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El hijo del campechano es un tipo familiar

Desayuno con una prensa especialmente empalagosa que, una vez más, no hace su trabajo. El Rey Felipe VI cumple 50 años y los grandes (¿) periódicos reproducen, como Hola! o Lecturas, las imágenes que les ha facilitado la Casa del Rey. Corderos al servicio del poder, aliñan esas imágenes perfectas (la familia desayuna unida, los padres acompañan a las niñas al colegio, el rey trabajando) con blandengues textos promocionales de cosecha propia. Todo en portada y con amplio despliegue en páginas interiores, videos, etc.

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El hijo del campechano es un tipo familiar, que usted lo sepa. ¿Esto es lo que quiero yo de un periódico por el que pago dos euros? ¿Que me amargue el café con una mezcla de babas y melaza? Recuerdo mientras me como una tostada de pan con aceite la imagen que ha dejado Juan Carlos, padre de Felipe. Los medios dirán que fue un rey modélico, que paró un golpe de estado, que apuntaló la democracia y esto y lo otro. Yo le recuerdo junto a un elefante muerto, junto a una cariacontecida reina cornuda, junto a las élites y los bribones, pegado a una rubia tras otra.

Es el reino de la hipocresía. Los mismos que hace unos meses despellejaban a Carolina Bescansa por llevar a su hijo al Congreso se rompen hoy las manos aplaudiendo a un rey que utiliza a sus hijas en toda una campaña promocional.

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Que periódicos supuestamente serios, es decir, críticos, publiquen con repugnante docilidad las fotografías promocionales que les envía la maquinaria monárquica es muy triste. Indica el estado de la prensa. Y advierte al lector inteligente de las hipotecas que tienen las empresas de comunicación con el poder, de cuán conservadoras pueden llegar a ser, de la patética autocensura que practican, de lo lejos que están de las necesidades reales del ciudadano/lector.

Un motivo para NO ver la televisión

La extinción de las especies.

Autor: Diego Vecchio.

Editorial: Anagrama.

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Soy de esas personas que, cuando llega a una ciudad desconocida, lo primero que hace es visitar su museo de ciencias naturales. Y poco importa que la ciudad y el museo sean grandiosos, como sucede con Nueva York o Londres, o que se trate de espacios tan modestos como los de Venecia o Windhoek. Con esto quiero pedirle que sea prudente con el entusiasmo que voy a transmitirle tras leer, de una sentada, la obra finalista del Premio Herralde de Novela. “La extinción de las especies”, del argentino Diego Vecchio, entusiasmará a todos los aficionados a los gabinetes de historia natural, a las viejas y heroicas expediciones, a los que buscan el conocimiento y confían en la ciencia, a los que aman a los dinosaurios y observan las estrellas, a los que coleccionan fósiles o rocas, a los que sueñan con viajes exóticos, con animales sorprendentes, con aprender algo cada día.

“El sueño de Mr. Spears era que quien visitara su museo y estuviera predispuesto para tal aventura, emprendiera un viaje hasta espacios y épocas remotas, desplazándose en un vehículo mucho más veloz que el más veloz de los ferrocarriles, como puede llegar a ser la imaginación cuando es custodiada por la ciencia”.

La imaginación custodiada por la ciencia. ¿Se puede soñar más alto? Zacharias Spears utiliza el legado de Sir James Smithson para levantar un museo en Washington. El contenido del mismo está claro: “Por el módico precio de 2 centavos, el Museo de Historia Natural daría a ver el espectáculo del mundo, comprimiendo a escala humana el parsimonioso tiempo de los planetas, de modo que hasta un niño pudiera observar, en cuarenta minutos, aquello que había acontecido durante miles de millones de años”. El éxito no se hace esperar. Y su expansión, tampoco. Pero los conceptos cambian tanto como los contenidos o las ideas. Surgen nuevos museos mientras otros cierran. Cambia el ansia por acumular, por coleccionar, que deja paso a la restauración de arte, a la reconstrucción, del mismo modo en que los meteoritos se apartan ante la irrupción de la antropología, la psicología, la etnología…

“Los etnólogos se invitaban a las ceremonias de iniciación o a las danzas para ganar la amistad de los dioses de maíz. Durante los festines, bebían procurando no perder la compostura, antes de retirarse a dormir a la tienda de campaña, evitando en lo posible participar en orgías. Sabían muy bien que las relaciones carnales podían llegar a estropear la vista”.

Un viaje por los museos que Vecchio cuenta de manera tremendamente original, en ocasiones profundamente surrealista, utilizando las voces de personajes que ven este mundo de maneras muy diferentes: Spears y sus niños momificados, Benjamin Bloom y sus conferencias sobre etnología, Annabeth Murphy devolviendo pinturas a la vida, Eleanor Sullivan metiendo en el horno cookies con pepitas de chocolate… Y una desafortunada gata llamada Tangerine.

El argentino no solo escribe de maravilla, sino que disfruta de un sentido del humor y una ironía tremendamente desarrollados. Cada página es una sorpresa, cada párrafo un placer. Un libro brillante que invita a imaginar, a conocer y a observar cuanto nos rodea con los ojos muy abiertos. Ese mundo ancho y ajeno puede caber entre las paredes de un hermoso edificio.