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Festín de serpientes

Un motivo para NO ver la televisión

Festín de serpientes.

Autor: Harry Crews.

Editorial: Dirty Works.

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Harry Crews es el puto amo. En todo aquello que tiene que ver con la Norteamérica toxicómana, etílica y rural. Con hombres que se pasan el día recolocándose las pelotas y con mujeres agotadas, con animales venenosos, con licores ilegales, con músculos dopados y con situaciones límite. Si no me cree, abra “Festín de serpientes” por donde le venga en gana y sorpréndase. Yo lo hice, y me encontré con este diálogo:

“- El amor –dijo Joe Lon- es sacártela de la boca y metértela por el culo.

- Sí –dijo ella-, oh, sí, eso es…

- Pero el verdadero amor –dijo él- el puto amor verdadero es sacártela del culo y metértela en la boca”.

¿Quién puede resistirse a semejante muestra de ternura? Comencé a leer desde el principio y no pude dejarlo hasta el final, agotado por el ritmo febril de los personajes creados por Crews. Un sheriff depravado con pata de palo, un deportista de élite alcohólico, una majorette pervertida, una madre de familia anulada, una negrita con una navaja, una blanquita que se restriega por el pelo su propia mierda… Y litros y litros de whisky matarratas y escupitajos de jugo de tabaco. Y cientos y cientos de serpientes venenosas. ¿Qué puede salir mal en este escenario, con estos protagonistas?

“Él no sabía lo que era el amor. Ni para qué demonios servía. Pero lo que sí sabía es que lo llevaba dentro, y era un foco escabroso de podredumbre, de contagio, para el que no existía cura. La furia no podía con él. Y la indulgencia lo único que hacía era empeorarlo, inflamarlo, lo hacía crecer como un cáncer. Y al final le había arruinado la vida”.

La historia se desarrolla en Mystic, “el mejor coto de caza de serpientes de cascabel del mundo”, durante la celebración de una fiesta que incluye el concurso de belleza Miss Crótalo. Y premios, muchos premios: a la serpiente más gorda, a la más larga, a la primera y a la última capturadas, al cazador de más ejemplares… Lo normal. Lo normal para un Crews que se mueve como un ofidio en esos ambientes claustrofóbicos, narrando las vidas de hombres y mujeres abandonados a su suerte. Es su hábitat, son sus hermanos. Crews les pone al límite sin llegar a humillarlos, les muestra embrutecidos sin robarles un ápice de dignidad, desnuda sus miserias pero exige al lector que respete su humanidad. Crews es el puto amo, insisto, y “Festín de serpientes” una de sus más brillantes obras.

“- Sácame la polla – dijo Joe Lon-. Tengo que mear.

Sin mirar, pero sin el menor titubeo, ella extendió el brazo y le bajó la bragueta de los Levi´s con la mano izquierda. Se la sostuvo mientras vaciaba el depósito, un gran chorro espumante sobre la tierra teñida de luna que se extendía a sus pies.

- Es como si este puto año no fuera a acabar nunca- dijo él.

Ella se la sacudió bien mientras hablaba, se la volvió a meter y le subió la cremallera.

- Será diferente en la universidad .- dijo ella- Al menos eso espero, para mí. No me vendrá mal una temporada de algo diferente”.

El hogar eterno

Un motivo para NO ver la televisión

El hogar eterno

Autor: William Gay.

Editorial: Dirty Works.

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La editorial Dirty Works acaba de publicar “El hogar eterno”, primer libro de William Gay, escritor de Tenessee al que compararon en su momento, comienzos del siglo XXI, con el gran Larry Brown. No les faltaba razón: ambos escriben desde las entrañas sobre las miserias y esperanzas de los olvidados. Y lo hacen de forma contundente, utilizando la verdad, la empatía y la crudeza. En ocasiones hasta la ternura. Hay aspereza en ambos narradores, centrados en la vida rural y los conflictos y diferencias sociales, pero no melodrama. Sus textos husmean en el corazón del hombre, en sus emociones y sus tristezas, en sus sueños y sus realidades, pero siempre desde la dignidad y la emoción. No hay espacio para la pantomima en sus historias, no encontraremos personajes patéticos. Solos seres machacados en busca de una segunda oportunidad.

