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Ingeniería jurídica

Ha nacido un elefante asiático en Madrid. Concretamente en el zoológico. Los propietarios de esas instalaciones están tan contentos con el feliz acontecimiento que lo anuncian hasta en las marquesinas del autobús. Después de 21 meses de embarazo Sammy, la madre, dio a luz el pasado día dos. La criatura, que peso cien kilos al nacer, aún no tiene nombre. No por nada, sino porque los niños pueden participar en el bautizo enviando sus propuestas a través de Facebook y Twitter. Una estrategia comercial como otra cualquiera.

Le cuento esta historia de paquidermos en cautividad porque al ver las imágenes del animalito junto a su madre, detrás de unas rejas, en una jaula de cemento, me he acordado de que estos días el Tribunal Europeo de Derechos Humanos analiza si se debería derogar la llamada “doctrina Parot”. Hasta entonces, ¿se podría beneficiar el elefantito y su familia del actual método de cálculo de beneficios penitenciarios?

El Gobierno de Mariano Rajoy ya ha advertido que en caso de que Europa tumbe la “doctrina Parot” está dispuesto a realizar “ingeniería jurídica”. Es decir, que intentarán pasarse la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos por las ingles. Bueno es saberlo. Así las cosas, quizá los ciudadanos también podríamos pasarnos por los bajos algunas leyes, e incluso muchas de las decisiones de Mariano y los suyos. Y quién sabe si boicotear actos oficiales. O señalar y poner en evidencia a los políticos corruptos de manera más directa. Escrache, le llaman. O quizá organizar más y mejores manifestaciones, concentraciones y huelgas. O quién sabe si exigir de forma contundente el cumplimiento del programa electoral. O tal vez impedir desalojos. El invento muy bien podría denominarse “ingeniería social”.

En el momento de escribir este post nada se sabe del destino de la doctrina Parot. Lo único que es seguro es que la cría de elefante asiático del zoo de Madrid, una especie en peligro de extinción, vivirá el resto de sus días entre barrotes. Lejos de los bosques tropicales, que es donde debería estar. Una forma de maltrato y tortura como otra cualquiera. ¡Lástima de ingeniería animal!

 

Un motivo para NO ver la televisión

La banda que escribía torcido

Autor: Marc Weingarten.

Editorial: Libros del K.O.

Cualquier periodista con un mínimo de interés por su trabajo devorará este libro, un recorrido amplio y minucioso por la que para muchos es la época dorada de la profesión: el Nuevo Periodismo. Como cabe suponer, por las jugosas 550 páginas de “La banda que escribía torcido” desfila la flor y nata del reporterismo, desde Tom Wolfe a Gay Talese  pasado por Hunter S. Thompson, Michael Herr, Joan Didion o John Sack. Pero el autor no se deslumbra con el brillo de estas rutilantes estrellas, y husmea en las entrañas del negocio. Editores, inversores, dueños de medios, fotógrafos… No falta nadie en esta Biblia del periodismo con ambiciones literarias, que arranca con una frase demoledora: “Quizás deberíamos volar por los aires el edificio de The New Yorker”.

El primer gran mérito de Weingarten es que, pese a la cantidad ingente de nombres e información que ha recopilado, el libro se lee como una novela de aventuras. El segundo es la atemporalidad: escrito en 2005, y narrando historias sucedidas hace cuatro décadas, resulta de absoluta y total actualidad. El periodismo cambia con el tiempo, pero el bueno no tanto. La tercera grandeza de “La banda que escribía torcido” es su capacidad pedagógica: revela infinidad de técnicas y trucos de los grandes reporteros, de manera que cuando terminas la última página deberías ser mejor periodista que cuando lo empezaste. De no ser así, el lector tiene que comenzar a leer de nuevo, esta vez lápiz en mano, subrayando y repitiendo párrafos en voz alta.

Un ejemplo: “Breslin no podía soportar el periodismo en manada: si un puñado de periodistas se dirigía fervientemente hacia una dirección, él tomaba el camino opuesto en busca de la única y verdadera crónica”. Amén. Jimmy Breslin, en el 62 periodista deportivo del New York Journal-American, tenía el mismo credo que Talese: “el perdedor siempre es más importante que el ganador”.

Weingarten analiza a los grandes con breves pero jugosos, y en ocasiones brillantes, perfiles personales y profesionales. Tom Wolfe fue “el mago que moldeó con sus palabras la nueva clase emergente de la década, la nueva cultura juvenil de los años sesenta”. Joan Didion era “una hija del oeste”, con un talento enorme pero un escaso reconocimiento. Hunter S. Thompson aparece como lo que fue, un kamikaze del periodismo, pero en lugar de husmear en los excesos (“en 1971 estuvo a punto de convertirse en el periodista más infame de Estados Unidos”) recupera sus técnicas de trabajo y el innovador método que utilizó para escribir su inolvidable crónica sobre los Ángeles del Infierno: gastarse los primeros 1.500 dólares que le dieron como adelanto en una motocicleta BSA Relampago 650, “la moto más rápida de la carretera”, para poder salir de marcha con sus nuevos colegas.

Michael Heer quería firmar el libro bélico jamás escrito, “alcanzar la cumbre del periodismo”. Y eso pese a confesar sus enormes debilidades: “No tengo los instintos de un periodista y no poseo ni el entrenamiento ni la disciplina de un periodistas”. Minucias que no le impidieron aterrizar en Vietnam, vivir la guerra en el frente y redactar artículos memorables para la revista Esquire.

Norman Mailer representaba “la crítica social más perspicaz de la época”. El de New Jersey era de los más “adultos” de su generación de escritores, “un envejecido enfant terrible del mundo de las letras, acuciado por todas partes, padre sabio de seis niños, intelectual radical, filósofo existencialista, autor incansable, campeón de la obscenidad, marido de cuatro esposas enfrentadas, admirable bebedor, e imagen exagerada de un camorrista callejero, organizador de fiestas, experto insultador de azafatas…”. Con este gran currículo es normal que escribiera maravillas como “Los ejércitos de la noche”, “La canción del verdugo” o “En la cima del mundo”.

Y así hasta la última línea, del último párrafo, de la página final. Un compendio de erudición periodística sin parangón en la literatura actual, un “quién es quién” del reporterismo innovador, una lectura realmente gozosa. Absolutamente imprescindible para periodistas, y muy recomendable para la gente de bien.