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El ano en la boca

Una lectora pide un post sobre un personaje concreto: Salvador Sostres, tertuliano de cadenas basura, columnista de diarios amarillos y escritor de libros insignificantes. Ya sé que esto es un blog, no un programa de Los 40 principales, pero un día es un día… Y Sostres, un recto ajustado para defecar en siete colores, se lo merece: acaba de publicar “Su sexo en mi boca”, un texto absolutamente impresentable, otro más, en este caso sobre Dominique Strauss-Khan y su revoltoso miembro.

Protegido y financiado por Pedro J Ramírez, el tal Sostres se está convirtiendo en el enfant terrible de El Mundo: con cada intervención añade un toque de polémica y mal gusto a un diario que cada vez con mayor urgencia necesita a individuos de esta calaña. Tamaño emporio mediático no se puede alimentar únicamente de distorsionar el 11-M… La última deposición de Sostres gira alrededor de algunas de sus perversiones favoritas: el machismo, la misoginia y el sexo chungo. “Las explicaciones que ha dado la camarera de Strauss-Khan – me puso su sexo en mi boca – vienen a confirmar la inocencia del político francés. Ningún hombre con un mínimo instinto de conservación pondría su sexo en una boca hostil a menos que tuviera una pistola o un arma contundente con que amenazar a la chica”, escribe en El Mundo. Y remata con una frase antológica: “La propaganda feminista es tan asfixiante que ningún diario serio ha reaccionado ante las palabras de la camarera. ¿Cómo puede ser que alguien la crea?”.

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Cruzar la línea

Cuando escuché que un periódico cerraba debido a las manipulaciones y tropelías que había cometido, me estremecí como una novicia durante su primer coito. Y cuando supe que el director del diario había sido detenido, sentí una vertiginosa sacudida eléctrica a lo largo de la columna vertebral. ¿Los italianos, expertos en corrupciones y chanchullos, se habían cansado de la teoría de la conspiración? ¿Qué sería de mis antiguos compañeros y de mis queridos ex jefes? Un análisis más reposado de la noticia me hizo comprender que el desastre se había producido en Inglaterra, cuna del periodismo sensacionalista, y que los medios de comunicación españoles seguían libres de toda sospecha.

Dicen que el cierre de un periódico siempre es una mala noticia. No estoy seguro. Si el diario en cuestión miente, manipula y paga por las informaciones, puede que no, puede que se trate de una excelente noticia. Quizá el  mundo es más limpio, más saludable y resulte más habitable sin periódicos como el dominical británico News Of The World. Dicha esta obviedad, conviene preguntarse por qué nos sorprende tanto lo sucedido en Londres. ¿Por “la deplorable e inaceptable actitud de un diario” que pertenece a un gran emporio mediático, en palabras del propietario del mismo? ¿Tal vez porque supone un nuevo golpe al periodismo, profesión que se tambalea? ¿O quizá por la impunidad de que goza el mal periodismo, ese “deplorable e inaceptable”, en nuestro propio país?

“Acaban de detener a Coulson, director de News of the World cuando hizo escuchas ilegales. Me parece bien. La ley es para todos” decía en Twitter un Pedro J. extrañamente contenido. Apenas ha dedicado tres tweets a tan peliagudo asunto periodístico, menos incluso que al robo del código Calixtino, algo a todas luces insuficiente para los seguidores de un gurú de semejante calado adicto a la red social del pajarito. ¿Acaso no se siente cómodo hablando de periódicos que cierran por manipular, mentir y pagar por informaciones? Curiosamente, El Mundo elige para titular la noticia de la despedida del NOTW una frase que muy bien serviría para el 11-M y la teoría de la conspiración: “No hay justificación para el dolor causado a las víctimas”.

Rupert Murdoch, conocido en la profesión como “el dueño de las noticias”, saca pecho con el cierre de su diario. Todo sea por la dignidad del periodismo, parece sugerir con tan drástica medida. Murdoch sacrifica el tabloide sin titubear, para lavar su imagen, conservar el control de la gran plataforma de televisión Sky y seguir reinando en los medios de comunicación británicos. No es periodismo, estúpido, es poder y dinero.

