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Tila

“En lugar de tanta Coca Cola tome tila, que le va a sentar mejor”, le dice el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a Ramón Espinar, de Unidos Podemos. Y la grada se descojona con el chiste. La escena no tuvo lugar en un karaoke a las seis de la mañana, ni en un burdel portuario horas después. Ni siquiera en el escenario de El Club de la Comedia. No, tuvo lugar en el Senado, la Cámara Alta de las Cortes Generales, órgano constitucional que representa al pueblo español. Festival del humor.

Tila, recomienda Mariano Rajoy a un senador de la Comunidad Madrileña. Sí, la verdad es que Mariano Rajoy es un tipo muy bueno dando consejos. ¿Recuerda aquel que dio a Luis Bárcenas? Sí, el “se fuerte Luis” que ha quedado grabado con letras de oro en la historia de la corrupción española.

Mariano Rajoy hace chistes y recomienda tila. O recomienda tila haciendo un chiste. Y lo hace con un desprecio insultante: considera inferior al que solo sabe “montar el pollo”. Y la gente aplaude, y dicen que es un orador brillante, y olvidan que el chistoso recomendador de infusiones es el líder del partido político al que la Guardia Civil ha llegado a considerar “una organización criminal”. Il Capo.

Espinar no es santo de mi devoción. No por el problema de su padre, que es el problema de su padre de la misma forma en que los asuntos del padre de Rajoy son los asuntos del padre de Rajoy. Siempre que no hayan influido, por ejemplo, en la profesión de Rajoy. Perdón. Me voy por las ramas… Le decía que Espinar no es santo de mi devoción. No me acaba de convencer su discurso, y memeces como la de la Coca Cola me parecen evitables. E impresentables. Fíjese usted si soy exigente con los políticos.

Lo que pasa es que si tomar Coca Cola en el Senado tras pedir que se prohiba su venta en la cámara es objeto de burla, de desprecio, y puede ser utilizada como argumento para el descrédito político, ¿qué podríamos decir del hombre que dirige el partido de la Gürtel, la Púnica, los discos duros, los sobres con dinero negro, la financiación ilegal, etc, etc?

¿Tila? Los ciudadanos somos los que debemos tener la infusión ansiolítica circulando por las venas. No se explica de otra manera que soportemos de manera tan pasiva a estos políticos mediocres, torpes, aburridos y, esto es lo peor, indecentes.

Un motivo para NO ver la televisión

Luces nocturnas

Autora: Lorena Alvarez.

Editorial: Astiberri.

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Se lee en un suspiro, pero lejos de evaporarse, como la fuerte y prolongada aspiración, se queda con nosotros un buen rato. Terminé “Luces nocturnas” y, cegado por el resplandor, aturdido por los destellos, comencé a leer de nuevo. La historia es mucho más jugosa de lo que podría sugerir un vistazo superficial, de balda de librería: niñas, colores chillones, fantasía… Todo esto, y mucho más, puesto que la colombiana Lorena Alvarez cuenta una historia alucinante, un derroche de imaginación, sobre el talento, la niñez, los miedos y las incertidumbres.

Hay algo de realismo mágico en “Luces nocturnas”, un cómic luminoso que podría firmar Tim Burton si la protagonista, Sandy, estuviese muerta. Pero está llena de vida, de ideas brillantes, de dibujos fantásticos, de colores que explotan delante de nuestras narices. Una historia protagonizada por una niña, ideal para leer con niños, puesto que se encuentra en esa delgada línea en que los sueños y las pesadillas pueden crearnos angustia, pero también fascinarnos, hechizarnos, iluminarnos. Realicemos juntos ese viaje iniciático y aprendamos a confiar en nosotros mismos, en nuestro talento y en ese tiempo que perdemos dibujando, escribiendo, creando.

