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Tan cerca, tan lejos

He sentido una enorme vergüenza cuando he leído en un diario portugués que la cifra de muertos por los últimos incendios asciende a 45. Pensaba que eran 33 los fallecidos. Es decir, que había desconectado del drama del país vecino desde hace días. Yo, y los medios de comunicación nacionales, que quizá no han dado la importancia necesaria a la tragedia vivida en Portugal.

Los medios de comunicación españoles están desde hace tiempo a piñón fijo, que es lo más fácil y lo más barato. Sobre todo las televisiones, con unos informativos absolutamente impresentables. Salvo una breve interrupción por los incendios en Galicia, un paréntesis, el resto de las noticias que aparecen en pantalla se resume en tres grandes bloques: La deriva independentista catalana, sucesos y deportes. En los telediarios de TVE cierran, eso sí, con un tipo que salta en bicicleta por un barranco o se tira desde un puente con esquís.

Atención especial merece La Sexta, que ha encontrado un filón en Cataluña. Horas y horas y más horas de tertulias de saldo, opinadores low cost repitiendo una y otra vez las mismas teorías y obviedades, y grandes dosis de Josep Borrell. Televisión que parece radio, mala radio, pero que debe ser rentable, muy rentable.

Un motivo para NO ver la televisión

Indian Creek

Autor: Peter Fromm.

Editorial: Errata Naturae.

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En “Indian Creek”, el nuevo título de la imprescindible colección “Libros salvajes”, nos encontramos con todo aquello que identifica esta biblioteca de textos asilvestrados: desde el encuentro con uno mismo al que invita la cabaña de Thoreau, a la aventura y los peligros de los grandes espacios que encontramos en “The Big Sky”, el clásico de Alfred Bertram Guthrie. Todo comienza cuando Peter Fromm, el protagonista de la obra que hoy nos ocupa, decide aislarse de la civilización y aceptar una insólita propuesta del Servicio Forestal norteamericano: vigilar una puesta de huevos de salmón en la región de Indian Creek. Es decir, vivir durante siete meses en una tienda de campaña, en medio de la naturaleza, con nevadas que le mantendrán aislado y con temperaturas inferiores a los cuarenta grados bajo cero.

“Victorias diminutas, como el día en que saqué mi primera hogaza de pan dorado de la estufa de leña, me hacían salir de la tienda y correr por el prado como un idiota, riendo y danzando como si acabara de ganar la lotería. Cada uno de esos triunfos, por muy pequeño que fuera, recortaba un trozo de la soledad que siempre acechaba cerca, agazapada en las arboledas sombrías, en el agua negra que procuraba no congelarse, incluso en la forma en que el río hablaba por la noche, poniendo voces que nunca utilizaba durante del día.. Empecé a encontrar mi lugar en el bosque y cada vez me sentía más a gusto en él”.

En “Indian Creek” pasan cosas, pero no tantas. Encuentros esporádicos con cazadores y forestales, escenas desganadas de caza (el protagonista no disfruta cazando), tormentas y temperaturas extremas que dificultan el día a día, un lince muerto de un certero estacazo… La grandeza de esta obra está en cómo el autor, con el paso de las jornadas y las penurias, aprende a observar la naturaleza, a disfrutar de las pequeñas cosas que le ofrece el bosque, a sentirse satisfecho consigo mismo, con su perra y con los cuatro utensilios que conserva en su tienda de campaña. La vida simple.

Pete Fromm utiliza un lenguaje austero para narrar su estancia en la montaña. No encontraremos en “Indian Creek” poesía blandengue, ni melancolía lacrimógena. Fromm comienza añorando a los suyos, soñando con una ducha caliente, una cerveza fría y una ensalada, pero poco a poco se va despojando del traje urbanita y sintiéndose cómodo sobre sus raquetas de nieve, mascando carne congelada y contemplado nevadas interminables. El mundo salvaje termina siendo su mundo.

“Me encontraba en el viejo vado que los indios nez percé habían utilizado en su día para cruzar el río Selway cuando abandonaban su campamento de Idaho para llegar a los territorios de caza del bisonte de Montana. Siguiendo su pista aún era posible ver viejos árboles casi pelados. Los indios descortezaban los troncos para comer, pues no había nada más que echarse a la boca en aquellas duras tierras montañosas. Creí poder imaginar su desesperación por atravesar esos terrenos y alcanzar la tierra prometida de Montana”.

Una narración sincera que habla de adaptación, de aprendizaje, de supervivencia y de soledad. De cómo un simple lector de novelas protagonizadas por tramperos acaba convirtiéndose, no tras pasar algunas edificantes penurias, en todo un mountain man. Y es que quizá todos llevamos un hombre de las montañas en nuestro interior…