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Fecha de caducidad

El Gobierno Griego ha autorizado a los supermercados a abrir una sección donde, por precios más ajustados, los clientes pueden adquirir productos cuya fecha de consumo preferente ha expirado. Alimentos caducados, para que usted me entienda. Han tomado esta medida ante el empobrecimiento de la población debido a la crisis. El responsable de Consumo de tan ingenioso y resolutivo Gobierno asegura que no hay nada que temer, puesto que “no significa que esos productos no estén buenos o sean peligrosos”. Solo significa que se deberían haber consumido “preferentemente” antes de esa fecha.

Si usted creía que en la Comunidad Europea no había ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, visite un supermercado griego. En la meca del yogur cremoso usted encontrará dos expositores, uno para la gente de bien y otro para perdedores. En este último encontrará a los parados y desahuciados que antes rebuscaban en los contenedores de basura de ese mismo super, ahora vacíos. Y verá en esos mismos expositores, quién sabe si ya sin refrigeración, los yogures viejunos que antes terminaban sus días en residencias de ancianos y centros de menores, los grandes perdedores en este birlibirloque de las fechas de caducidad.

Arias Cañete, un político visionario además de un gourmet, ya advirtió de las bondades del consumo de este tipo de delicatessen. España, la patria de El Bulli, no puede quedar al margen del progreso gastronómico: Mariano Rajoy tiene que permitir la venta de productos caducados ya mismo. Soy plenamente consciente de que el país va como un tiro y está saliendo con paso firme de la crisis, la friolera de 31 parados menos en el mes de agosto así lo atestigua, pero no podemos perder la ocasión de apuntarnos a este tren ganador. Sobre todo porque en España, reconozcámoslo, jamás hemos sido muy exigentes con las fechas de caducidad. No nos pongamos ahora exquisitos… Si no me cree tenía que haber visto anoche en “El Hormiguero” (Antena 3), el programa más divertido, chispeante y cool de la parrrilla, a Pablo Motos jugueteando con Raphael, el invitado estrella del programa.

En España llevamos décadas consumiendo productos caducados. Somos el país de la monarquía prestamista, del Gallardón anti abortista, de las corridas de toros, de José Bono, del Valle de los Caídos, de Ana Rosa Quintana y de Rouco Varela, de los piropos (“Chúpamela, chocho”, le dijo ayer delante de mis narices un camarero a una chica que pasaba por la calle), de Rita Barberá y las procesiones de Semana Santa, del bombero torero y los enanitos rejoneadores, de los entresijos y los zarajos, del ABC y de Jorge Javier Vázquez, del día del desfile de las Fuerzas Armadas y del conflicto de Gibraltar, de Jaime Peñafiel y de las tradiciones, de El Gato al Agua y de Telecinco, del Consejo del Poder Judicial y del toro de Tordesillas, de la primera edición del Telediario y del sol y sombra, del Tribunal de Cuentas, de Francisco Marhuenda, de las caras de Bélmez

Los españoles estamos inmunizados contra los productos no ya caducados, sino directamente podridos, de puro viejo, desfasado y rancio. Forman parte central de nuestra dieta, son la base de nuestra alimentación. Viene siendo así desde la Transición. Por eso la medida griega de permitir a los supermercados la venta de productos caducados solo podemos entenderla como una ingeniosa técnica de provocación al consumo. Y es que los fabricantes de deseos, ya sabe, la industria de la publicidad, no sabe cómo sorprendernos…

Un motivo para NO ver la televisión

Acabo de ver “Mud”, una gran película sobre el amor. El primer amor y el último amor. Sobre la iniciación al amor, sobre los bofetones que reciben los amantes y sobre la injusticia del desamor. Amor luminoso de padre y madre, amor desesperado de amante, amor de compañero y amigo, amor de verdad y de mentira, y hasta de serpiente mocasín. Tiene lugar en la Arkansas profunda, en pleno río Mississippi, el viejo y pobre sur, pero es bien conocido que el amor no tiene fronteras… Una historia emocionante, una película grandiosa.