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Yesca seca

Compromisos familiares me hicieron pasar el día de ayer en Ávila, una ciudad maravillosa. Algo carca y con poca marcha, pero maravillosa. Muy conservadora y algo cerrada sobre sí misma, será por la muralla, pero maravillosa, insisto. Como disponía de toda la mañana libre, y es una ciudad que conozco bien, pregunté si había algún acontecimiento en qué gastar mi tiempo. Sorpresa mayúscula: en apenas media hora se inauguraba el curso “Reformas y medios de comunicación“, organizado por la Escuela de Verano de la Universidad Católica de Ávila. Encabezando el cartel, uno de mis ídolos: Francisco Marhuenda. Puse rumbo al Centro de Exposiciones y Congresos Lienzo Norte…

Allí me esperaba el todo Ávila. Un grupo minúsculo aguardaba la llegada del ministro Gallardón con una pancarta contra los recortes. “Son cuatro gilipollas”, dijo un señor trajeado que hablaba con un guardia civil de acharolado tricornio. Dentro, el número de gilipollas le hubiera parecido mayor, pero no demasiado: digamos que menos de un tercio del aforo. Una azafata me regaló un ejemplar de La Razón, que tiré a la basura sin abrir para poder recrearme en un programa de auténtico ensueño: a la conferencia inaugural de Alberto Ruiz Gallardón le seguía la charla “Boceto de Don Juan”, de Alfonso Ussía. Ya por la tarde, mesa redonda sobre el futuro de la prensa, ni más ni menos, con Eduardo Inda, adjunto al director de El Mundo, y un subdirector de La Razón. Inmediatamente después, conferencia de Enrique López, magistrado conservador del Tribunal Constitucional. Y como fin de fiesta, tirando la casa por la ventana,  despedida de la jornada a cargo de Fátima Báñez, ministra de Empleo y Seguridad Social. Planazo…
Marhuenda, director del curso, estaba exultante en la presentación. Solo se encogió, en un fantástico ejercicio de contorsionismo interior digno de la mismísima Santa Teresa, para dar paso a Gallardón: quizá pensó que al parecer él más pequeño, la figura del ministro de Justicia alcanzaría, a su vera, proporciones colosales. “Excelentísimo ministro de Justicia, mi queridísimo amigo”, dijo el director de La Razón. “Querido y viejo amigo Paco Marhuenda”, le respondió Gallardón. Alguien del público debió ofrecer a la pareja la llave de un  apartamento, para dar algo de intimidad a esos protocolos amorosos.
Marhuenda fue breve. Gallardón, eterno. “Sin libertad de información no hay democracia”, dijo el ministro, que tiró de tópicos y frases hechas. “Con propaganda no hay estado de derecho”, aseguró ante un Marhuenda que, lejos de ruborizarse, puso ojillos de cordero degollado. “El populismo es el mayor peligro de las democracias del siglo XXI”, insistía un ministro que añora la verdadera cultura: “¿Dónde está la influencia de los intelectuales en nuestra sociedad? ¿Dónde están los Ortega y los Zola? Aquellos que daban calidad al debate político“, dijo ante un Marhuenda a punto alcanzar el éxtasis. Afortunadamente, el comentario de Gallardón sobre internet retrasó la liberación de fluidos del director de La Razón: “Las redes han arrasado con la autoridad de los intelectuales, alimentando el desprecio por las instituciones“.  Los periodistas veteranos bostezábamos. Los jóvenes periodistas dormitaban. Las autoridades vibraban. El ministro terminó con una frase para la historia, una de esas reflexiones al alcance de muy pocos, que acabó con la resistencia de  Marhuenda y nos arrancó un aplauso a periodistas y civiles: “El pensamiento débil es una yesca seca“.
“¿Ha llegado ya Bárcenas?”, pregunté cuando abandonaba el master de periodismo a la persona que quiso acreditarme para el acto. “No lo se, la llegada de autoridades la lleva el jefe de prensa”, respondió con una sonrisa sencilla, como de yesca seca.