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Tania

Tania Sánchez abre los informativos de radio y televisión. Y es portada en los principales diarios. Es el personaje del día. Abandona Izquierda Unida tras ganar las primarias en la Comunidad de Madrid. Se escuchan versiones muy diferentes del suceso. Unos dicen que no tiene credibilidad, otros que su discurso es muy fiable. Unos que se le veía venir, otro que ha aguantado carros y carretas. Unos que se marcha por coherencia, otros por evitar problemas con la justicia, algunos que por ambición. Unos dicen que no tiene nada que ver con las Cajas, otros que tiene todo que ver con su hermano. “Ella y pablemos se han cargado al PSOE y a IU”, dice todo digno el periodista de ABC, el periódico/panfleto que se quiere cargar el periodismo. “No me gusta que Tania se haya marchado”, asegura Cayo Lara antes de confirmar una evidencia: “pero la vida sigue”.

Tania Sánchez ha salido mucho en televisión. Por eso abre los informativos. Su discurso político no es revolucionario, su carrera no es apabullante, sus ideas no son fascinantes, sus propuestas no resultan irresistibles. Pero ha salido mucho en televisión. Desconozco su verdadera capacidad como gestora, ignoro si es una persona en verdad honrada y coherente, y no puedo recordar un solo punto de su programa político. Pero sé perfectamente quién es Tania Sánchez porque la he visto en televisión. Todos los días, a todas horas.

La televisión crea monstruos. Del corazón y de los otros. Del periodismo, de la opinión y, por supuesto, de la política.

En un país civilizado, en el que la política fuese sencillamente la mejor forma posible de organizar la vida de los ciudadanos, sin aspavientos ni miserias, de forma honrada y eficaz, nadie conocería a Tania Sánchez. Ni a la mayoría de políticos: el Estado funcionaría de maravilla, y los ciudadanos solo deberían preocuparse de su formación personal, de su ocio, de sus lecturas, de sus viajes, de ser mejores personas… En un país ilustrado, social y próspero Tania Sánchez sería una gestora anónima al servicio del pueblo. En España es una atracción de feria. De esa feria mediática que un día te encumbra y al siguiente intenta derribarte: “Tania Sánchez y Pablo Iglesias son los Romeo y Julieta de la izquierda española”. “Pablo Iglesias y Tania Sánchez: ¿ruptura o meditada estrategia política?”. “La señorita progre Tania Sánchez no quiere trabajar por 400 € al mes”.

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(Imagen de un informativo de Telemadrid)

España no es un país civilizado. Totalmente civilizado. España es un país en el que se emiten programas como “¿Quién quiere casarse con mi hijo?” (Cuatro): Una de las concursantes le dice al hombre con quien aspira a casarse que tiene complejo de Edipo. “¿De que? Pues no. Qué va a ser eso complejo del hipo…”, responde el mozo.

P.D.

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Todo muy triste

“En la HBO, “Alatriste” sería distinto. Pero esto es España”, escribió Pérez Reverte hace unos días en su cuenta de Twitter. Se refería al estreno en Telecinco de una mediocre serie basada en sus novelas de espadachines. El escritor, reportero y académico tiene toda la razón: esto es España. En el país de la HBO no se hubiese emitido jamás una serie tan mala, sus libros posiblemente no serían best sellers y puede que incluso él no fuese académico. Pero como estamos en España, ¡disfruta Arturo, coño, que no se diga!

La eterna comparación entre las series españolas y las norteamericanas. “Las diferencias se deben únicamente a los presupuestos”, dicen algunos. “Talento nos sobra, faltan medios”, dicen otros. Olvidan que existen cadenas generalistas en otros países, como la BBC, France 2 o ITV, que producen y emiten series de gran calidad para el gran público.

Yo tengo una teoría. Hacer series de calidad no solo es caro. También es difícil. No todos los guionistas pueden escribir los diálogos de “Los Soprano”, no todos los actores son capaces de estar al nivel de Matthew McConaughey en “True Detective”, no todas las productoras quieren arriesgar su dinero, no todas las cadenas quieren emitir programas de calidad. En España en estos momentos es más sencillo, y por supuesto más rentable, programar debates políticos, concursos cutres y series infectas (realizadas a precio de saldo). Porque lo importante no es, créame, hacer buena televisión. Lo importante es ganar dinero.

¿No me cree? Vea si tiene estómago diez minutos de “Alatriste” (Telecinco). O cinco de “Gym Tony” (Cuatro), una comedia de esas costumbristas, campechanas y supuestamente divertidas. O unos segundos de la cuarta temporada, que arrancó la noche del miércoles, de “¿Quién quiere casarse con mi hijo?”, el dating show con el que Cuatro pretende “marcar tendencia”.

