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Sábado sabadete

El sábado fue un gran día para Mariano Rajoy. Uno de esos días que no se olvidan fácilmente. El Real Madrid ganó 1-4 al Alavés en Mendizorroza. Inmediatamente después, la traición histórica de un partido político a su líder, y a sus votantes y simpatizantes, le convirtió de nuevo en presidente del Gobierno.

No dejarse puntos en un campo difícil como Vitoria, y ante un equipo en forma como el que dirige Mauricio Pellegrino, resulta fundamental si aspiras a ganar la Liga. Convertirse de nuevo en presidente tras 315 días de angustia supone un gran éxito, y una tranquilizadora garantía de futuro. ¿Para los españoles? No, coño, para Rajoy y el Partido Popular.

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No hay mejor manera de afrontar lo que queda del juicio de la Gürtel, por poner un ejemplo, que desde Moncloa. Por eso todas las prisas que tenía Rajoy hace unos días, cuando aseguraba que “España necesita de manera urgente un Gobierno”, ya no son tales: hasta el próximo jueves no desvelará el nuevo Gobierno. Tranquis, que martes y miércoles se juega la Champion.

Desde Moncloa se mira a Bárcenas, a Correa y al Bigotes con otros ojos. Desde Moncloa se habla de los jueces, y con los jueces, utilizando otro tono. Desde Moncloa se afrontan los problemas con mejor ánimo, se destruyen pruebas con más contundencia, se dirigen los medios con mayor descaro. Desde Moncloa los informativos de TVE, y los editoriales de ABC, La Razón, El País y El Mundo se leen cada mañana con otro ánimo. Desde Moncloa el futuro vuelve a ser radiante. Bendito sábado, sabadete.

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La culpa de todo lo que pasa en el PSOE, de TODO, la tiene Gabriel Rufián. Será canalla este Rufián…

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La entrevista de Jordi Évole a Pedro Sánchez me pareció interesante, pero fuera de tiempo. Todo lo que contó, y sonó duro, y sonó impresentable… ya lo sabíamos. O lo sospechábamos. Que González no pinta nada, que Susana Díaz es un peligro, que manda el Ibex. Y criticar la manipulación que ejerce un gran medio de comunicación como El País, desde un grupo mediático como Atresmedia, es para descojonarse de risa. ¡Qué terribles son los poderes fácticos, qué malos son Alierta y Cebrián! ¡Qué grandes periodistas son los de La Sexta! Por favor…

Lo que hace semanas hubiese sonado valiente, hoy sonaba a pataleo, a venganza y a último y desesperado recurso. Es decir, que para contar que Telefónica y Prisa no le dejaron ser presidente del Gobierno ya es un poco tarde.

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Un motivo para NO ver la televisión

Pesadilla en rosa.

Autor: John D. MacDonald.

Editorial: Libros del Asteroide.

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John D. MacDonald es un clásico de la novela negra por dos razones: escribe como los ángeles y ha dado vida a un detective inolvidable. Travis McGee vive en un barco en Florida, y sigue sus propios códigos de conducta. Bien plantado, fuerte y formal, este John Wayne del mundo del crimen nos cuenta en “Pesadilla en rosa” la segunda aventura de una saga espléndida. Lo mejor que se puede decir es que es igual de buena que “Adiós en azul” (Libros del Asteroide), la primera.

“Nina, si te sientes insegura sobre nuestro encuentro sexual, es que das por hecho que somos un par de personas vulgares que se han dado un vulgar revolcón. Dos personas que después se suben los pantalones y se largan cada uno por su lado, añadiendo una nueva muesca a su lista de conquistas. Yo creo que sentimos aprecio y curiosidad el uno por el otro. Esto ha tenido mucho de exploración y aprendizaje. Cuando la cosa funciona, uno aprende cosas sobre sí mismo. Si se pone en juego el alma, si hay respeto, ternura y conciencia de lo que se hace, esa es toda la moralidad que me preocupa al respecto. Haz lo que quieras, cariño. Tú eliges. Puedes vernos desde la intimidad, y entonces seremos Nina Gibson y Travis McGee, felices, resplandecientes y relajados después de una experiencia íntima, excepcional y adorable. O puedes observarnos desde la distancia, y entonces te verás convertida en una estúpida fulana a la que he echado un polvo estando de paso por Nueva York. Y eso me convierte en el playboy McGee, que sonríe activo y guiña el ojo. Convierte algo bonito en algo asqueroso”.

McGee y la chica son los principales protagonistas de una novela sobre “un robo de tal magnitud que más que un robo será una leyenda”. Una estafa de guante blanco en la que entran y salen un sinfín de personajes. Algunos maravillosamente definidos, con precisos detalles sobre su aspecto, su vestuario, su carácter o su pasado. Otros son simples flashes que iluminan la lectura de un párrafo para desaparecer discretamente. Estos son los invitados a una fiesta: “El Maricón Petulante, la danzarina Orgiástica, el Negro Simbólico, Las Parejas Lanzadas, la Bollera Celosa, el Dramaturgo a punto de triunfar, la Chica que Vomitará Dentro de un Rato, el Comunista Simbólico, la Ninfómana Tradicional, el Turista Empedernido y el Viejo Escultor Sabio con Halitosis”.

