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Mujeres

En los medios de comunicación las mujeres están claramente marginadas. En las redacciones y en las noticias. En los sueldos y en la edición. La gran mayoría de los puestos importantes están ocupados por hombres. Las noticias machistas abundan, el cuerpo de la mujer sigue utilizándose como reclamo. Los avances en este sentido, la búsqueda de la igualdad, son muy lentos, casi anecdóticos.

Acabo de leer que Cristina Fallarás ha sido nombrada nueva directora de la edición digital de Diario 16. Y que Ana Pardo de Vera es la nueva directora de Público. Enhorabuena. Son excelentes noticias, claro que sí.

Conozco a Fallarás y a Pardo de Vera gracias a las tertulias televisivas. Son personajes populares por sus apariciones en la parte más comercial y amarilla del periodismo: esos gallineros organizados por las cadenas comerciales para rentabilizar la política. Fallarás me parece un personaje melodramático de carácter histriónico, una exageración de tertuliana, con sus voces y sus aspavientos. El sueño de cualquier programa con ganas de dar la nota. Pardo de Vera resulta en pantalla mucho más prudente y contenida. Desconozco cómo ejercerán sus nuevos cargos, pero espero que de maravilla.

Mientras tanto sigo leyendo y me encuentro con las tres noticias más leídas en El Mundo. ¿Quién dijo que el periodismo discrimina a la mujer?

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Un motivo para NO ver la televisión

Una chica con pistola.

Autora: Amy Stewart.

Editorial: Siruela.

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“Esta es una obra de ficción histórica basada en hechos reales y en gente de carne y hueso”, advierte la autora de esta obra en las notas finales. Un detalle fundamental que engrandece el libro: ¡La tremenda historia de las hermanas Kopp es cierta! Es decir, que la fantástica aventura que hemos vivido, tensa como una buena novela policiaca, tiene una base real: la escritora norteamericana Amy Stewart ha husmeado en archivos, actas judiciales, testamentos, certificados de nacimiento y artículos de prensa en busca de la verdad sobre unas mujeres excepcionales, capaces de enfrentarse al desalmado empresario al frente de una organización mafiosa.

“Los secretos y el engaño eran las especialidades de mi madre. Cuando le convenía mentir sobre la edad, inventaba distintas fechas de nacimiento. No se fiaba de las autoridades y nunca llegó a creerse con derecho a vivir aquí. Debió de quedar algún registro de su entrada en este país, pero ella no tenía ni idea y aseguraba no estar en posesión de la ciudadanía. Tenía miedo a los médicos, a los recaudadores de impuestos, a los empleados del censo, a los inspectores, a los periodistas y a la policía, sobre todo a la policía”.

Lo primero que se debe decir tras leer “Una chica con pistola” es que Stewart escribe de maravilla. Sin aspavientos, con descripciones certeras de personajes y situaciones, arrastra al lector a una situación dantesca pero absolutamente creíble. Constance, Norma y Fleurette, las hermanas Kopp, viven aisladas en una granja tras la muerte de su madre. Durante un viaje a la ciudad, un coche conducido por el dueño de una fábrica destroza la calesa en que viajaban. El ricachón se niega a pagar los desperfectos. Las hermanas, comandadas por una Constance absolutamente irreductible, inician una batalla por sus derechos, esos 50 dólares en que está valorada la reparación de su vehículo. Las cosas se complican cuando el empresario comienza a acosar a unas Kopp que acuden a la policía y se hacen con un par de pistolas.

“Hacerle entender que debíamos ser parte del mundo en el que nos había tocado vivir. Y no salir corriendo cuando teníamos problemas, ni cuando los tenía el vecino. No salir corriendo a escondernos”.

La sociedad norteamericana de comienzos del siglo XX no estaba acostumbrada a mujeres tan recias, tozudas y valientes como las hermanas Kopp. De la misma manera que los lectores actuales no estamos acostumbrados a descubrimientos tan deslumbrantes, tan contundentes, como éste, un libro de aventuras escrito con un talento inusual. Stewart es todo un hallazgo, y esta obra divertida y sin fisuras una fuente inagotable de placer. Muy recomendable.