“En la HBO, “Alatriste” sería distinto. Pero esto es España”, insiste Pérez Reverte. O sea, lo mismo que le pasa a mi abuela: que si tuviese testículos sería mi abuelo.

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P.D.

 

 

¿Quién coño va a querer casarse con el mierda de su hijo?

Cecilia, nuestra cantante más punk (con permiso de la gran Mercedes Ferrer), escribió sin saberlo la banda sonora perfecta para “¿Quién quiere casarse con mi hijo?”, el nuevo programa de Cuatro: “Me quedaré soltera”. Y es que tras ver el material masculino que, como en un mercado de ganado, ofrece la cadena de Prisa absorbida por Telecinco, cualquier ser humano con dos dedos de frente tiene que elegir la soledad eterna. “Estoy hasta la polla”, le suelta uno de los pipiolos a su madre, como resumen de la calidad del programa y del nivel intelectual de los concursantes.


“¿Quién quiere casarse con mi hijo?” no es ni siquiera original, puesto que se trata de una vuelta de tuerca a otras bazofias de Cuatro como “Granjero busca esposa”. Cinco madres se presentan en la tele acompañando a sus hijos, la mayoría desechos de tentadero, para ver si los colocan de una puñetera vez. Tienen cinco minutos para conocer a cada una de las diez chicas (chicos en el caso del homosexual Luis Ángel) que les tienen preparadas. A partir de entonces contarán con varios días para conocer un poco más a las candidatas, y finalmente tendrán que descartar y elegir parienta.
La escena inicial, con madres e hijos viendo desfilar a las víctimas, es esperpéntica, digna de una subasta de vacuno. “Me gustaría una mujer como mi madre”, dice Daniel, un informático virgen de 27 años que podría haber sido engendrado por Mr Bean. La madre del palurdo, una deteriorada Chus Lampreave, abre la boca para decir que no le gustan las negras: “Me huelen mal, tienen muchos granos”. El panoli en cuestión, totalmente verraco ante el desfile de carne, se las promete muy felices: “La del perrito es la mejor, a los tíos les gusta mucho, la tienes que probar”, le sugiere una aspirante. “El día que descubra el sexo va a ser…”, dice el mirlo blanco tapándose la erección. Pero merece pasar otros 27 años sin mojar el churro: “¿Estudias o trabajas?”, pregunta a una de las actrices contratadas por Cuatro.
El siguiente mozo es un químico striper de 27 años con pinta de chuloputas: “En una chica busco una sonrisa…después de unas buenas tetas”. Obsesionado por las glándulas mamarias, el gañán en cuestión no duda en comparar a su madre con una de las concursantes: “Tienes casi el mismo pecho que mi madre, están las cuatro muy bien puestas”, dice, para inmediatamente después sentenciar: “Se me ha quedado el pájaro tieso”.
“Yo soy mi dios”, asegura un necio llamado David. José Luis, el hijo de Toya, solo es un fachilla engominado de aspecto viejuno, que canta ópera y lleva once años separado. Le gustan altas y delgadas. “Me puedo permitir ser exclusivo con las mujeres, y elegir”, dice sin inmutarse. La madre, una especie de Ana Botella con aún más cara de coneja, le aconseja: “A ésta no hay que pulirla, ésta sí entra en casa”. Luis Ángel, el que se considera “tiquismiquis y escandalosamente metódico”, es gay. Su madre, Mari Carmen, cree que ninguno de los actores es suficientemente bueno para su prenda: “No me fío de los Mohamed”, dice tras conocer a un árabe.
Y así hasta completar dos horas de televisión de una mediocridad insultante, por machista y humillante, por racista y zafia. Un insulto, otro más, a la inteligencia del telespectador.


Un motivo para NO ver la televisión
The Master Plan
Cd: Maximum Respect.


Una vendaval de power pop, de punk melódico, de soul desmadrado, de actitud positiva y coherencia sonora. Así es este “Maximum Respect”, último disco de la banda de un buen amigo: Keith Streng. ¿Cómo, que no conoce usted a Keith Streng? Solo le diré una cosa: es el guitarrista de los Fleshtones, el orgullo de Nueva York, el grupo que grabó Roman Gods y Hexbreaker al comienzo de los 80. En este proyecto le acompañan Bill Milhizer, batería de Fleshtones, y Andy Shernoff, bajista y líder de los Dictators.
“Mucha fiesta, pocas siesta”, acostumbra a cantar el bueno de Streng. Pues eso mismo: rock and roll puro y duro.