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Racismo

El pasado domingo un espectador de El Madrigal lanzó un plátano, durante el partido que enfrentaba al Villareal y al Barcelona, al futbolista brasileño del Barca Dani Alves. Le estaba llamando mono. El lateral agarró la banana, le abrió la piel y le dio un mordisco, quitándole importancia al gesto racista. Coincidiendo con tan triste espectáculo, en Estados Unidos Donald Sterling, propietario del equipo de baloncesto Los Angeles Clippers, hizo un comentario a su novia que fue grabado por una cámara: “Me molesta mucho que quieras difundir que te estás asociando con gente negra. Puedes dormir con ellos. Lo poco que te pido es que no los promociones y que no los lleves a mis partidos”. Desde Michael Jordan a Magic Johnson, pasando por el mismísimo Barack Obama, todos pidieron un castigo ejemplar para el empresario por su desafortunado comentario. Ha recibido la máxima sanción posible: expulsado de por vida de la NBA, con lo que deberá vender el equipo, y dos millones de dólares de multa. El racismo no es una broma.
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En declaraciones a Radio Globo, Alves ha hablado sobre la sociedad española: “Se venden como un país del primer mundo, pero en algunas cosas están muy atrasados”. Escucho en Cadena SER que España no es un país racista, y que el problema del fútbol es puntual: la mayoría de los espectadores no insulta a los jugadores de color, dicen. Faltaría más. Si la mayoría del público de un estadio con capacidad para 30.000 o 60.000 espectadores tuviese arrebatos racistas no viviríamos en España, sino en la Alabama de comienzos del siglo XX.
Me gusta el fútbol a rabiar, y me gusta ver los partidos en el campo, pero reconozco que los estadios son nidos de violencia, de brutalidad, de irracionalidad y de vandalismo. El racismo está presente, para vergüenza de los aficionados al deporte, en cada campo de fútbol español. No hay partido en el que, en algún momento, en demasiadas ocasiones, no haya sentido vergüenza de mis compañeros de grada. Y es que muchos aficionados al balón sufren una mutación cuando se ponen la bufanda de su equipo, atraviesan los tornos del estadio y se incorporan a la masa. El ciudadano civilizado, quizá amparado por el grupo, muestra en la grada una ferocidad y una grosería espeluznantes. El grupo transforma al aparentemente equilibrado padre de familia en un hooligan, en una bestia, en un racista.
Todo es, como siempre, cuestión de cultura. Y el racismo no es una excepción. Lamentablemente, es España la cultura cotiza a la baja. Y no hablo solo del criminal 21% de IVA. Hablo del desprecio por la reflexión, el pensamiento, la filosofía, la ciencia, la educación. “No estamos frente a una crisis económica, estamos frente a una crisis cultural”, asegura el filósofo Ricardo Forster. Crisis provocada por el capitalismo y por la ignorancia, crisis que nos arrastra hacia la pobreza, la desigualdad, el machismo, el racismo, la barbarie. Crisis que nos hace retroceder en el tiempo, en la evolución, y nos acerca al plátano, al homínido, al simio.
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Un motivo para NO ver la televisión
Trece horas
Autor: Deon Meyer.
Editorial: RBA.
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El escritor sudafricano Deon Meyer, de quien ya conocemos otros títulos también publicados por RBA, propone en esta su última novela una vertiginosa carrera. El atleta es el detective Benny Griessel, un hombre peculiar, personaje perfectamente diseñado, que lleva meses sin probar una gota de alcohol. La salida tiene lugar cuando aparece en las calles de Cape Town el cadáver de una joven turista norteamericana. Viajaba con otra chica, que se sabe está viva, asustada y escondida.
Griessel busca a esta segunda chica en una lucha contra el crono, presionado por políticos, policías y hasta por los padres de la chica desaparecida. Y lo hace mientras, en paralelo, intenta resolver el asesinato de un productor musical. Los dos casos se cruzan en la cabeza de un detective que en demasiadas ocasiones sueña con la botella, pero que mantiene el tipo y avanza con sus muy personales métodos de investigación.
Una gran novela negra, de corte clásico, que no tiene nada que envidiar a los mejores títulos de Michael Connelly o de Lawrence Block.
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