Sobre los huesos de los muertos

Un motivo para NO ver la televisión

Sobre los huesos de los muertos

Autora: Olga Tokarczuk.

Editorial: Siruela.

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Si usted es de esos lectores de novela negra que busca nuevas sensaciones, que no se conforma con los detectives norteamericanos y las rubias platino, que disfrutó con la irrupción del tsunami criminal nórdico… ha encontrado su libro del verano. “Sobre los huesos de los muertos” es una novela negra animalista escrita por una polaca. ¿Novela negra animalista? Efectivamente: “Los animales tienen muy desarrollado el sentido de la justicia”, asegura una Olga Tokarczuk que defiende teorías ecologistas radicales. “Nosotros tenemos una forma de concebir el mundo y los animales tienen una forma de sentirlo, ¿sabes?”.

Tokarczuk es una novelista y ensayista nacida en Polonia que, tras recibir numerosos premios literarios, escribe este thriller extraño repleto de recovecos y sombras. La protagonista es Janina Duszejko, una ingeniera de caminos retirada que vive en un pequeño pueblo perdido del suroeste de Polonia. Tierra olvidada de bosques vírgenes, fauna salvaje, tipos duros y cazadores. A estos últimos Janina, astróloga contumaz y lectora de William Blake, los considera asesinos sicópatas.

“Qué tristeza, qué gran tristeza siento por los animales muertos, una tristeza que parece no terminar nunca. Mueren uno tras otro, de modo que estoy en duelo permanente. Me hinqué de rodillas en la nieve manchada de sangre y acaricié su pelo áspero, frío, tieso.

- Usted lamenta más la muerte de un animal que la de un ser humano.

- No es cierto. Me duele igual la muerte de unos y de otros. Pero nadie dispara a la gente indefensa”.

Comienzan a aparecer cadáveres humanos. Vecinos de Janina que mueren entre huellas de corzo, cubiertos por escarabajos, siempre en circunstancias relacionadas con la fauna local. La protagonista de nuestra historia vive estos sucesos de cerca, ocasión que aprovecha para enseñar al lector la región donde vive y la sociedad local. Los personajes, sus costumbres, sus miserias y grandezas, sus misterios insondables. Y critica en cada página la violencia irracional de la caza, de la muerte violenta de animales, del desprecio por la naturaleza.

“Ya no existe la naturaleza –dijo, y entonces vi quién era en realidad aquel guardabosques: un funcionario- Ya es demasiado tarde. Los mecanismos naturales han sido alterados y ahora hay que tener todo esto controlado para que no se produzca una catastrofe”.

“Sobre los huesos de los muertos” es una novela negra soprendente, escrita con pasión y compromiso, que apuesta por la conservación, analiza las contradicciones del ser humano, critica la violencia gratuita y juega con un lector que, anonadado por los hechos, se ve sacudido por el sorprendente final. Ideal para estos días de sofoco y campo. O playa.

Malos hábitos

Los hábitos, sobre todo los malos, son una delicia. Y no solo hablo de ese monacal gin tonic de media tarde… De los religiosos solo tengo referencias lejanas, casi olvidadas. Antes de estudiar en el Ramiro de Maeztu estuve unos años en los Maristas, pero tranquilos que les voy a evitar cualquier referencia sórdida a toqueteos y demás miserias. Que las hubo. El caso es que los caminos de la vocación religiosa se me cerraron muy pronto, antes incluso de saber que Robert Johnson había vendido su alma al diablo en un cruce de caminos para poder tocar el blues como dios.

¿Me estoy marchando por las ramas? Sin duda. Me da mucha pereza meterle mano al tema del post de hoy, un ridículo programa producto de la escasa imaginación y el nulo talento de unos creativos de televisión que se limitan a darle la enésima vuelta de tuerca a los habituales realitys. Donde usted vió artistas de medio pelo disfrazados, analfabetos encerrados en una casa, granjeros que buscan esposa, casados a primera vista, príncipes para una gorrina, gañanes en Gandía o famosetes abandonados en una playa, ahora podrá ver cinco jóvenes desgraciadas que pasan mes y medio en un convento porque quieren ser monjas. Sí, monjas de las de verdad, no de las de ese programa de ensueño llamado “Curas, monjas y viceversa”…

