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Pequeño gran Nicolás

Faltan solo unos minutos para las diez de la noche del sábado. “Esta noche vosotros vais a ser privilegiados”, tutea a los telespectadores la presentadora de “Un tiempo nuevo” (Telecinco). Unos telespectadores que pueden ver cómo entre los tertulianos del programa se encuentran Ramoncín y Miguel Ángel Rodríguez. ¿”Un tiempo nuevo”, decía usted? ¿Con Ramoncín y Miguel Ángel Rodríguez? ¿Privilegiados telespectadores? Prefiero un fin de semana en una autocaravana con Charles Manson en pleno mono de crack que una velada de sábado viendo en la tele a Ramoncín, Miguel Ángel Rodríguez… y el pequeño Nicolás. Pero la vida te lleva por caminos raros.

Nicolás tiene mal aspecto en los vídeos: rostro orondo, barba rala, sudadera blanca, mirada bovina, pelo casco, paletos prominentes, papada… Podría ser un rehén yihadista. En plató gana mucho, puesto que aparece minuciosamente afeitado, rostro lustroso ligeramente sonrosado, camisa azul, mirada ovina, paletos prominentes, papada… ¿un toque de rimmel? Su discurso, espeso como un barreño de atascaburras, no varía del directo al grabado. Nicolás se enreda en una de las entrevistas más largas, tediosas, surrealistas e insignificantes que recuerdo. A la media hora sé que nada de lo que dice Nicolás me importa un pimiento, que nada de lo que diga me importará jamás.

Me subo al bar del pueblo a dar una vuelta…

la foto

Dos gin tonics después regreso a casa y me encuentro con el pequeño Nicolás haciéndose un selfi con Mariló Montero en el plató de Telecinco. Han pasado casi tres horas de entrevista exclusiva. De Moncloa y de Zarzuela, de material sensible y de líneas rojas. De secretarios de las Infantas y de organismos, vicepresidencias y ministerios. Charlie del CNI, Francisco Nicolás es la mascota Popular, el cachorro de Génova, un crack de chichinabo. Un asco de chaval.

La mediocridad de este país no da tregua. Dan fé de ello las portadas de los periódicos: El jueves la espicha una grande de España, el viernes enchironan a la viuda de Paquirri, el sábado arranca la carrera mediática del pequeño Nicolás… Los dos primeros acontecimientos abrieron El País, fotografías en color de espíritu sepia. El tercero fue exclusiva de El Mundo, una entrevista del XVI en el XXI, la apoteosis de la moderna picaresca ibérica. Una exclusiva que duró solo unas horas, las que tardó el Guzmán de Alfarache del PP en protagonizar el show político de Telecinco. El moribundo periodismo tomó el pulso a una sociedad anestesiada, y se encontró con que la frecuencia cardiaca de los españoles está bajo mínimos. La sangre no circula. Las venas están llenas de bilis. El corazón solo bombea mierda. Nicolás se convierte en  trending topic. “Un tiempo nuevo” dobla a su rival en La Sexta con un brillante 21,1% de audiencia.

En los 38 días que ha permanecido escondido Nicolás se dejó crecer la barba para las fotos y los vídeos. ¿Consejo de su abogado, de los periodistas de investigación, de su asesor de imagen? En un país diminuto, el pequeño Nicolás ha aparecido en la tele y ha dejado de ser imberbe. Se ha convertido en todo un hombrecito. ¿Recuerda usted la corta estatura y la valentía del Dustin Hoffman que interpreta a Little Big Man en la película de Arthur Penn? Pues resulta inversamente proporcional a la escasa decencia y el enorme descaro de Francisco Nicolás Gómez Iglesias, el gran Nicolás, último engendro de esa fábrica de esperpentos que es la derecha española. Joven aunque sobradamente maleado, Nicolás ya ha catado las mieles del poder político y del poder mediático. A la sombra de AznarAguirre, González y compañía se curtió en el arte de la mamandurria. Al amparo de El Mundo y Telecinco ya sabe lo que son los focos y el confeti. ¡Lástima de espía que llegó de Génova, tan pequeño y tan insignificante, tan exclusivo y tan televisivo! ¡Pobre Nicolás, manipulador manipulado!

Un motivo para NO ver la televisión

El caso Galton.

Autor: Ross Macdonald.

Editorial: RBA.

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¿Qué busca el lector de novela policiaca? Tramas sólidas y bien estructuradas, personajes malvados, diálogos ingeniosos y finales sorprendentes. De todo ello encontramos toneladas en este clásico de Ross Macdonald de 1957 reeditado por RBA en su serie negra. Todo es perfecto en este libro de sencilla complejidad: hasta los momentos más enrevesados tienen una solución simple. Nada queda en la recámara. El bien y el mal se cruzan, nos confunden, pero finalmente se delatan. Nada es lo que parece, nadie es quien imaginas.

