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The Albenizgton Post

Estoy pensando seriamente que, teniendo en cuenta la gravedad de la crisis de la profesión periodística, la solución sería crear mi propio medio digital. Tengo la idea muy avanzada… Se llamará The Albenizgton Post y estará basado en el trabajo de los demás. ¿Tiene buena pinta, verdad? Será una web moderna hasta el pijerío, contará con una plantilla diminuta de periodistas-enlazadores que me darán las gracias cada día por tener curro, ofrecerá una cobertura fresca de la actualidad, ya sea de política, tecnología, sociedad o del mundo del espectáculo, y los gurús dirán que su creador es “tremendamente innovador”. El medio que exigen estos tiempos de mierda, de periodismo neoliberal, depredador y pinturero. Pondré en una esquina de la cabecera, junto a The Albenizgton Post,  el cartel de “No Mass Media”, y luego negociaré con una gran empresa la expansión internacional. Los directivos de los grandes medios, aquellos que en la transición lucharon por la libertad de expresión, dirán que soy un emprendedor admirado y admirable. “The Albenizgton Post permitirá aunar la experiencia y el liderazgo editorial en español con la innovación en internet gracias a una mezcla de contenidos originales, agregación de noticias, participación de los usuarios y una importante plataforma de blogueros y expertos de todas las áreas”.

Blogueros de The Albenizgton Post en el exterior de la redacción.

La idea es mía, pero tengo que reconocer que está inspirada en las declaraciones que hizo la periodista Montserrat Domínguez en las IX Jornadas de Blogs y Medio de Comunicación celebradas hoy en Granada. “No entendemos el blog como un trabajo”, dijo la querida compañera tras comentar que se encuentra buscando blogueros que se incorporen a su nuevo proyecto periodístico, financiado por el todopoderoso grupo PRISA. Pero no blogueros “de los que escriben de cómo ha amanecido el día, sino blogueros que cuenten cosas”. Es decir, que Montse busca blogueros de calidad, sí señor, lo mejor de lo mejor, para poder compensarles como se merecen: “dándoles visibilidad”. Es decir, que Montse busca blogueros que trabajen gratis. ¡Brillante idea!

¿Visibilidad? ¿Admitirá nuestro casero, nuestro carnicero o nuestro zapatero que le paguemos el piso, las chuletas o las medias suelas con “visibilidad”? Creo que no. Y por eso, a diferencia de una Montserrat Domínguez que imagino trabajará gratis (por la visibilidad) dirigiendo una ONG con la que no esperará obtener beneficios (solo visibilidad), yo sí pienso cobrar un buen sueldo. Por ejemplo, algo más de lo que gana un locutor de la SER.

Mi mujer dice que soy un idealista, y que The Albenizgton Post es solo un bonito sueño, una utopía. Cree que la Asociación de la Prensa estallará en cólera e iniciará de inmediato una dura campaña en defensa de la profesión y en contra de la explotación de los periodistas. Pero yo sé que se limitará a colgar un tuiter diciendo que “defiende que los trabajos periodísticos sean realizados por periodistas y que cobren dignamente por ellos”. También sé que los compañeros periodistas que trabajan en grandes medios se quejarán de posibles alianzas de sus empresas con el AlbePost, pero lo harán en el bar. No irán más lejos: bastante tienen con mantener sus trabajos.

La cosa promete. Para poner en marcha The Albenizgton Post ya solo necesito un gran grupo mediático, dispuesto a invertir poco y ganar mucho. Alguno cuya legendaria soberbia encuentre en su actual decadencia la situación ideal para afrontar un proyecto con que humillar definitivamente a los periodistas y enterrar el periodismo. Tengo uno en la cabeza…

Muertos vivientes

Cada mañana me siento a desayunar con un café, un trozo de pan tostado y el diario El País. Pongo un poco de azúcar en el café, aceite de oliva y tomate en el pan, y abro el periódico por las páginas finales, las de televisión. Una rutina que tiene que ver con este blog, que escribo desde hace siete años y está dedicado a la pequeña pantalla y sus vericuetos. Me interesa especialmente la información sobre televisión. Compro El País, entre otras cosas, por la información sobre televisión. Pago buena parte de ese euro con treinta céntimos que me cobra el quiosquero por su información sobre televisión. ¿Y qué me encuentro un día tras otro? Publicidad. Ayer concretamente la sección incluía dos piezas: la primera, sobre una película de animación que estrena hoy Canal +, la plataforma de pago de PRISA, propietaria del diario El País. La segunda, sobre un documental que estrenó esa misma noche una cadena de pago, en el dial 21 de Canal +, la plataforma de pago de PRISA, propietaria del diario El País.

A los periodistas de raza estos detalles les parecen insignificantes. A mí, como lector mestizo, pero de pago, me indignan. Mordisqueo el pan, me limpio unas gotas de grasa de la barbilla, apuro el café y me pregunto: ¿para qué coño sigo comprando el periódico? “Por la sección de internacional y los chistes de El Roto y Forges”, me susurra la voz de mi nostálgica conciencia periodística. “En la red lo tienes todo, no seas tan gilipollas como para pagar la publicidad a precio de información”, grita mi raquítica cartera desde el fondo del bolsillo del pantalón. Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA, me ayuda a tomar una decisión: “los periódicos han desaparecido y no lo sabemos. Somos como muertos vivientes”.

