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b de birra

Un motivo para NO ver la televisión

b de birra.

Autor: Tom Robbins.

Editorial: Underwood.

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“Después de echarse al coleto prácticamente toda la lata de birra, aquella niña de seis años se quedó plantada frente a la nevera, como si custodiara los cubitos de hielo para evitar que bandas internacionales de cubitos de hielo los robaran”.

“b de birra” es una fábula infantil para niños grandes. Un sueño etílico, una resaca bienaventurada, una IPA amarga y fría en una noche de verano. Una media pinta de 154 páginas que se saborea desde la espuma hasta los posos (evidentemente es un producto sin filtrar), que coloca pero no emborracha, que pone a fermentar a la familia para aumentar su graduación. Un libro divertido a rabiar que se lee de un sorbo. Una obra original que merece la pena solo por la habilidad del autor para crear personajes inolvidables: la protagonista, una jovenzuela fascinada por la cerveza y sus procesos de fabricación. Su tito Moe, el perfecto anfitrión en un viaje por la bebida espumosa. Y el hada Birrina, ser mágico de nombre genial que pone el tono bolinga a esta inteligente y deliciosa gamberrada.

“Más fascinada que alarmada, Gracie se preguntó en voz alta: ¿Qué demonios eres tú?

Obviamente, no esperaba respuesta alguna. Imaginad por tanto su vivísimo asombro cuando, con una chiquitina y tintineante pero claramente comprensible voz humana, la criatura habló. ´Qué crees que soy, ¿un testigo de Jehová? ¿Tengo pinta de ir vendiendo galletitas de las Girl Scouts o algo?`Antes de que una sobresaltada Gracie acertara a responder, aquel ente continuó hablando: ´¡Soy el hada Birrina, por todos los santos!”.

Muchas son las lecciones que el bebedor de cerveza puede extraer de este libro, todas ellas tan brillantes como el resplandor de una Pale Ale a las cuatro de la mañana en una taberna portuaria. Pero las del hada Birrina son memorables. Resumen el ingenio de Tom Robbins, “el escritor más peligroso del mundo” para algún critico literario, un tipo absolutamente genial que ha logrado hacer de la contracultura un movimiento vivo. “b de birra” es una pequeña, pero definitiva, demostración de su talento. Enjoy!

“Acabas de presenciar cómo la birra puede propiciar un comportamiento vil. Si uno es bruto, la birra lo puede volver aún más bruto; si es vago, lo puede volver aún más vago; si uno es ruin, lo puede volver aún más ruin: si uno es más imbécil de lo que parece… bueno, ya te haces una idea. La birra puede llevar a los hombres débiles a pensar de si mismos que son poderosos, y a las mujeres deslenguadas a creerse graciosas y a la última. O, peor, si uno carga con la maldición de una personalidad adictiva, puede ser atraído hasta la grave enfermedad del alcoholismo”.

Profanación

La Audiencia Provincial de Madrid ha absuelto a Rita Maestre, portavoz del Ayuntamiento de la capital, del delito de ofensa a los sentimientos religiosos por el asalto a la capilla del campus de la Universidad Complutense. No busque la noticia en las portadas de los grandes diarios. En esa posición privilegiada solo la encontrará si husmea en la hemeroteca y busca los días en que se habló de “profanación”  y se intentó linchar a Maestre. Ahora ya tendrá que buscar de la mitad del diario para adelante, página par, seguramente columna diminuta.

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Portadas de La Razón. Antes de la sentencia, y el día después de la sentencia.

“¿Lo habría hecho en una mezquita?”, se pregunta Esperanza Aguirre en un prodigio de imaginación y análisis. Pero me quedo con las palabras de los jueces: “En una sociedad democrática avanzada como la nuestra que dos jóvenes se desnuden y se besen no debe escandalizar ya a nadie”.

Algunas personas, algunos medios, profanan nuestra inteligencia con sus comentarios mezquinos, con sus intentos por manipular la realidad de una sociedad, de una época, de una cultura. “Una sociedad democrática avanzada como la nuestra”, asegura la sentencia. Y ahí acaba cualquier polémica. Porque hay cosas, y personas, y religiones, que pertenecen a otro tiempo. A la prehistoria.

Un motivo para NO ver la televisión

Fat City.

Autor: Leonard Gardner.

Editorial: Underwood.

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Alguien podría pensar que “Fat City” es un libro sobre el boxeo. Se confundiría. “Fat City” es un muestrario perfecto de la condición humana. Hombres hechos picadillo y perros de la lluvia. Callejones, charcos y penumbras. Ganchos de derecha como doloridos sinónimos del dolor y el sufrimiento, de la injusticia y la miseria, de una sociedad cruel y un camino de espinas. El boxeo, sí, pero también la explotación laboral, la soledad, la desesperanza, la mezquindad, besar la lona como único futuro.

“A su alrededor todo eran blasfemias, quejas vociferadas, el sucinto cuadro de hombres íntegros torcidos por el dolor, las azadas oscilantes, las manos en los riñones, padeciendo el mismo tormento: borrachos algunos de ellos, hombres de café y donut, fumadores compulsivos, comedores de pan blanco, personas que quizá nunca fueron atletas y sin embargo avanzaban obcecadas mientras él se quedaba más y más atrás, golpeando con su azada horrorizado ante la posibilidad de que su determinación le abandonase”.

“Fat City” habla de desesperación y de últimas oportunidades, de cejas rotas y futuros ausentes, de generaciones perdidas y territorios urbanos fronterizos, de intuiciones imperfectas, gimnasios decadentes y dignidades despojadas. De todo aquello que da forma al complejo territorio de la supervivencia. Memoria del subsuelo de norteamerica, meditación dolorosa de vidas perdidas, este libro es una obra maestra a la que no le sobra ni le falta una sola palabra. Son 219 páginas de asombrosa perfección.

“Condenado al silencio a causa de una mandíbula rota y cosida con alambres, estuvo tragando comida líquida a través de un tubo, preguntándose si conservaba la cordura siquiera. Después de que le moliesen a palos y de la consiguiente orina sanguinolenta en el vestuario se habían preguntado si los grandes combates y las enormes sumas que había creído que llegarían pero nunca acababan de llegar compensarían lo que hasta el momento había soportado. Pero ahora su voluntad era como una luz pura e inquebrantable que que ardía incluso cuando descansaba. Más que una determinación era un optimismo fatalista y, aunque no era inmune a la inquietud que le provocaban sus boxeadores, sentía que si lo era a la desesperación”.