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Contracultura, contraperiodismo

Las élites culturales y periodísticas españolas están muy preocupadas ante la situación que atraviesa el país. Y advierten: ¡Salvemos la cultura! ¡Salvemos el periodismo! Las élites culturales españolas son aquellas que acarician la mano de Lara en la cena de los premios Planeta, que viajan por Iberoamérica a gastos pagados defendiendo el castellano, que mamonean en la SGAE, que corren a hacer la reserva para comer en el nuevo restaurante con tres estrellas Michelin, que se sientan junto a Vargas Llosa en un palco de Las Ventas o que orinarían en las cuencas vacías de los ojos de su madre si les invitasen a la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias. Las élites periodísticas son aquellas a las que se les llena la boca de independencia, libertad y rigor en la entrega de los Premios Ondas (Prisa) y los Premios Periodísticos de El Mundo (Unidad Editorial), acontecimientos ambos celebrados el pasado martes.

Ante semejantes élites culturales y periodísticas no sería descabellado afirmar que tanto la cultura como el periodismo están en las últimas.

“La cultura no puede existir sin dinero público”, asegura el sociólogo y periodista francés Frédéric Martel en el V Congreso Iberoamericano que se celebra en Zaragoza.  Sin dinero público no hay bibliotecas, ni museos, ni teatros… Sin dinero público la industria del cine se tambalea, y el mundo editorial se viene abajo. Sin dinero público ABC y La Razón estarían en la ruina, más, lo cual sería una auténtica pena.

Si el Estado te paga, el Estado te tiene cogido por los huevos. Cultural y periodísticamente hablando. Necesitamos, por tanto, contracultura y contraperiodismo. La cultura y el periodismo actuales son un coñazo, una antigualla y un bodrio, y son todo esto y más porque están en manos del poder. De un poder que considera la cultura y el periodismo como dos lujos, dos caprichos, en el mejor de los casos dos negocios.

Mientras llegue ese día, el de la contracultura y el contraperiodismo, debemos conformarnos con la biografía de Belén Esteban, que se titula “Ambiciones y reflexiones” y acaba de ser editada por Espasa. Se puso a la venta el pasado martes y ya está agotada la primera edición, de 20.000 ejemplares. ¿Quién dijo que en este país no se lee? Un libro vibrante sobre una vida fascinante, con reflexiones que pueden ayudar mucho a nuestros jóvenes en estos momentos de crisis económica y moral: “Me encantaría dejar la televisión y vivir sin hacer nada, pero ahora no puedo, necesito el dinero”, asegura Esteban en este ambicioso proyecto literario.

Los libros sobre personalidades ejemplares están de moda: ahí tiene calentitas las de Aznar, Zapatero, González, Bono, Solbes, Anguita e incluso la de Fernando Álvarez Miranda, fundador de Izquierda Democrática Cristiana y miembro de UCD. Esta  eclosión de la bio-basura es muy interesante, puesto que indica por dónde van los gustos de los lectores: no olvide que las grandes editoriales se limitan a “echar de comer” a sus clientes.

¿Cultura? ¿Periodismo? No en España, un país cada vez más inculto, más gris, más sumiso, más triste y desamparado, menos  educado, menos informado. Un pais peor.

P.D.

Gran periodista e intelectual de enorme peso, Luis María Ansón flirtea con la reportera de 13Tv, la cadena que mide su audiencia en términos de “cuota social”, que “tiene más merito todavía”.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Los bosnios

Autor: Velibor Colic.

Editorial: Periférica.

“Los bosnios” es un libro sobre gente que hace la guerra. Gente que mata, que muere, que hace daño, que resulta herida, que desprecia a su vecino y ama a su hermano. Gente que sufre, odia y se avergüenza de demasiadas cosas. Gente, los bosnios, que en medio de ese desastre encuentra un hueco para la piedad, para la esperanza y hasta para el humor. Gente que sobrevive a gente, mientras escribe un catálogo inconmensurable de desgracias y sufrimientos. Gente que humaniza la debacle de los Balcanes.

Velibor Colic, el autor, forma parte de esa gente. Y formó parte de esas batallas: estuvo en el ejército bosnio durante la última guerra de los Balcanes, y desertó en 1992. Quizá por eso escribe a ráfagas, dejando profundas huellas en un lector que por momentos se siente tiroteado. “Los bosnios” es un libro violento, desgarrador, desolador, que se olvida de estrategias bélicas y enredos políticos para describir de manera minuciosa los sentimientos de decenas de personajes destruidos por un conflicto fratricida. Las víctimas. Perfiles dolorosos de ambos bandos, que sirven para denunciar lo injusto de esta guerra, de todas las guerras. Impresionante.