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Cinco jóvenes de entre 20 y 23 años aseguran haber recibido la llamada del señor. Que se dice pronto. Y los de Cuatro, la cadena pequeña de esa fábrica de dinero y telebasura que es Mediaset, las meten en diferentes conventos: las Hermanas del Santísimo Sacramento, las Hermanas de Santa María de Leuca y las Justinianas, cómplices de esta pantomima audiovisual. A partir de ese momento empieza su deambular por este valle televisivo de lágrimas: castidad, pobreza y obediencia. Una tiene novio, otra cree que se duchan en bikini, mientras que la de más allá reza para tener buena audiencia. La más avispada de las novicias reconoce que pensó que podía terminar en “Sálvame”, aunque yo la veo más en la portada de Interviu

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¿Chicas solas en un reality? Ni monjas ni hostias. El fracaso de audiencia está garantizado… excepto si se lían entre ellas. Entonces es el éxito lo que está garantizado. Porque el primer programa resultó de una cursilería, de un aburrimiento, soberanos. “He sentido la llamada”, dice una de ellas. “Mi novio siempre estará ahí… Siento tanto amor por él como por dios”, dice otra mientras besa a su chico en una tienda de cómics. Y luego le dice que se va a un convento: “Eres o tú o la religión… Tengo que intentarlo… Cuando estás ahí estás plena… No sé si volveré contigo”. Paloma dice ser neocatecumenal con la misma alegría con la que yo digo que soy de Atleti: “Cristo es mi hombre… está vivo y me he enamorado de él… siento su abrazo en el calor que me da el sol”. Buenos camellos tienen, qué duda cabe.

Janet dice que tiene una sensibilidad especial con la naturaleza: le encanta bañarse en ríos y abrazar árboles, porque los ángeles están ahí. Su hermana Jaqui tiene un amigo, Jesús, y presume de higiene: “Limpio el water con amor… mi madre es luz”, sentencia. La madre de Janet y Jaqui asegura que se “autosana con las piedras”: “Pedid luz, simplemente”, insiste. Buenos no, buenísimos. Los camellos, digo. Y después salen unas monjitas amojamadas que hablan de pureza.

Arrastran las maletas como si fueran a entrar en Gran Hermano. Y reciben el uniforme. “No es mi hábito favorito, a mí me gustaba más el de Teresa de Calcuta”, dice la aspirante que le pidió a dios entrar en el convento “con tábula rasa”. No se si reír o llorar. Salen a relucir “los kikos”. ¿Sectas? La cosa se pone interesante. Falsa alarma. Juleysi abandona a su novio en celo y, rodeada de monjas veteranas, entra en el convento. “Siento que se me llama a entregar amor a todo el mundo… soy bastante pecadora”, afirma en una frase que puede llevar a equívocos Fernanda, la última… ¿concursante?

Dicen los cómplices religiosos de la mamarrachada televisiva que el programa quizá ayude a desarrollar más vocaciones. Sería un auténtico milagro. El pasado año cayó un 3,5% el número de religiosos en España. Lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta los casos de pederastia, que la Iglesia los ha consentido y camuflado durante años, que los obispos gasten más dinero en financiar 13TV que Cáritas, o que la reforma del ático de lujo de Rouco Varela le costase al arzobispado medio millón de euros. Añádale a esta serie de pecados mortales el programa de Cuatro, ejemplo perfecto de la crisis moral que viven dos industrias, la Iglesia y la televisión, especializadas en el entretenimiento de ficción.

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“Quiero ser monja” es una pérdida de tiempo a la altura del tema que trata. Entretenimiento de baja calidad para espíritus poco exigentes, para almas en pena y para aquellos pardillos que aún creen en sacaperras como la homeopatía, la religión o la televisión.

P.D.

Se pregunta ABC en su sección de televisión si “Wild Frank es Félix Rodríguez de la Fuente adaptado a 2016”. Yo no debería decir nada, que luego los seguidores del popular presentador me ponen a caldo. Pero lo voy a decir, porque estoy completamente de acuerdo con esa frase. Wild Frank es Félix Rodríguez de la Fuente adaptado a 2016, efectivamente, de la misma forma que Melendi es Bob Marley adaptado a 2016, Belén Esteban es Marisol adaptada a 2016 o Mario Vaquerizo es Andy Warhol adaptado a 2016. Un gran año, sin duda, este 2016.