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La máquina del fango

Ramón Espinar tiene un padre, y eso es para siempre. También tenía un piso en Alcobendas, pero eso fue durante solo unos meses, puesto que lo vendió y pegó un pelotazo de 19.000 euros. Con este trapicheo especulativo, se trataba de vivienda pública, el portavoz de Podemos en el Senado añadía su nombre al de la larga lista de corruptos bolivarianos: la beca de Errejón, la protesta de Rita Maestre, el asistente de Echenique, la tuerca iraquí de Iglesias, los tuits de Zapata, los titiriteros de Carmona

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En España, el listón de la ética está por las nubes desde el día en que Esperanza Aguirre confesó que fue ella quien había destapado la trama Gürtel. A partir de ese momento histórico, de ese punto de inflexión moral, todos somos sospechosos de algo, todos somos presuntos delincuentes, todos somos casta. Pero algunos no acaban de asumir su pecado, que es un pecado original: quieren cambiar el mundo, son chusma.

Tras hacer una limpia de colaboradores díscolos, Prisa ha puesto en marcha la máquina del fango. No lo digo yo, lo dicen los de Podemos. Sinceramente, creo que se confunden: la máquina del fango de Prisa lleva mucho tiempo en marcha. Que se lo pregunten a ese “insensato sin escrúpulos”, con “completa ausencia de cultura democrática”, llamado Pedro Sánchez. Lo que pasa es que algunos tienen su propia máquina del fango portátil, como aquellos taxistas que disfrutaban de un ventilador diminuto a pilas…

Para entender este negocio, el de la política y los grandes medios de comunicación, hay que leer a un Eduardo Galeano que no solo escribía bien de fútbol: “Si votar sirviera para cambiar algo, ya estaría prohibido”.

P.D.

Un motivo para NO ver la televisión

Rancio no, lo siguiente.

Autor: Pedro Vera.

Editorial: Astiberri.

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Ha sido escribir el nombre de Esperanza Aguirre, en el texto anterior a esta reseña, y recordar una de las novedades de la hiperactiva editorial Astiberri: “Rancio no, lo siguiente”. La excusa perfecta para presentarles el tercer volumen de la saga “Ranciofacts”, la histórica serie que publica cada semana Pedro Vera en  El Jueves. Una obra magna, que huele a entresijos mal fritos y a regüeldo de borrachuzo, inspirada en los personajes más lerdos, zafios y casposos de nuestro país.

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Desde Marhuenda a Bertín Osborne pasando por Belén Esteban, José Bono, Pepe Navarro, la familia real, Pajares y Esteso, Trump y Rambo, Jorge Javier Vázquez, los cuñados… La lista es interminable. Y el libro, tronchante. Un humor en ocasiones gañán, a veces social, que no deja títere con cabeza, que no hace prisioneros, que cuenta con certeros brochazos por qué somos el país que somos.

Cruel como una corrida de toros. Exagerado como los implantes de Leticia Sabater. Grosero como un chiste de Arévalo. Peleón como el vino que bebe Cachuli. Apestoso como una vomitona de Rafael Hernando. Certero como una penetración de Nacho Vidal. Así es este “Rancio no, lo siguiente”, la ajustada crónica gráfica de un país de mierda.

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Asco de periodistas

A veces, los periodistas dan asco. Y en esta ocasión no estoy hablando de Juan Luis Cebrián. Es un empresario, no un periodista. Estoy hablando, por poner un ejemplo, de las tertulias matinales de las televisiones. Cavernas. Nidos de fachas. Encorbatados opinadores y elegantes juzgadoras contratados a la carta. Antes de que abran la boca se sabe lo que van a decir: hablan al dictado de su medio, de sus intereses, arrean al enemigo común, y terminan como tiene que ser, cargando contra Venezuela.

