“Aquel que lucha con monstruos, cuídese de no llegar a ser monstruo a su vez. Y si miras por mucho tiempo un abismo, el abismo también mirará dentro de ti”. Más allá del bien y del mal. Friedrich Nietzsche.
En los atentados del 11 de septiembre en Nueva York murieron más de tres mil personas, pero los cadáveres apenas se vieron en prensa y televisión. Algo parecido sucedió cuando las bombas en los trenes madrileños el 11 de marzo. O con las inundaciones de Nueva Orleans. O con los ataques al metro de Londres en 2005. En España se llegó a detener a tres empleados de los servicios de urgencias por difundir en internet “fotos escabrosas” de los atentados en Madrid. Los Estados, la policía, la decencia, tratan de impedir que las imágenes de los muertos se conviertan en material comercial y ocupen portadas de periódicos o abran informativos. Quieren evitar que las personas se conviertan en despojos. Algunos medios se auto regulan. No se trata de ocultar la importancia del drama, sino de intentar que el dolor de los familiares, amigos y vecinos de los fallecidos no se multiplique o se prolongue más allá de lo necesario. No parece censura. Parece ética periodística.
(AP Photo/Gregory Bull)
Curiosamente, cuando se trata de tragedias lejanas, de otros países, de otras pieles, no somos tan discretos y cuidadosos. Son cadáveres de segunda, víctimas que, pobres, no se han ganado el derecho a la intimidad. “Durmiendo con los muertos”, titulaba El Mundo en la portada del pasado viernes, a cuatro columnas, bajo una fotografía con cadáveres amontonados. “Parió la muerte”, titulaba ayer “Crónica”, suplemento dominical del mismo diario, sobre una foto a toda página de los cadáveres de una mujer embaraza y un niño agarrado a sus piernas. Ambos semidesnudos.
¿Dónde están los límites, tanto éticos como estéticos? Podríamos pensar que en la conciencia de cada medio, de cada periodista. “Cientos de cadáveres, como los que pueden ver a mis espaldas, cubren las calles”, dice la reportera de Cuatro mientras señala a sus espaldas. La cámara sigue su mirada. Y nos invaden las imágenes de muertos descomponiéndose apilados en las aceras. “Todo es oscuro en Hahití”, dice un poeta llamado Pedro Piqueras. Otra forma de obscenidad periodística: convertirse, como hace el director de informativos de Telecinco, en protagonista de la información. Las cámaras de esta cadena muestran heridas abiertas y purulentas, o a Piqueras de reportero intrépido.
La libertad de expresión es indispensable, pero no absoluta. ¿Aporta algo de información sobre el terremoto de Haití, sobre la situación actual del país y sus miserias, el rostro aplastado de un hombre? ¿Y los cadáveres obscenamente desnudos de una mujer embarazada y un niño? Sea cual sea su respuesta, recuerden que, como escribió Baltasar Gracián, “No hay monstruosidad sin padrinos”. La indecencia de algunos medios de comunicación no es nueva, y obliga a que la responsabilidad final recaiga en el lector, en el televidente, que en dramas de este calibre se convierte en un editor obligado a filtrar qué tipo de información está dispuesto a recibir.
Las cadenas de televisión que emiten imágenes siniestras e innecesarias, y los periódicos en los que “pario la muerte”, insultan a las víctimas. Y a los lectores y telespectadores. Me quedo con The Boston Globe, y su álbum de fotografías sobre Haití, un modelo de prudencia y periodismo. No evitan las imágenes duras, pero no se recrean en ellas. Y advierten sobre las más escabrosas, que tienen que ser abiertas con un clic.
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Un motivo para NO ver la televisión
Los Madison
Cd: Vendaval.
Nuevo disco de los Madison, una banda madrileña que lleva camino de convertirse en una referencia dentro del rock and roll nacional. Grandes canciones, guitarras en ebullición, una voz identificable y creíble… Y además con un buen directo. Ya no es necesario seguirles la pista. Han confirmado que son una realidad con canciones tan grandes como esta: “Soldados”.
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