Billy Jr, sólo podía ser escritor, y sólo podía serlo desde la radicalidad, desde la adicción, desde el alcoholismo, desde el lado salvaje. “Mi familia estaba compuesta de fumetas, ladrones y navajeros, y se nos conocía como los Rufianes Burroughs. Yo y mis muchachos hacíamos lo que alegremente se nos antojaba. En los gratos atardeceres, algunos nos escapábamos de la escuela y descendíamos hasta las canchas de tejo para contemplar el modo en que los ancianos tropezaban y se caían. A este espectáculo lo bautizamos como La Competición del Tropiezo y la Caída. Observábamos desde una distancia prudencial y no les importunábamos”.

El chaval de William S. Burroughs tuvo el mejor maestro posible. Para criarse torcido. Y para escribir una autobiografía áspera y cruda que pone los pelos de punta. El padre de Billy Jr mató a su madre de un tiro. Al chico, criado por sus abuelos, le obsesionaba la figura paterna, el éxito del autor de “El almuerzo desnudo”. Los problemas, en forma de cárcel, chute de caballo o clínica de desintoxicación, forman su carácter, su forma de expresarse, su literatura. “Sueños de hachís bajo la influencia de auriculares: veo dos edificios derruidos, las fachadas posteriores reventadas, vigas desnudas a tientas contra un humeante cielo crepuscular”.

“Maldito desde la cuna” es una recopilación, perfectamente ordenada y enlazada, de textos que el hijo de William S. Burroughs había escrito para su tercera novela. Puro underground USA, a la altura de Bunker, Crews y los grandes del género: “Había un caudal de strippers itinerantes que actuaban en el Black Lace. Algunas eran fascinantes, como la que pescaba las guindas de las copas de la gente, se las metía en el coño afeitado y las lanzaba a tres metros de distancia por encima de la clientela obsequiosa diciendo (tras un redoble de tambor): ¿Queréis mi cereza?”.

Billy Jr escribía desde el dolor, desde la droga y el alcohol, desde la cama del hospital y bajo la sombra del padre. Pero  también desde un talento callejero, seguramente genético, que tenía mucho que ver con la poesía de la derrota. Se sabía un perdedor, incapaz de alzarse sobre la memoria, de arrinconar su historia, de olvidar a su viejo. En el viaje que cuenta en “Maldito desde la cuna” no solo le acompaña su padre, sino algunos grandes talentos de la Generación Beat: “Un hombre raro de verdad, este Allen Ginsberg, parecido a un arbusto sin gafas. Ojos como lagos turbios en los que alguien lanza guijarros… Taimado como Dylan, dedo húmedo en los vientos del cambio, camaleónico desde los Beats a los hippies a los yippies y al Tibet, sin que nadie note nada raro salvo al propio Allen y el hecho de que aún siga por ahí leyendo poesía, calmando el caos, ommmmmmmmmizando a la policía y, más recientemente, cantando las canciones más horribles que te puedas imaginar acompañándose de un armonio y con tal exuberancia que te hace pensar, por lo que más quieras no le interrumpas, que va a tener la fuerza de un demente”.