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Un príncipe para Corina

La sensación televisiva del momento es un programa que emite Cuatro y se llama “Un príncipe para Corina”. El pasado lunes se pudo ver “el striptease del Capitán América”, acontecimiento con el que logró batir su record de audiencia con un 9,3% de cuota, convirtiéndose en la segunda opción del prime time, solo superado por la serie “Águila Roja” (TVE). Manuel Villanueva, director de contenidos de Mediaset España y uno de los cerebros de nuestra actual televisión, comprendió rápidamente que estaba ante un espacio destinado a la gloria: “Supe que esto era la versión tróspida de un cuento”.

Tróspida. No es un insulto del capitán Haddock en una de sus peores resacas. Es la palabra de moda en tv. Si en los últimos meses usted ha construido más de cuatro frases seguidas hablando de televisión sin utilizar la palabra “tróspida” es que es un aburrido, un patán y un fracasado. No es cool, y no tiene el más mínimo talento. ¿Que qué significa “tróspida”? Pues tróspida significa que el programa en cuestión es una mierda, pero como soy tan brillante utilizando palabros resulto chispeante.

Dicen que “Un príncipe para  Corina” es un reality-dating, pero yo juraría que es la telebasura de toda la vida. Tróspida telebasura, si así lo quiere el señor Villanueva, pero telebasura. Y de la peor calidad. Y del tamaño de los excrementos de un dromedario. De esa telebasura reciclada de otras telebasuras. Porque “Un príncipe para  Corina” es una versión, o una adaptación, como usted prefiera, de esperpentos del calibre de “Granjero busca esposa” o “¿Quiere usted casarse con mi hijo?”. En este caso un puñado de hombres, 24, de diferentes calañas y con innumerables defectos de fábrica, deben conquistar a la clásica rubia guapa: Corina Randazzo Lagamma, malagueña de 21 años. Imaginen el resto…

Un programa inconcebible al revés, es decir, con un hombre guapo, Corino, al que tendrían que conquistar un grupo de mujeres gruesas, torpes o freaks. Se acusaría inmediatamente a la cadena de machismo. No sucede eso con “Corina”, donde los hombres denigrados son considerados “participantes”.

Lo dicho. Telebasura. Un éxito de audiencia, pero también un serio aspirante al título de peor programa de la historia de la televisión.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La vida simple.

Autor: Sylvain Tesson.

Editorial: Alfaguara.

El diario El País dedicó hace unos días más de media página a entrevistar a Sylvain Tesson, autor de “La vida simple”, libro del que hablaban maravillas. Esto no quiere decir gran cosa, puesto que se trata de un título publicado por una editorial que pertenece al grupo del periódico. Publicidad vendida como información. Pero recurro a ese texto porque destaca una frase que define en buena medida la obra de este escritor francés: “Abandonar la sociedad siempre es mejor que tratar de destruirla”.

Creo que la frase es sonora, un buen titular, pero que está llena de trampas. Hay muchas opciones entre abandonar y destruir. En cualquier caso, no es esa frase lo que me interesa, sino la afición de Tesson por las sentencias. Eso es “La vida simple”: una buena idea rodeada de sentencias más o menos brillantes. La idea, por cierto, la tuvo Thoreau hace 168 años: abandonar la civilización y recluirse en una cabaña, en soledad y en contacto directo con la naturaleza. Tesson, como Thoreau, se busca a sí mismo.

La cabaña del francés está en la orilla del lago Baikal, en Siberia. Nuestro hombre abandona su ático en París y vive seis meses en un chamizo de nueve metros cuadrados. Dispone de una estufa (las temperaturas son heladoras), 80 libros de todos los génereos, alimentos, cañas de pescar y litros y litros y litros de vodka. En estas circunstancias, Tesson corta leña, da grandes paseos, escribe un diario (el libro que tenemos en la mano) y se emborracha. Algunas páginas son brillantes, otras pedantes, las más, interesantes: un viajero moderno se convierte en Robinson Crusoe de manera voluntaria, durante un periodo de tiempo controlado, y reflexiona sobre la vida que pasa. La famosa vida simple. Recomendable.