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Cuestión de honorabilidad

Antonio Lobato, el periodista que comenta la Formula 1 en La Sexta, entrevistó en la tarde del domingo, justo antes del comienzo de la carrera en Brasil, a Emilio Botín, presidente oficial del Banco Santander y presidente oficioso de este país. Un latigazo eléctrico me recorrió la columna vertebral, desde la rabadilla hasta la nuca. Esa entrevista, solo dos días después de que el Gobierno indultara a Alfredo Sáenz, vicepresidente y consejero delegado del Santander y mano derecha de Botín, era el sueño de cualquier periodista. Con la mano derecha Lobato sostenía el micrófono, y con la izquierda acariciaba la barriga del banquero en un intento por ganarse su confianza. ¿Y la mano de la guadaña? No había guadaña. Lobato pregunta a Botín por el futuro de la fórmula 1, y el banquero le responde que el año próximo Fernando Alonso volverá a ser campeón.

Periodísticamente hablando, Lobato dejaba escapar vivo a Botín. Pero laboralmente hablando, el locutor conservaba su puesto de trabajo. Porque ¿tendría en este momento trabajo Lobato si hubiera preguntado a Botín por su secuaz? La profesión vive momentos complejos, y para conservar las lentejas es imprescindible no perder el respeto a nuestros honorables superiores.

Honorable es el tratamiento honorífico que se otorga a aquel que actúa con tanta dignidad y honradez como para ser respetado. Honorable era, es y será por siempre Alfredo Sáenz, vicepresidente y consejero delegado del honorable banco de Santander: el viernes el honorable Gobierno le indultó, con el beneplácito del honorable Mariano Rajoy, suspendiendo la ejecución de la sentencia del honorable Tribunal Supremo que le condenaba a prisión e inhabilitación por un delito de estafa procesal y presentación de acusación falsa. No le indultaron para evitar que fuese sodomizado en las duchas durante su paso por prisión, no, sino porque de haber cumplido la condena, no hubiese cumplido los requisitos de “honorabilidad” que exige el Banco de España para los ejecutivos del sector financiero.

La honorabilidad es un don solo al alcance de unos pocos elegidos. Ahí tenemos al no ya honorable, sino Molt Honorable Senyor Francisco Camps, ex presidente de la Generalitat Valenciana. Pese a estar imputado por el caso Gürtel, Camps disfruta de ese tratamiento de manera vitalicia y, de paso, de coche oficial, chofer, escolta y dos asesores.

Ser honorable es un hecho, pero también un estado de ánimo. Me imagino que se sentirán ahítos de honorabilidad todos aquellos socialistas que, mudos y mirando para otro lado, asistieron al comité federal del pasado sábado como si nada hubiese pasado unas horas antes. Como si el gobierno de Zapatero, su gobierno, no hubiese terminado de la peor manera posible: renegado de sus iniciales. No de la E de España del honorable Bono, sino de la S de socialista. Como si indultar a un banquero en este país, en las circunstancias actuales, no fuese la mayor burla que podemos esperar de unos políticos que se dicen de izquierdas.

Por cierto, el antónimo de honorable es miserable.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Más allá del espejo.

Autor: John Connolly.

Editorial: Tusquets.

 

La oscuridad de los sueños

Autor: Michael Connelly.

Editorial: Roca.

Connelly y Connolly, el norteamericano y el irlandés, unidos en un mismo post, en la misma reseña. El motivo es bien sencillo: ambos escritores acaban de lanzar sus nuevos libros. Y tienen muchas cosas en común… Como por ejemplo que se trata de más de lo mismo. Nuevas aventuras policiacas de calidad, bien escritas, que enganchan con sencillez y se mantienen fieles a los principios que han llevado a sus autores al éxito masivo. Ni dinamitan ni siquiera revitalizan el género. Se limitan a mantenerlo vivo… y bien.

John Connolly nos invita a visitar una casa llena de espejos y de malos recuerdos. En la más breve de las historias del detective Charlie Parker se repite el ambiente siniestro, entre la realidad y la fantasía macabra, de sus mejores títulos. Michael Connelly crea la figura de un periodista de sucesos a punto de jubilarse que recuerda a otros de sus personajes: concienzudo, irónico, algo cínico… En su última crónica, la que debe ser la mejor, trata de demostrar la inocencia de un joven yonki acusado de asesinato.

Poco más que decir, excepto que ambos libros se leen en un santiamén y dejan el regusto de los placeres ya conocidos. Escritos para sus respectivos fans, no les desilusionarán…