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La niña del torero

No pensaba escribir una sola línea sobre la famosa fotografía de Francisco Rivera Ordóñez toreando una vaquilla con su hija de cinco meses en brazos. Demasiado fácil. El herbívoro sangrando, el bebé desmadejado y en equilibrio, el descerebrado hablando de la tradición familiar, el hashtag “orgullo de sangre”… Dos torturas por el precio de una. “Al final el más listo de la familia va a ser Paquirrín”, escribía un sabio en Twitter.

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Pero me he venido arriba. La culpa es de algunos compañeros de profesión, periodistas y opinadores, que han utilizado el exhibicionismo del torero para escribir textos de una lucidez y una calidad simplemente acojonantes. Textos que no solo comentan la imagen de la discordia, sino que la utilizan para analizar la actualidad nacional e internacional. “Las morgues venezolanas llenas de jóvenes les parece una broma, pero Rivera con su niña y la vaquilla un escándalo”, aseguraba Hermann Tertsch en Twitter. El irascible cronista terminaba su reflexión con otra frase para la historia: “La hija de Paquirri está más segura en esa foto que el resto de niños españoles ahora ya amenazados con morir como adolescentes venezolanos”.

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¿Le parece interesante la defensa que hace el bueno de Hermann del “orgullo de sangre” de los Paquirri? Pues espere a leer a Salvador Sostres, una de esas plumas que engrandece con su presencia a medios de comunicación del prestigio de ABC o La COPE. “Seguro que muchos de los que ayer le insultaron por torear con su niña en brazos, llevan a sus hijos de paquete en la bicicleta, y por la calzada, exponiéndolos a un terrible y cotidiano peligro por la tontería de hacerse los ecologistas”, escribe Sostres en el diario centenario. “Y sin ninguna duda, entre los linchadores de ayer, que hedían a resentimiento antitaurino, también se encontraban muchos de los que han votado socialistas, a Izquierda Unida o a Podemos, dando alas de este modo a los que quieren condenarnos al atraso y a la miseria, para que sólo podamos legar a nuestros hijos un país desmoralizado y empobrecido”.

¿Se puede permanecer callado ante semejante demostración de talento, de genialidad? No sólo se puede, sino que se debe: es imposible superar de ninguna manera, en ninguna circunstancia, bajo ningún concepto, las sensatas reflexiones de Tertsch y Sostres. Como resulta insuperable el amor de Francisco Rivera Ordóñez por su hija: podría montar con ella en bicicleta, y parecer ecologista, pero prefiere no arriesgar y colgársela del brazo mientra da un pase de pecho. ¡Olé!

“España es un gran país”, dice con la boca pequeña Mariano Rajoy mientras mira de reojo a sus colegas valencianos.

Un motivo para NO ver la televisión

Los interesantes.

Autor: Meg Wolitzer.

Editorial: Alba.

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“Los interesantes” cuenta una historia de iniciación y desarrollo. Todo comienza cuando seis adolescentes coinciden en el verano de 1972 en Spirits-in-the-Woods, un campamento cercano a Nueva York. Algunos son guapos, otros divertidos, brillantes o ingeniosos. Pertenecen a clases sociales distintas. Todos son diferentes, entre sí y con respecto al resto de chicos. Forman un grupo cerrado, se autodenominan “los interesantes”, y se lanzarán al mundo cogidos de la mano: sus destinos permanecerán unidos, para bien y para mal, el resto de sus días.

La escritora neoyorkina Meg Wolitzer sigue las vidas de los seis interesantes durante cuatro décadas. Y lo hace con enorme talento, avanzando en el tiempo de manera casi imperceptible, saltando de personaje en personaje. Uno de ellos es feo, pero tiene un gran talento y se convierte en un triunfador. Otro es guapo, grande, sexy y descerebrado: se verá en apuros. Jonah es gay, ha sufrido abusos, le han drogado y robado su creatividad, su música. Las chicas viven realidades diferentes: la víctima, la potentada, la superviviente.

“Te tienen cautivada, él y todos esos veranos supuestamente mágicos en el campamento y no sé que idea romántica sobre el fin de la infancia y sobre sentirse aceptada por primera vez en la vida”. Y es que este libro habla de la gente, de sus problemas y sus dudas, de sus inseguridades y sus envidias, de las relaciones que soportan vendavales y que se consolidan con los años. El paso del tiempo.

“Los interesantes” habla de los lazos que atan, y por eso recuerda al “Canciones de amor a quemarropa” de Nickolas Butler (Libros del Asteroide). Pero mientras Butler colocaba a sus chicos en un pequeño pueblo de Wisconsin, Wolitzer los sitúa en la Gran Manzana. No importa, porque los dos hablan de la amistad y la condición humana, del amor y el desconsuelo. Y lo hacen con un lirismo y una emoción estremecedoras.

Dudosa reputación

La COPE de los obispos tiene que pagar al Barça de Guardiola 200.000 euros. Un pellizco de nada: La Iglesia española recibirá este año 248,3 millones de euros a través del IRPF. En cualquier caso, y tal y como está la crisis, 200.000 euros es una cantidad importante para fundírsela en entradas de tribuna o camisetas de Messi (que no lucen nada debajo de la sotana). ¿Por qué paga la COPE al Barça? Por acusarles de drogotas: hace poco menos de un año, en el programa de radio “El Partido de las 12” informaron, citando una fuente sin identificar del Real Madrid, de las sospechas de que el Barcelona trabajaba con médicos de “dudosa reputación” y que estaban dispuestos a pedir a la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) que se practicaran controles antidopaje “serios” en la Liga BBVA.