“-Joder, Winer,. -Bajo la amarillenta luz interior la cara de Hardin parecía casi apenada-. Vas a tener que decidirte. ¿Qué es lo que quieres? ¿Un coñito? ¿Cortinas para las ventanas? ¿Una casita blanca con rosales trepando por la fachada? Sé en lo que estás pensando, muchacho, pero créeme, no es como te crees. Nunca lo ha sido. De entre todas las cosas creadas por Dios, al final no es más que un agujero. Una raja que tiene aproximadamente la mitad de la gente que puebla este planeta. Y te puedo asegurar que no merece la pena morir por ninguna de ellas. Cierras los ojos o le pones una bolsa en la cara y lo mismo da una que otra. Serás incapaz de distinguirlas. ¿Me crees?”.

En “El hogar eterno” la violencia se respira en cada página, en cada párrafo, pero no termina de estallar. Nathan Winer ejerce de improvisado carpintero construyendo un honky tonk para el tirano Dallas Hardin. Winer, que desconoce que Hardin mató a su padre, se enreda con Amber Rose, una joven que parece ser propiedad de este último. Winer y Rose pretender escapar, Hardin lo quiere todo. El resultado es una historia tensa y llena de sombras que supuso el sorprendente, y formidable, debut de otra perla, una más, de la literatura sureña descubierta por Dirty Works.

“Bocazas salió del prado una vez pasada la mole amenazante del granero y se detuvo donde la luna proyectaba la sombra de los cedros, necesitaba un momento para orientarse. Una figura delgada propulsada por un odio en estado puro, de oscuridad en oscuridad, de sombra en sombra, más allá del granero hasta la casa. El mundo reposaba en un grial de silencio, el único color visible era el cuadrado deforme de luz amarilla que se proyectaba desde una de las ventanas sobre el jardín. Una sombra entre sombras menos móviles, Bocazas pasó a grandes zancadas por delante del camión a través de la zona iluminada y desprotegida, con la escopeta cruzada al pecho, hasta volver a ganar la invisibilidad en el cúmulo de sombras que se abatían contra la pared”.

William Gay escribe sobre el mal y la violencia, sobre la derrota y la desesperanza, sobre la oscuridad del alma humana. Y lo hace de maravilla, con descripciones perfectas de hombres y mujeres atrapados en la telaraña de su pasado, rehenes de pecados que no siempre cometieron, víctimas de sus propias debilidades. Pero también ofrece una oportunidad a la redención, a la dignidad e incluso al amor. Uno de los títulos más sorprendentes, por su estructura y su calidad, de una editorial imprescindible.

Salvación en Sand Mountain

Un motivo para No ver la televisión

Salvación en Sand Mountain.

Autor: Dennis Covington.

Editorial: Dirty Works.

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Podría parecer que en los catorce títulos que forman el catálogo de Dirty Works ya se ha contado todo lo que merece saberse sobre el Sur profundo, y sus peculiares habitantes. Nada más lejos de la realidad. Nos sorprenden con cada nuevo libro. Un nuevo enfoque de una historia increíble, personajes aún más extraños, situaciones todavía más alucinantes. Un libro sobre predicadores adictos a manosear serpientes venenosas podría parecer una broma, una vuelta de tuerca con que tratar de epatar a los lectores habituales de esta colección inverosímil. Nada más lejos de la realidad. “Salvación en Sand Mountain” es una obra maestra tanto a nivel periodístico como autobiográfico, un ejemplo perfecto de narración rotunda, de equilibrio entre información y literatura, de cómo contar una historia con las palabras justas.

“Hasta la fecha, al menos setenta y una personas han muerto por mordeduras de serpientes durante oficios religiosos en Estados Unidos, incluido el hombre que lo había empezado todo, George Went Hensley, que murió vomitando sangre en un cobertizo en el norte de Florida en 1955. Hensley habría comenzado a manipular en torno a 1910 y le habían mordido más de cuatrocientas veces antes de la mordedura definitiva. Los estudiosos le atribuyen la difusión de la manipulación de serpientes más allá del valle de Grasshopper, hasta otras partes de Tennessee, y después a Kentucky, las dos Carolinas, Virginia, Ohio e Indiana”.