Un motivo para NO ver la televisión

Hay que matar a Lewis Winter.

Autor: Malcolm Mackay.

Editorial: Siruela.

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¿Qué lector de novela negra no ha soñado alguna vez con recurrir a los servicios de un sicario? A mí me sucede cada semana dos o tres veces. Luego se me pasa. El libro que hoy nos ocupa explica que en el mundo de los asesinos a sueldo también hay profesionales y aficionados, y que no se puede ahorrar cuando se contrata este tipo de servicios. Calum MacLean es un sicario de garantías, minucioso y seguro, que trabaja lo justo, planea al milímetro cada actividad y no comete errores. Una buena inversión.

“Así pues, no hay que jugársela. La gente se la juega por dos razones: una aceptable y la otra no. La inaceptable es la codicia, la perspectiva de tener más dinero, aunque en realidad no les haga falta. La otra razón es vivir emociones fuertes, y eso ya es diferente”.

Lewis Winter es un pringado, un traficante de poca monta que, para colmo de males, ha elegido una novia por encima de sus posibilidades. En el mundo del hampa de Glasgow es normal que se produzcan ciertos desajustes, capaces de desestabilizar un negocio que no admite fisuras. Los encargados de mantener el orden mueven ficha: Winter se está metiendo donde no debe, Calum debe quitarle de la circulación. Todo de la manera más fría, más aséptica, más profesional.

“Los imbéciles pueden tener suficiente valor para ser útiles en este mundo. Los inteligentes pueden llegar muy lejos. Para llegar a lo más alto, necesitas las dos cosas. Debes saber cuándo hay que recurrir al cerebro y cuándo a los huevos. Algunos conservan la libertad y el trabajo durante décadas porque no les falta ni una cosa ni la otra. A veces, incluso las personas que las tienen en abundancia cometen un error. Uno solo. Un error tonto, un descuido. Veinte años en la trena. Sin posibilidades de que les vuelvan a emplear después. Los más inteligentes de todos son quienes no se creen demasiado listos”.

Como es de esperar en toda novela negra, las cosas se complican. A los actores que ya conocemos añada nuevos sicarios, policías honrados y corruptos, algunos pelagatos y varios chivatos, y tendrá el primer y excelente libro del escocés Malcolm Mackay, un más que interesante arranque de lo que promete será una trilogía sobre el lumpen de Glasgow. Con Calum como protagonista. Ya estoy esperando las nuevas aventuras de un asesino a sueldo introvertido, original y muy brillante que se ha ganado marcador de páginas de la estampita de María Auxiliadora, la virgen de los sicarios.

“Calor y monotonía. No ocurre nada. Ni incidentes importantes, ni nada que merezca la pena comentar. Aunque, como es un sábado de mucho calor, a los del turno de noche les sobra trabajo desagradable. La gente se pasa el día bebiendo si hace calor. Personas que se caen al suelo, personas que se caen desde donde están subidas. Personas que se derriban mutuamente. Hombres que tratan de impresionar a las mujeres hinchándose los ojos unos a otros. Hombres que quieren salirse con la suya y les hinchan un ojo a las mujeres. En noches así, hay muchos asuntos domésticos muy feos”.

Un gobierno de progreso

Los lectores más despiertos habrán advertido que durante unos días he permanecido ausente, o casi. Me ingresaron de urgencia en un lujoso hospital privado, habitación individual, televisión de plasma y cartas de almohadas y aguas, con una grave alteración del equilibrio psicopolítico, una descompensación horripilante de los parámetros de la realidad social y una infección de caballo en la credibilidad informativa: no entendía el pacto entre Pedro Rivera y Albert Sánchez. Tras unos días a cuerpo de rey, pero sin mejora alguna pese a lo costoso del tratamiento, me trasladaron a un hospital público. Camas en los pasillos, habitación compartida y televisión de monedas. ¡Con la chusma! A los cinco minutos comencé a entenderlo todo, y experimenté una mejora súbita que sorprendió al equipo médico habitual: “¡Nos han querido engañar otra vez!”, deliré empapado en sudor febril.

