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El nuevo rey

Ver al nuevo rey de España, el hijo del campechano y hermano de la imputada, el preparado, recorrer las calles de Madrid en el Rolls de Franco, vestido de militar, entre gritos de “Viva España”, rodeado de cuerpos de caballería, gastadores y soldados de infantería, le devuelve a uno la ilusión de ser español. Esa ilusión que solo unas horas antes nos habían quitado Iniesta, Del Bosque y compañía. Esa ilusión que nos quieren robar los catalanes independentistas, los vascos abertxales y los bolivarianos de Podemos. Esa ilusión que nos tratan de hurtar los agoreros que se empeñan en recordarnos que vivimos en un país con seis millones de parados, un Gobierno corrupto, hambre en las escuelas y un 22% de los españoles sumergidos en la pobreza.

Ver a los reyes de España, los nuevos y los viejos, con las campanas de la Almudena repicando de fondo, en el balcón principal de la Plaza de Oriente, es justo lo que España necesita. La imagen, saludando al pueblo llano moviendo sus bracitos, como los gatitos chinos, transmitía esa estabilidad que nos quieren rapiñar los antisitemas, los parados de larga duración, los jubilados que no llegan a fin de mes y los enfermos que deben esperar un año para ser operados.

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¡Cómo ondeaban al viento las banderitas que había repartido Ana Botella entre los madrileños! La unidad reinaba en las calles de Madrid. Ni una protesta, ni un símbolo republicano: la policía tenía orden de retirarlos, como recomiendan las reglas democráticas más elementales. Todo eran aplausos y besamanos. Y vivas a los nuevos reyes. ¡Cómo saludaban a sus súbditos! ¡Y cómo les aclamaba a ellos el populacho! Emoción a raudales. La fiesta de la democracia, sin duda.

El pueblo de Madrid agradeció en las calles al nuevo rey, Felipe VI, que ofreciera a los españoles un primer discurso en el que resumió a la perfección el carácter de la institución: un coñazo total. Repleto de frases hechas y obviedades. Que si las nuevas tecnologías, que si el siglo de la ecología, que si la unidad de España, que si la modernidad, que si la renovación de la monarquía, que si la ejemplaridad, que si pitos y flautas. El discurso escrito por un secretario que Felipe VI leyó con la misma emoción con que el camarero le canta a usted el menú del día. El discurso de un rey, personaje medieval, que rechina en pleno siglo XXI. “Un discurso demasiado detallista”, dijo un comentarista de TVE que mataría por hacerle la bisagra a Letizia.

Un discurso sin alma para un líder sin chicha, para una institución antediluviana, para un país que apesta a rancio, a corrupto, a franquismo no superado, a socialista monárquico, a diferencias cada vez mayores entre el poder político y económico y los ciudadanos. Un discurso mediocre para un país gris, dócil y sumiso que no se si me da más pena o más asco.

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 P.D.

La policía detiene a una mujer por llevar la bandera tricolor.

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