Ayer mismo en Antena 3 se produjo un nuevo conato de linchamiento: un grupo de periodistas-tertulianos-asesores, embrutecidos por su propio ingenio y consentidos por la presentadora, arrinconaron desde el plató a un político de Podemos que se encontraba en el exterior. Ramon Espinar, portavoz de Ahora Podemos en el Senado y diputado en la Asamblea de Madrid, no escuchaba bien por problemas de retorno. Desde el plató, los periodistas-tertulianos-asesores se jaleban unos a otros y se descojonaban de la risa con su propio gracejo y sus golpes bajos. “¿Se cree usted que los ciudadanos son idiotas?”, repetían mientras le acogotaban con comentarios irónicos y risas.

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Un tal Luis Arroyo, consultor socialista de melena popular, sonrisa arrogante y discurso engolado, se choteó desde la distancia y la supremacía sonora: “habla, querido…”, decía, dando paso desde su supuesta superioridad intelectual al miembro de Podemos. Susanna Griso consintió el cachondeo hasta que creyó que se le podía ir de las manos. Cuando el plató comenzaba a parecer la barra de un burdel se hizo la digna, interrumpió las risas y garantizó a la víctima el derecho a ser escuchado, a visitar otro día el programa. Periodismo de calidad.

¿Y así va a ser hasta finales de junio?

Un motivo para NO ver la televisión

Manifiesto incierto

Autor: Frédéric Pajak.

Editorial: Errata Naturae.

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Viejo amigo de esta sección, Frédéric Pajak es ilustrador y escritor. O si usted lo prefiere, escritor e ilustrador. Sus obras conceden la misma importancia a los textos, auténtica literatura, que al dibujo, hermosos cuadros en blanco y negro a toda página. Ensayos gráficos, dicen, que invitan a la reflexión, a la melancolía y a la lucha.

En “Un motivo para No ver la televisión” hemos disfrutado de “La inmensa soledad”, el libro que cuenta la historia de Cesare Pavese y Friedrich Nietzsche, huérfanos bajo el cielo de Turín. Una maravilla que se mueve entre la filosofía y la historia. Tal y como sucede con “Manifiesto incierto”, en esta ocasión con el filósofo y ensayista alemán Walter Benjamin como protagonista.

“Benjamin, a la vez marxista, nostálgico, anarquista y excéptico, está convencido de que ´la doble tarea de los intelectuales revolucionarios es derribar la dominación intelectual de la burguesía y entrar en contacto con las masas proletarias`. Se pregunta si esa tarea imposible la efectuarán escritores, pensadores y artistas proletarios o si éstos -según Trotski- solo surgirán tras la victoriosa revolución del proletariado”.

Walter Benjamin “nunca trabajó con sus propias manos”. Era un burgués de buena familia “que se enamora de la clase obrera. Mejor aún: cree que su liberación personal solo puede producirse a través de la liberación del proletariado”. Se declara interesado por la filosofía, la historia de la literatura alemana y la historia del arte. Pero también por la investigación y la traducción (Baudelaire y Proust), la teoría del arte, la sociología de las artes plásticas y la filosofía del lenguaje. Sueña con el psicoanálisis, las utopías sociales y la historia, y con asociar a Platón, Spinoza y Nietzsche. Sobrevive escribiendo “bobadas destinadas a la radio y la prensa”, y comprando y vendiendo libros, cuando en realidad ambiciona convertirse en “el crítico más importante de la literatura alemana”.

Benjamin ve llegar a Hitler al poder. “Al igual que tantos otros intelectuales, vaticina una caída rápida del régimen”, escribe un Pajak que situa al protagonista de nuestra historia un 19 de abril de 1932 en el muelle de Ibiza, un lugar luminoso para un filósofo: “luz eléctrica y mantequilla, licores y agua corriente, flirteos y lectura de periódicos”.

“Soñador abismado en el paisaje”, reza el subtítulo de este libro, de medio formato y cuidada edición de Errata Naturae. Otra maravilla para leer sin prisas, disfrutando de la emotiva intensidad de los textos y la sobria belleza de las ilustraciones. Una obra de arte que garantiza el futuro del libro como objeto irrepetible, como necesidad evidente, como placer irresistible.

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