Me han dado el alta sin medicación alguna, pero con una recomendación muy seria: “Si no quiere recaer, dosifique su contacto con los medios de comunicación. De la prensa, solo lea el Marca, como Rajoy. Y de la tele, prohibidos informativos y tertulias. En dos días curado”. Y así ha sido.

Pedro Rivera, o Pedro González, o como demonios se llame, ha querido vendernos una nueva forma de bipartidismo. La modificación sobre la fórmula conocida es que el socialista sustituía, en su juego de tapones, el garbanzo de Rajoy por el garbanzo de Rivera. Nada nuevo, puesto que el trilero socialista ya había definido a este último como “la nueva derecha”, “las nuevas generaciones del PP”. “Tendrá 20 años menos, pero es la misma derecha que el PP”, dijo el político que poco después intentó fusionar, mestizar si usted lo prefiere, esa ideología conservadora con su socialdemocracia caviar y con el chavismo bolivariano leninista 2.0 de Podemos. Hablaba de un gobierno de progreso.

Demasiado poco malito he estado para lo que he tenido que ver y escuchar estos días…

Un motivo para NO ver la televisión

Monstruos rotos.

Autor: Lauren Beukes.

Editorial: Siruela.

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Un día Detroit fue la tierra prometida del capitalismo, el motor de la Norteamérica industrial, el corazón de un país que soñaba sobre cuatro ruedas. En Detroit, la ciudad de la Ford y General Motors, corría el dinero y se escuchaba el soul de la Motown. Se generaban los mayores ingresos por familia del país, la economía crecía, se construían nuevos barrios y la gente sonreía. Eran los años 60, y el milagro económico parecía eterno. Error.

El Detroit actual es el ejemplo del fracaso de un sistema, de la decrepitud de una forma de vida, del engaño político y del enfrentamiento social. De un paisaje fantasmagórico: “La torres cilíndricas de la sede de la General Motors situadas allí cerca, un amasijo de pollas de cristal apretadas entre sí para mayor seguridad, con todas las luces encendidas, irguiéndose desafiantes en la oscuridad”. Detroit es lo que Estados Unidos nunca quiso ser. Y para colmo de males, un degenerado hijo de perra mata a un chaval, le corta por la mitad y le pega a los cuartos traseros de un ciervo. El horror y el miedo que le faltaba a una ciudad en descomposición.

“El asunto es que ya no creo en la justicia. No la hay. No la suficiente. Los violadores se libran por un tecnicismo. El dinero te salva de cualquier aprieto. El que menos tiene que ver cumple condena por asesinato. ¿Te acuerdas de aquel agente que cerraba los casos a base de recoger huellas dactilares de vagabundos y manipular los archivos de pruebas? La gente es corrupta, perezosa y mala en su trabajo”.

La detective Gabriella Versado tiene una hija y sus propios problemas. Parecen minucias si lo compara con el nuevo caso, el del asesino taxidermista, o artista, o vaya usted a saber de que clase de enfermo estamos hablando. Se suceden los cadáveres, con lo que la historia gana en intensidad y en sordidez: se trata de un thriller macabro que puede recordar a los momentos más inspirados del irlandés John Connolly, pero con los pies en la tierra. Es decir, sin ángeles negros, seres surgidos del pasado remoto o encarnaciones misteriosas del mal. En “Monstruos rotos” todo parece jodidamente real. No hay ni objetos arcanos ni fuerzas espirituales. Solo una comisaría de policía, un par de adolescentes adictas a Internet, un bloguero con delirios de grandeza y un loco que mata, trocea y monta.

Hasta que la novela llega al final, y el desenlace se precipita en una tormenta de alucinaciones paranormales. ¿Drogas psicotrópicas? ¿Fenómenos alucinantes? ¿ Hipnosis? ¿Histeria colectiva?

La sudafricana Lauren Beukes ha escrito una excelente novela negra. Incómoda, violenta y macabra, juega con el tiempo y la casualidad, con la decrepitud de una ciudad en ruinas y las heridas de unos personajes maltratados por la vida. Y con miedos irreales que anidan en las entrañas. Un manual sobre la decadencia de un lugar y de sus habitantes. Inquietante y adictiva.