Todo arranca cuando Lew Archer, detective legendario, recibe un  encargo de una anciana millonaria: debe buscar a su hijo, desaparecido décadas atrás. Sólo unas páginas más tarde aparecen los huesos de un cadáver sin cabeza, un muerto reciente, un nieto abandonado, una organización mafiosa…  Macdonald maneja todos estos ingredientes con enorme habilidad, con descomunal talento: la historia no tiene una sola fisura, y el lector se mueve por ella con enorme placer.

Cuando uno lee novela negra busca aquello que ofrece Macdonald. Crímenes complejos, tramas brillantes y personajes inolvidables. una novela negra no puede ser mala cuando incluye a un vendedor de coches llamado Joe el Generoso, y menos cuando lo describe de la siguiente manera: “Un hombre de pelo entrecano con un traje de color helado que le daba un aspecto de galán barato. Tenía la cara morena y picada como una escultura de bronce de Epstein, y sus dos mitades no acaban de encajar. Cuando me acerqué más, vi que uno de sus ojos castaños era de vidrio, lo que le daba aspecto de estar constantemente sorprendido”. Brillante.

 

No estoy muerto, estoy en Telecinco

Imagine su peor pesadilla. Sí, ese momento que bajo ningún concepto le gustaría vivir. No sé, déjeme pensar… Tener que besar en la boca a Carmen de Mairena o en el cuello a José Manuel Lara. O aguantarle diez asaltos a Mike Tyson. O tomarse un café con Aznar para que le explique las miserias del nacionalismo y la grandeza de la unidad de España. O… Pues el otro día viví, gracias a Telecinco, una de esas pesadillas capaces de desorganizarnos neurosicológicamente y provocarnos trastornos mentales irreversibles: Pedro Ruiz y María Teresa Campos cantando a dúo el “Quizás, quizás, quizás” de Los Panchos.

Al homicidio sonoro, que tuvo lugar en horario infantil, habría que añadirle un agravante más: mientras Pedro Ruiz y María Teresa Campos destrozaban el bolero, en unas pantallas a sus espaldas se podía ver a los Hermanos Calatrava. Sí, también al feo. Para colmo de males, la cruel ironía del título del programa que ofrecía tal cúmulo de despropósitos: “¡Qué tiempo tan feliz!”. Y no se pierda usted la justificación de la cadena de Paolo Vasile para invitar a un ser como Pedro Ruiz y darle la oportunidad de cantar y hasta de hablar en directo: presentaba su nuevo espectáculo, titulado “No estoy muerto estoy en el Apolo”.

¿Acaso no está sufriendo bastante el ciudadano español con la crisis? Pues parece que nos quieren machacar aún más. ¿La degradación humana no tiene límites? No cuando se trata de la televisión. Por si le sirve de consuelo, le diré que en otros países están todavía peor que nosotros. Si no me cree ahí tiene Afganistán.

No me refiero ni a las atrocidades de la guerra, ni a la miseria, ni al narcotráfico, ni a los talibanes, ni a otras obviedades. Me refiero al inminente desembarco en el país asiático de Ana Obregón. Como se lo cuento. La bióloga y guionista asegura estar preparando un proyecto “muy del estilo de Homeland”, y dice que las primeras escenas se rodarán en Afganistán. Para tranquilizar a la población afgana, suficientemente maltratada por la vida, me gustaría decir tres cosas: que la noticia es una exclusiva del diario ABC, que a Obregón se la conoce como “Antoñita la fantástica”, y que hizo estas declaraciones no en el Midem que acaba de celebrarse en Cannes, sino en el Festival Taurino de Chinchón. Donde el anís.

Un motivo para NO ver la televisión

La costa bárbara.

Autor: Ross Macdonald.

Editorial: RBA.

La editorial RBA presta una atención muy especial al género negro. Por un lado edita novedades importantes, como pueden ser los últimos títulos de Michael Connelly o Denis Lehane, auténticas estrellas. O del menos conocido pero fascinante David Peace, británico que revolucionó la novela policiaca con una tetralogía sobre el destripador de Yorkshire. RBA ha lanzado recientemente “Tokio Año Cero”, su última obra.

Pero hoy quería hablar de sus ediciones de clásicos. Decenas de títulos fundamentales, la mayoría reediciones, que ponen a disposición de los lectores más exigentes libros difíciles de encontrar, y que son toda una garantía de calidad. Dashiell Hammett, Jim Thompson, Lawrence Block, Chester Himes, James M Cain, Eric Ambler… Decenas de nombres imprescindibles, entre los que no podia faltar Ross Mcdonald. Hasta nueve títulos se pueden encontrar del escritor californiano, considerado por muchos como uno de los clásicos del negro USA.

Uno de ellos es “La costa bárbara”, una novela negra en la que no falta de nada. Muertos de manera violenta, un detective de corte clásico (Lew Archer), numerosos personajes implicados de diferentes maneras en los crímenes, policías corruptos y decenas de pistas falsa, de hombres que intentan aparentar lo que no son y de mujeres que son lo que nadie imaginaba. Emoción y suspense desde la primera a la última página. Como tiene que ser.