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La mirada del asesino

La portada de ABC del sábado 28 de noviembre de 2009 debería suponer un antes y un después en la historia del diario del grupo Vocento. Y del periodismo español. En esa portada se lee, sobre  una foto de Diego P.V., el siguiente texto: “La mirada del asesino de una niña de tres años. Tenerife llora la muerte de Aitana, que no superó las quemaduras y los golpes propinados por el novio de su madre”. Hoy, sólo dos días después, Diego P.V. está en libertad. La niña ni fue maltratada, ni violada, ni asesinada. Murió como consecuencia de un coágulo que le produjo un golpe en la cabeza con un columpio.

 


 

Con haber esperado dos días, solo dos días, el tiempo que ha tardado en practicarse la autopsia, hubiese sido suficiente. Pero para qué esperar dos días, cuando podían tener el mismo sábado en portada “la mirada del asesino”. En esta ocasión no estamos hablando de columnistas tendenciosos, de editoriales alarmistas o de miserias similares. Cada uno elige el periódico que lee. Hoy hablamos de no respetar el principio de presunción de inocencia. Y de condenar desde un periódico a un hombre inocente. Ahora está hundido, y su familia, deshecha. Diego P.V. ha tenido que cambiar de domicilio y está siendo protegido por la guardia civil. Miles de personas han escupido en su rostro de papel.

“Estoy avergonzado de mi profesión”, asegura Melchor Miralles, director de Veo 7, en “Los desayunos de TVE”. Seguro que Miralles ha tenido muchas oportunidades a lo largo de su extensa carrera para tener esa sensación, el 11M sin ir más lejos, pero ha sido ahora cuando ha entonado el mea culpa. Nunca es tarde. Miralles reparte las culpas, algo que no exime de responsabilidades, y reniega de “la costumbre que tenemos los medios de dar por buenas, sin hacer ningún tipo de comprobación, las informaciones oficiales”.

Pero volvamos a ABC, y su portada con “la mirada de un asesino”. El daño ya está hecho, evidentemente, pero se debería reflexionar sobre dos cuestiones importantes. Primero, preguntarnos si es posible que los medios implicados reparen de alguna manera a las víctimas de estas informaciones falsas. Segundo, recordar que el único que puede castigar realmente estas prácticas sensacionalistas es el lector.