John D. MacDonald escribe de maravilla, insisto. Y lo hago porque es la base de esta novela, construida sobre una trama sólida y sobre un par de personajes entrañables, pero cimentada con las palabras adecuadas, con frases redondas y párrafos perfectos.

“El amor es un regalo, no un regateo. Supongo que es algo que una debe aprender. Pero ¿qué puedes haber aprendido tú de mí?

- Que una cintura de cuarenta y ocho centímetros es una delicia”.

Lea a MacDonald. Recuperen a esta leyenda. En el mundo actual de la novela negra, saturado de mediocridades y repleto de impostores, no es fácil disfrutar de un espíritu puro capaz de escribir con el talento de Hammett, la originalidad de Chandler o la fuerza de Thompson. Imprescindible.

El padecer es lo que importa

“Nacer en un palacio no es un lujo, es una responsabilidad”, dijo Cayetano Martínez de Irujo y Fitz-James Stuar a Risto Mejide en el programa de entrevistas “Al Rincón” (Antena 3). Difícil no emocionarse ante la sinceridad de las palabras del aristócrata, jinete hijo de la Duquesa de Alba al que quizá recuerden por las gilipolleces que dijo en “Salvados”, el programa de Jordi Évole: “En Andalucía la gente jóven no tiene ganas de progresar”. El V Duque de Arjona y XIV Conde de Salvatierra, Grande de España, heredero de 25.000 hectáreas de terreno por las que recibe unas subvenciones de la UE que ascienden a tres millones de euros, lo tiene clarísimo: A nadie le regalan nada”.

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Los programas de televisión con gentes de otras galaxias parecen fascinar  a los telespectadores españoles. Y no lo digo por Iker Jiménez, que igual te habla de un marciano que de la chica de la curva o el hombre lobo. Lo digo por las conversaciones en horario de máxima audiencia televisiva que tienen lugar en un país en crisis, con trece millones de personas en riesgo de miseria o exclusión social, alrededor de dos millones de niños viviendo por debajo del umbral de la pobreza y decenas de desahucios diarios. Las  circunstancias sociales parecen exigir a Noam Chomsky para el prime time (o al menos a Jorge Vestrynge), pero me temo que quienes triunfan son personajes con otros perfiles. Un día Bertín Osborne con sus entrevistas a la nieta de Franco o a Carlos Herrera, y al siguiente Mejide conversando con el señorito Cayetano.

Los españoles ¿somos unos pervertidos? No hablo de votar de nuevo a Rajoy, sadismo, ni siquiera de hacerlo por primera vez con Albert Rivera, masoquismo. Me refiero al extraño placer, sin duda enfermo, que podemos sentir viendo en televisión a personajes como Osborne, Cayetano, Herrera o Martínez-Bordiú. Quizá sea nuestro carácter, una anomalía claramente freudiana: “el padecer es lo que importa, no interesa que lo inflija la persona amada o una indiferente”.

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P.D.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Adiós en azul.

Autor: John D. MacDonald.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Los tesoros escondidos existen. Literariamente hablando. Y ahí están las buenas editoriales para descubrirlos, desenterrarlos y llevarlos a las mejores librerías. “Adiós en azul”, editado en 1964, es una de esa gemas que permanecían ocultas en el fondo del baúl de la novela negra. Estamos ante una gran historia de corte clásico, protagonizada por un detective original que vive al margen de las necesidades sociales y tiene imán para las mujeres bellas y problemáticas. Añádale un malo de manual, altivo y sonriente, ambicioso, sin escrúpulos y muy violento. Y un puñado de piedras preciosas robadas. Ya tiene los ingredientes de este libro incombustible, una trama sólida con personajes entrañables, capaz de situarse junto a los mejores títulos del género policiaco.

“Adiós en azul” supuso el nacimiento de Travis McGee, un investigador insólito que vive en un barco amarrado en Florida, el Busted Flush. McGee se rige por códigos primitivos: nada de bancos, televisión o política. Y nada de tarifas convencionales: si recupera lo que le han robado, se queda con la mitad. “Recelo de las motivaciones emocionales. Igual que recelo de otras muchas cosas, como las tarjetas de crédito, las deducciones de la nómina, los seguros, las rentas para la jubilación, las cuentas corrientes, los cupones de ahorro, los relojes, los periódicos, las hipotecas, los sermones, los tejidos milagrosos, los desodorantes, las listas de cosas pendientes, los créditos, los partidos políticos, las bibliotecas, la televisión, las actrices, las cámaras de comercio para jóvenes empresarios, los desfiles, el progreso y la predestinación”.

John D. MacDonald, escritor norteamericano capaz de conseguir en su día tanto excelentes ventas como el reconocimiento de la crítica, utiliza la ironía y la mordacidad habitual entre los grandes autores negros: “Una de las azafatas se tomó un interés especial y personal por mí. Era un poco más corpulenta de lo que suelen ser las azafatas y un poco mayor de lo habitual. Mostraba unas ostentosas cualidades para la lactancia, pero su blusa no estaba convenientemente adaptada”.

Protagonizada por un fascinante investigador alternativo, un galán con tendencia a la hidalguía y la honestidad, “Adiós en azul” es todo un descubrimiento. Afortunadamente quedan otros veinte títulos en los que McGee es la estrella. Ya los estoy esperando.