Dennis Covington es periodista. Y podemos pensar que de los mejores, después de leer esta historia sorprendente que se mueve a caballo entre la religión, la antropología y la confesión personal. Todo comienza con un encargo profesional: informar sobre el juicio a un predicador acusado de matar a su mujer con ayuda de serpientes venenosas. Covington aprovecha esta circunstancia para sumergirse en ese mundo tenebroso y contar, de manera brillante, la historia de unos personajes increíbles del mundo sureño: los manipuladores de serpientes. Imaginen el desfile de individuos, la sordidez de sus vidas, lo descabellado de las ceremonias que organizan. El mundo del autor, natural de Alabama, que regresa para recordar sus raíces: “Comprendí entonces por que manipulaban serpientes. Hay poder en el acto de desaparecer: hay victoria en la pérdida del yo. Debe de estar cerca de nuestra concepción del paraíso, del tiempo que hay antes de nacer y después de morir”.

“Salvación en Sand Mountain” es mucho más que un libro sobre predicadores locos y serpientes venenosas. Es la confirmación de que el Sur tiene vida propia, de que es una tierra llena de historias por descubrir, y de que se ha convertido en un inagotable vivero de grandes escritores. Dennis Covington, uno de los mejores, firma un libro delicioso sobre los desvaríos de la fe, los paisajes de los Apalaches y las costumbres de sus habitantes, tipos que beben matarratas, bailan como zombis, practican extrañas ceremonias, se creen capaces de resucitar a los muertos y juegan con animales letales. Fascinante, imprescindible.

Dar la cara

Un motivo para NO ver la televisión

Dar la cara

Autor: Larry Brown.

Editorial: Dirty Works.

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Tercer título de Larry Brown para Dirty Works. Conocíamos por tanto la maestría de este escritor de Mississippi para el relato largo: “Padre & Hijo” y “Trabajo sucio” son dos novelas formidables, de esas que te sacuden las entrañas y te dejan sin aliento. Ahora tenemos la oportunidad de disfrutar del Brown más contenido y preciso, puesto que “Dar la cara” reúne diez relatos breves. Los protagonistas son los mismos: hombres y mujeres zarandeados sin piedad por la vida. Es el autor el que muestra su otra cara, dejando que el corredor de fondo deje paso al velocista. Narraciones como “Los ricos” o “Julie: un recuerdo” muestran el trabajo de un francotirador, un profesional capaz de contar en poco más de diez páginas una historia de desigualdad, sumisión y rabia, la primera, y otra de amor y violencia, la segunda, en las que no falta ni sobra una palabra.

“Me encaré con ella, le dije déjame que te diga una puta cosa. Te pasas el día aquí con el culo sentado sin hacer nada. No limpias la casa. Ni siquiera lavas la cara a Tracy. Le dije que si yo salía a currar por las noches, lo menos que podía hacer ella es preparar algo de cena.

Ella me dijo que no había nada en la nevera.

Yo le dije que, por Dios, podía salir a comprar algo.

 Ella me dijo que si le diera algo de dinero claro que podría.

Le dije que ya le había dado y que se lo gastaba en esas putas revistas de mierda”.

Los personajes de las historias de Brown no entienden de la extensión de los textos, de si algún relato no tiene un solo punto y aparte o de si otro podría ser la letra de una canción del Dylan del “Blonde on blonde”. Los personajes de Brown solo saben sobrevivir. Su mundo es brutal, tanto física como emocionalmente, y gastan la mayoría de sus energías en tratar de llegar enteros al día siguiente. No todos lo consiguen. Brown les pone al borde del precipicio y con una navaja al cuello, situación en la que parecen desnudarse y enseñar lo que les queda en la reserva.

“Y los perros perseguían coches.

Y los coches mataban perros.

Y a veces llovían ladrillos.

Y los niños sufrían castigos.

Pero padres andaos con ojo.

Hoy los niños son violentos…”

En estos relatos no hay espacio para la impostura o el relleno. Sin embargo abren un enorme campo para la empatía: es imposible no sentir sus dramas como propios, no solidarizarse con sus demonios, no imaginar desenlaces dignos para sus conflictos, no desearles el perdón y la redención. El Larry Brown de largo recorrido es un escritor tenso, apasionado y brillante. El que hoy nos ocupa resulta certero y magistral. En cualquiera de los dos casos, indispensable para intentar comprender qué mierda ocurre dentro de la cabeza humana.