No seré yo quien lleve la contraria a Cebrián, el ejecutivo de los 8,2 millones de euros. La crisis de la prensa no está causada por un solo motivo, es evidente, pero la baja calidad de los periódicos podría ser uno de los importantes. El País, el mejor de todos, se desangra en el pago de hipotecas: la ludopatía y el onanismo son dos vicios que licuan la tinta y dejan manchas en cada página. “A mí lo que me preocupa, en El País y en la prensa en general, es el proceso de autocensura en las redacciones, que es muy fuerte”, asegura un Cebrián con un descomunal sentido de la autocrítica. “Es decir, redactores que se abstienen de publicar, de decir cosas, de llevar a cabo investigaciones, lo que sea. Y no porque nadie les presione, ni la empresa ni fuerzas exteriores a la empresa, ni los gobiernos… sino porque el redactor cree que no le conviene”.

Acabáramos. La culpa es de los periodistas. Esos caguetas que piensan que tienen que escribir bien de Canal +, del grupo Santillana, de la Cadena Ser, de Mediaset (Telecinco, Cuatro), de la monarquía, de los políticos que les concedieron las televisiones, del empresario mexicano Carlos Slim, de los bancos acreedores con los que han pactado la refinanciación de una deuda financiera de PRISA que ascendía en 2011 hasta los 3.537 millones de euros…

Muertos vivientes, insiste un Cebrián que, quizá en un gesto que forma parte de su campaña en defensa de la monarquía, y para quitarle plomo al incidente de Froilán, se ha disparado con un Magnum 44 en el pie. ¡Pum!

Anormales

Antonio Resines dice que los críticos de televisión de El País que han comentado “Cheers”, la serie que  protagoniza, son “anormales”. Hasta aquí, todo correcto. Sin embargo, la reflexión pierde garra cuando es leída en su totalidad y analizada en profundidad. El veterano actor no lamenta que hayan puesto a parir un trabajo, el suyo, que a él pudiera parecerle digno, sino el hecho de que estén tirando piedras sobre su propio tejado: “¿no se han dado cuenta estos anormales que es la misma empresa? Coño, Plural es de Prisa, es una productora del grupo”.

El remake es una bazofia, de acuerdo, pero es nuestra bazofia, sugiere un Resines que no entiende que, tal y como funciona el mundo del periodismo corporativo, le hagan semejante putada. Entre curas no podemos pisarnos la sotana. El actor tal vez recuerde haber leído en El País reseñas magníficas de libros francamente infectos, pero editados por Alfaguara. O quizá lea en ese mismo periódico, día sí y día también, las novedades y bondades de Carrusel deportivo y otros espacios de la Cadena SER. O puede que contemple cómo habitualmente la sección de comunicación está consagrada a Canal +, y cómo desde hace unos meses (concretamente desde la fusión) tratan con cariño incluso a la programación de Telecinco. Entonces, lloriquea resines, ¿Por qué me hacen esto a mi?

Resulta entrañable Resines con este comentario, tan inofensivo y simplón que parece extraído de uno de sus guiones. Se queja de la crítica negativa, pero no de la campaña promocional del mismo periódico días antes del estreno: “Donde todos saben tu nombre”, “Vuelve Cheers pero en castizo”, “Barra libre para Cheers en español”

La interpretación que hace Resines en la adaptación de “Cheers” le aleja, seamos sinceros, de conseguir un Emmy, un Globo de Oro o incluso un TP de Oro. Pero con sus  declaraciones no debería haber tenido problemas para hacerse con “la frase estúpida del día”. Pues ni por esas. Jaime Martínez Bordiú, nieto del dictador Francisco Franco, ha soltado la siguiente memez: “Mi abuelito era un gran tío, una buena persona. Murió cuando yo tenía casi 12 años, pero recuerdo que era divino y muy familiar”. Y Cristiano Ronaldo, esta otra: “Me pitan por ser rico, guapo y un gran jugador”. En el mundo de la estupidez, la competencia es feroz…

El fútbol es así

Me gusta el fútbol. A rabiar. Pero reconozco que en su versión más comercial y televisiva está haciendo un daño irreparable a nuestra sociedad. Transmite una imagen agresiva, sucia y empobrecedora del deporte. Es un ejemplo nefasto para los ciudadanos, sobre todo para los más pequeños. El fútbol sugiere que ganar lo justifica todo, y nos invita a ser tramposos, insolidarios, mezquinos, violentos. Nos hace peores personas. ¿No me cree? Entonces es que no vive el fútbol en toda su intensidad…Métase un dedo en el ojo y piense en Mourinho, el tipo que está cubriendo de mierda la supuesta inmaculada imagen del mejor club del mundo. Salga al balcón, grite “¡catalanes hijos de puta!”, y siéntase tan español como un niño frente al televisor de un bar. Péguele una patada en los testículos a su marido y pregúntele: ¿cariño, cómo ha quedado Osasuna? Y no olvide jamás que en España solo hay una imagen más repugnante que la del político corrupto, el constructor desalmado o el nuevo rico ignorante, despilfarrador y soberbio: la del presidente de un club de fútbol. Jesús Gil, el ciudadano que reunía las tres miserias en un solo corpachón, fue ejemplo perfecto.

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