La gran diferencia entre Inglaterra y España es que allí pudiera parecer que no hay trampa ni cartón. Cruzaron la línea hace años, y quien se acerca al quiosco y compra (compraba) NOTW o The Sun sabe en qué gasta su dinero, qué tipo de información está dispuesto a  consumir. En España los lobos siguen  disfrazados de cordero, y dan clases de pastoreo desde unos púlpitos situados al otro lado de la alambrada. Nos hemos acostumbrado a convivir con la corrupción periodística, con la manipulación y la ausencia de independencia, con escándalos informativos que deberían haber derribado medios y hundido a periodistas. También hemos cruzado la línea, pero aquí no pasa nada…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Un hermoso lugar para morir.

Autor: Malla Nunn.

Editorial: Siruela.

Para sobrevivir a la saturación que ha supuesto la invasión de la novela negra del norte de Europa, con muchos autores mediocres y títulos anodinos, lo mejor es regresar a los clásicos: Chandler, Ellroy, Mosley, Hammet, Thompson… Pero sin cerrar puertas: por muy hastiados que estemos de extravagancias criminales, no podemos negar el paso a nuevos escritores de países exóticos con sorprendentes planteamientos. Si lo hacemos, podríamos perdernos libros tan interesantes como este “Un hermoso lugar para morir”, ambientado en la despiadada Sudáfrica de los años 50.

La escritora Malla Nun (Swazilandia) sitúa la acción en una pequeña población rural de Ciudad del Cabo consumida por el apartheid. Hasta allí viaja el policía Emmanuel Cooper para intentar resolver el asesinato de Willem Pretorius, el comisario de policía local. Las diferencias interraciales son enormes, tantas como los secretos que esconden los personajes que se incorporan a la historia. Los hijos de la víctima, despiadados afrikáners. Un viejo judío que sabe curar heridas de todo tipo. Mujeres maltratadas utilizadas como objetos. En este lugar cercano a Mozambique nada es lo que parece, y todo se complica hasta alcanzar un final, no podía ser de otra manera, violento y sorprendente. Un excelente comienzo para una prometedora serie.

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Arte de mierda

El mayor restaurante asiático de Europa tiene 2.000 metros de superficie, capacidad para casi 400 personas, diez palcos de lujo y un detalle exquisito: está decorado con obras de arte del siglo XVIII. El abrevadero en cuestión se llama Zen Market, y seguro que no adivina en qué lugar ha abierto sus exclusivas puertas. ¿En los bajos del Louvre, para que la luz que atraviesa la pirámide ilumine de refilón el pato laqueado? Frío, frío… ¿Junto al Museo Británico, en ese barrio de librerías de viejo y caserones de recio ladrillo victoriano? Se está helando. Le daré una pista: en Madrid. ¿En el edificio Sabatini, del Museo Reina Sofía, junto a la colección “Utopías y conflictos”? Se acaba de congelar. ¡En el estadio Santiago Bernabeu!

Desde el cuadro de Miró en la pared del cuarto de baño de Juan Antonio  Roca, el que fuera asesor municipal de urbanismo de Marbella, no veía una horterada semejante. ¡Obras de arte del XVIII junto a la banda que mancilla ese destripaterrones de Arbeloa! Como lo está usted leyendo. Y es que el arte ya no es lo que era…

“El ocio protege contra el estrés y la depresión”, aseguraba el titular de una columna del diario El Mundo. Estamos de acuerdo, pero el ocio es una cosa y el arte otra. Palabras mayores. “Los toros son arte”, me interrumpe un Pedro J Ramírez que refuerza su análisis con la presencia de Vargas Llosa y Pere Gimferrer, flamantes ganadores del premio Paquiro “por su defensa a ultranza de la tauromaquia”. “No debemos avergonzarnos de nuestra afición”, sentencian los escritores tras soltar algunos tópicos indignos de su talento: “La tauromaquia es una metáfora de lo que es la condición humana” (Gimferrer) “Cuando se pone en juego el arte del toreo, es poesía en movimiento” (Vargas Llosa). Como el nivel intelectual no parece demasiado alto, me atrevo a incluir la cavilación final de José Bono, socialista y español, que pese a las circunstancias que atraviesa su partido apadrinó el cornudo evento: “la desvertebración (de España) también incluye negar los toros”.

