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Teodorín

Teodorín rima con Urdangarín. Y ahí acaban las coincidencias: Teodorín es un ladrón de guante… negro. Guineano, Teodorín se dedica a la política (es ministro de Agricultura y Bosques) y roba a cara descubierta y manos llenas, sin camuflar sus felonías con paños calientes o empresas intermediarias. Su familia es su sociedad sin ánimo de lucro. Porque Teodorín, querido lector, es hijo de Teodoro Obiang, Teodorón, dictador sanguinario, depredador de manual, y amiguito del alma de muchos de nuestros políticos.

Teodoro Nguema Obiang Mangue, Teodorín, tiene 43 años, sonrisa-mirada de sicópata y una sensibilidad especial para los objetos de lujo. Teodorín se ha comprado, para que usted me entienda, un reloj Piaget Polo adornado con 498 diamantes valorado en 598.000 euros. También posee un paladar exquisito: sus más de 300 botellas de Petrus están tasadas en 2,1 millones de euros. Y no se pierda este detalle: Teodorín pagó 200.000 euros por el guante blanco con pedruscos Swarovski que en su día lució Michael Jackson. Conocemos todos estos detalles sobre la vida y milagros de Teodorín porque al joven no le gusta pasar desapercibido. Las autoridades estadounidenses incautaron el pasado mes de octubre bienes muebles e inmuebles a su nombre por valor de 52 millones de euros. Y justo ahora la justicia francesa acaba de decomisarle los tesoros de su palacio parisino, una chabola de 5.000 metros cuadrados junto al Arco del Triunfo tasada en 500 millones de euros. Seis pisos, 101 habitaciones, columnas de coral, joyas, objetos de arte y hasta su propia peluquería.

Los 30 miembros de la servidumbre de Teodorín en París le llamaban “excelencia”. Y su nombre sonaba como sucesor del gran Teodorón, su padre, el hombre que derrocó a un dictador, Macías, para convertirse en un tirano y un ladrón, y hacer de Guinea Ecuatorial uno de los países más corruptos del planeta. No olvide que en la antigua colonia española, el tercer país productor de petróleo, el 60% de la población vive con menos de un euro al día.

La familia de Teodorín lleva robando y dilapidando las riquezas de los guineanos desde 1979. ¿Repugnante, verdad? Tanto como que pasen los años y nuestros políticos, esos que se consideran demócratas, sigan manchándose las manos con estas amistades peligrosas. Un asco…

Un motivo para NO ver la televisión

La felicidad de los pececillos.

Autor: Simon Leys.

Editorial: Acantilado.

No se deje confundir por el título, una cursilada. Este librito editado con mimo, como de costumbre por Acantilado, está repleto de ideas corrosivas, comentarios malintencionados y pensamientos ácidos. Simon Leys, seudónimo de Pierre Ryckmans, traductor, crítico literario y profesor de literatura China en Australia, es un escritor de enorme talento e inagotables conocimientos. Las breves reflexiones que dan forma a “La felicidad de los pececillos”, subtitulado “Cartas desde las antípodas”, están sembradas de citas fascinantes y de incisivas reflexiones sobre literatura, arte, música o viajes.

Las “cartas” son las crónicas que Leys, o Ryckmans, como prefiera, publicó en diferentes revistas, sobre todo en Le magazine Littéraire durante los años 2005-2006. Cartas de apenas un par de páginas que no tienen desperdicio. Pequeños placeres repletos de ideas, de talento, que nos hacen preguntarnos por qué no se traduce más a este autor.

Un ejemplo. Para finalizar un texto sobre las relaciones entre los escritores y los críticos literarios recupera a Norman Mailer: “No me imagino cómo podría abstenerme jamás de leer la reseña de uno de mis libros. Sería como si uno se abstuviera de mirar a una mujer desnuda que se encontrase por casualidad delante de una ventana abierta: fea o bonita, en semejante circunstancia, es innegablemente interesante”.