El Juzgado de 1ª Instancia número 34 de Barcelona atendió la demanda contra la Cadena Cope por “intromisión ilegítima en el derecho al honor”. La emisora de radio reconoció que “la citada información ha resultado ser no veraz y proveniente de una fuente no contrastada”, y propuso un “resarcimiento”.

Esta es una de esas sentencias que da gusto escuchar: pones en entredicho la reputación de alguien sin pruebas, descubren tu mentira, te hacen rectificar, agachar las orejas y pagar. Finalmente, la que queda en entredicho es tu reputación. Cazador cazado.

Debería ser más habitual este tipo de escarmientos, para que no fuesen tan habituales ese tipo de calumnias. Un buen ejemplo son los sindicatos, difamados desde hace algún tiempo por todos los medios de derechas. Hace unos meses se crucificó a Toxo, secretario general de CCOO, por disfrutar de un crucero junto a su  mujer: “Toxo preparó la huelga general en un lujoso crucero por el Báltico”, titulaba un fancine ultra.

Por lo visto los sindicalistas no pueden ir de crucero, aunque sea uno sencillito y se lo hayan pagado con su dinero. Los sindicalistas no tienen derecho, al parecer, ni a tomarse una cerveza. Hace unos días La Razón publicó una de esas portadas para la historia…del periodismo-basura: “El mensaje sindical: ¡Ahora a tomar cervezas!”, decía el titular, que acompañaba una fotografía con el siguiente pie: “Liberados siguieron al pie de la letra las indicaciones sindicales en la Puerta del Sol”.

Peor si cabe son las maledicencias de Intereconomía, cadena que denunció a bombo y platillo que Cándido Méndez, secretario general de UGT, calzaba un Rolex y era habitual del lujoso restaurante del Hotel Villa Magna. Thais Villas, la entrevistadora de “El Intermedio” (La Sexta), desmontó las maledicencias del canal ultra de la manera más periodística, y sencilla, posible: contrastando la información, es decir, preguntando a Méndez. Resulta que jamás ha estado en el Hotel Villa Magna y que lo que lleva en la muñeca es una imitación que le regalaron en un congreso.

Los infundios raramente reciben la medicina que merecen: el caso de la COPE y los 200.000 euros del Barça es una excepción. Ahí tienen a Salvador Sostres, profesional de la provocación y el insulto, convertido por Pedro J en una estrella de la opinión. Ayer mismo se preguntaba en El Mundo por los sindicalistas: “¿Es ético, social y compañero que vivan (los sindicalistas) tan acomodadamente gracias a lo que les recaudan a sus pobres afiliados? ¿Han renunciado a su cuantioso sueldo antes de echar a sus compañeros más humildes a la calle? ¿Cómo se debe sentir uno que nunca ha trabajado cuando de repente le dicen que se queda sin trabajo?”. Mala gente.

Provocadores

Si de mí dependiera, el informe de la comisión de expertos sobre el Valle de los Caídos y el futuro de los restos de Franco acabaría en la basura. Yo compraría un mapa de carreteras de España en una gasolinera, y me iría al zoológico. Colgaría el mapa en la pared de la jaula de los chimpancés, y al primate más espabilado le daría un puñado de dardos. Acabaría acertando en alguna carretera, ¿no? Pues entonces sacaría de la cárcel a cuatro curas sodomitas y les pondría a excavar, justo en la cuneta de la carretera señalada por el mono, un buen agujero en el que echaría los cadáveres de los cuatro curas, una hoz y un martillo, un mechón de vello púbico de Carmen de Mairena, un ejemplar de la Constitución y, finalmente, los despojos del Caudillo. Encima pondría un anuncio del toro de Osborne, y justo al lado, un puti club.

Querido lector, ¿piensa que se me ha ido la mano? ¿Demasiado crudo e irracional el primer párrafo del post de hoy? ¿Cree que he recibido un golpe en la cabeza o he dejado de tomar la medicación? De ninguna manera. Lo que pasa es que me estoy volviendo un provocador.

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La gasolinera

“Cómo le encanta la gasolina, dame más gasolina”. Daddy Yankee

En la vida hay situaciones casuales que marcan el carácter de las personas, y pueden llegar a condicionar el resto de sus vidas y sus actos. Una broma pesada en el colegio mayor, ese manoseo furtivo del cura a la bragueta del monaguillo, el amigo que te invita a vestirte con ropa de su madre… Detalles que pueden permanecer aletargados en un rincón de nuestro inconsciente durante años para, a la mínima oportunidad, hacer acto de presencia y ponernos patas arriba la cabeza. ¿Obsesiones? ¿Traumas? ¿Complejos? Puede definirlas así, pero yo prefiero utilizar el término castellanomanchego “tontás”.

Cuentan en El Mundo que hace años, muchos años, Pedro J Ramírez viajaba hacia Burgos en una fría noche de invierno. Nevaba en el exterior, pero el periodista, cómodamente sentado en la parte posterior del vehículo, dormitaba en mangas de camisa. El coche disponía de una excelente calefacción. De pronto, el indicador de la gasolina descendió hasta rozar la línea roja: se acababa el caldo. El chófer entró en la primera gasolinera que encontró y se dispuso a llenar el depósito. Pedro J sobaba en el asiento trasero…

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