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Sor María

Cuando mueren, ¿las monjitas acusadas de robar bebés a mujeres descarriadas para vendérselas a familias cristianas van al cielo? Qué menos… En ese lugar donde se goza en plenitud de la presencia de Dios estará ya descansando Sor María. Gozando de la recompensa final en el paraíso de las hermanitas trapicheras, muy lejos de los juzgados de Plaza de Castilla. Un garito que se encuentra pared con pared, de nubes, con el cielo de los sátrapas. Sí, allí donde Pinochet y Franco rezan el rosario cogiditos de la mano mientras Pio XII y Adolf Hitler se hacen carantoñas en la parte de atrás de las orejas. Justo a la derecha del cielo de los religiosos libinidosos, un paraíso rosa con forma de confesionario abarrotado de monaguillos regordetes y obispos cachondos. Un cielo en llamas y con temperaturas abrasadoras, morada divina que, no le quepa ninguna duda, convertirá la eternidad de nuestra monja favorita en una orgía de ardiente amor, candente santidad y gracia ígnea.

Con el proceso judicial a medias, y antes de haber llegado a declarar, Sor María ya está haciendo compañía al todopoderoso. “Deja de tener que rendir cuentas ante la Justicia humana y queda en manos de la Divina”, se pudo leer en un teletipo. Es decir, que al palmarla la monjita se ha escaqueado de sus obligaciones terrenales. Quizá sea un milagro, una señal que nos advierte de que aquellos que viven en la sagrada causa del señor no deben someterse a las vulgares leyes de los hombres. Mientras, las decenas de familias que luchaban por recuperar a sus hijos robados se lamentan de su mala suerte, que es quedarse sin ver a Sor María sentada en un banquillo.

¿No querían que se solucionara cuanto antes el  asunto de los bebés robados? Pues ya está: debido a la muerte de la principal imputada es muy posible que el caso se archive. En ese instante la muerte de sor María habrá cerrado en falso uno de los capítulos más macabros de nuestra historia reciente, esos cordones umbilicales que nos atan a la España facinerosa y perversa. Esa España que sobrevive incluso a sus infanticidas.

La tumba de sor María, en el cementerio de San Justo, es tan austera que ni siquiera la lápida tiene grabado su nombre. Solo pone un lánguido “Hijas de la caridad”. Yo propongo éste: Dejó tres procesos abiertos y cientos de niños separados de sus padres. Que Dios la tenga en su gloria”.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Travesti

Autor: John Hawkes.

Editorial: Meettok.

“Travesti” es un libro extraño y fascinante que no tiene nada que ver con personas vestidas con ropas del género opuesto. O quizá sí. Un hombre, que conduce por carreteras francesas un coche en el que también viajan su hija y su mejor amigo, planea estrellarse y poner fin a las vidas de todos. Acelera y cuenta detalles de sus tristes existencias, intimidades sobre las relaciones que mantienen, sobre la sexualidad, el deseo, el desencuentro, la traición, la violencia, los conflictos… sobre la vida.

“Lo que tengo en mente es un accidente tan perfectamente ideado que será único, espectacular, instantáneo, un perfecto homólogo físico de la visión a partir de la cual fue concebido. Un accidente en el que la inventiva desafía a la interpretación”, escribe John Hawkes, un escritor de largo recorrido que juega con los lectores en 140 páginas densas e intensas. O al menos eso parece tras leer el sorprendente posfacio.

“Travesti” no es una novela negra, pero está construida alrededor de una enorme intriga, juega con personajes retorcidos y su humor resulta en ocasiones francamente macabro. Tan inquietante como interesante.

Pinchar para leer el comienzo del libro