Arte del XVIII exhibido en un chino del Bernabeu, arte colgado junto al bidé del tigre de Roca, arte en la tortura de un animal… A cualquier cosa le llaman arte. En 1961 el artista italiano Piero Manzoni montó una exposición con 90 latas de metal que contenían sus propias heces. Treinta gramos de mierda por lata. Medio siglo después, el precio de cada una de esas obras de arte sin fecha de caducidad supera los 125.000 euros.

 

P.D.

Ya sabemos de qué hablaban Zapatero y Javier de Paz, hoy consejero de Telefónica y ayer dirigente de Juventudes Socialistas, la noche de las pasadas elecciones: ampliar el expediente de regulación de empleo (ERE) de Telefónica de tres a cinco años, y de 6.500 a 8.500 trabajadores. Y todo, el año en que el presidente de esa empresa cobró 8,6 millones de euros. ¿Revisión ideológica? ¿Congreso? ¿Primarias? El PSOE necesita mucho más que todo eso…

 

el honor perdido de piqué

“¡Comedme la polla, catalanes hijos de puta!”, chilló una voz en el bar mientras los jugadores del Real Madrid recogían la Copa del Rey. Otras muchas jalearon su gracia e incluso trataron de superarla. Es muy posible que los energúmenos fuesen lectores de Marca, y que el periodismo de calidad del diario de Unidad Editorial inspirase su irracional cántico. Hace un par de días uno de los columnistas de este diario deportivo escribió que Piqué, al finalizar el último partido de liga entre Barcelona y Real Madrid, se dirigió a sus rivales blancos en el túnel de vestuarios en los siguientes términos: “Españolitos ya os hemos ganado vuestra liga española. ¡Qué os den!”. Pedro J Ramírez, director de El Mundo e ideólogo de Marca, escribió en su Twitter esa frase, y otra más también atribuida a Piqué: “¡Españolitos ahora os vamos a ganar la copa de vuestro Rey!”. Sentenciaba Pedro J: “¿Fuerte no?”.

Superada la resaca de la Copa del Rey, y felicitado el Real Madrid por su merecida victoria, deberíamos analizar el menosprecio de Piqué a España y a los españoles. Se lo digo porque quizá fue una de las causas del ambiente tenso que se vivió durante el partido, dentro y fuera del campo. Las reglas básicas del periodismo obligan a telefonear a Piqué y confirmar sus palabras, pero en este caso no fue necesario porque el propio jugador dejó estas declaraciones en su Twitter: “Deseo comunicar que la información que hoy ha salido sobre mí en un medio deportivo es totalmente falsa y nunca dije semejantes tonterías”.

¿Solucionado? El diario El Mundo dedicó el miércoles su editorial, en la página 3, a la atleta Marta Domínguez: “¿Quién devuelve el honor perdido a Marta Domínguez?”, titulaban a cuatro columnas, en un texto que recordaba que ha sido exculpada de tráfico de sustancias prohibidas. Ahora pregunto yo: ¿Quién devuelve el honor perdido a Gerard Piqué? Para leer las palabras en las que el defensa del Barcelona, y de la selección nacional, desmiente sus supuestas declaraciones, el lector de El Mundo tenía que buscar en el último párrafo de una información publicada en página par, la 42: “nunca dije semejantes tonterías, se defiende el jugador en Twitter”.

Muchos lectores, de Marca y de Pedro J,  no leerán jamás ese pequeño párrafo escondido en el final de un texto arrinconado en la sección de deportes. Para ellos Piqué será, ya para siempre, el futbolista catalán que faltó al respeto a España. Mancha, que algo queda… Así funcionan algunos periodistas, así funcionan algunos periódicos.

Las consecuencias de semejantes miserias no son, cuidado, exclusivamente periodísticas o deportivas. Noticias sensacionalistas, que ni son verdad ni dejan de ser mentira, calientan a los seguidores de los equipos, alimentan el odio e incitan a la violencia. Ese repugnante “¡Comedme la polla, catalanes hijos de puta!” puede muy bien ser producto de la creación premeditada de un clima de crispación. Campañas de marketing que, camufladas como información y ajenas a las posibles consecuencias sociales, ayudan a vender periódicos. Que es lo único que importa…