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Populismo eres tú

Lo de Miguel Ángel Revilla es un espectáculo. Bochornoso. Un político veterano y parlanchín, abuelo cebolleta con un gran concepto de sí mismo, se ha convertido en una estrella de la televisión. A todas horas, en todas las cadenas, impartiendo en prime time su doctrina de barra de bar, de mesa de dominó, de residencia de mayores. Se trata del entrevistador-tertuliano-monologuista perfecto. Y digo perfecto porque no resulta grosero, ni tendencioso, ni estridente, ni siquiera manipulador. Solo es populista. Es el populismo en estado puro. Es el sueño de cualquier televisión.

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Revilla sabe de todo. Sí, como su cuñado. El Brexit, las pensiones, la emigración, la corrupción, el islamismo, el tráfico de armas, Pedro Sánchez, el futuro de Trump, de Nacho pasando del lateral al centro de la defensa… Nada escapa al conocimiento de este sabio norteño. Un hombre que presume de sentido común, de estar con el pueblo, de llevarse bien con todo el mundo, de… Un hombre que presume. Y habla por los codos, repite una y otra vez tópicos simplistas, busca los aplausos del público. Canta con Pablo Motos. Bebe con Bertín. Come con una jirafa. Y de paso vende con descaro sus libros-basura: “Yo sabía lo de las guerras de Irak y de Siria antes de que empezasen, lo pueden comprobar en mi libro…”.

El sábado Revilla fue la estrella de “La Sexta Noche”. Minutos y minutos de opiniones de saldo. Televisión barata y por tanto rentable. En un momento dado, y en lo que solo puede considerarse una diabólica vuelta de tuerca, Revilla entrevista a José Mújica. Escucho la primera pregunta del cántabro al uruguayo, y me veo obligado a apagar la televisión: “¿Te has cargado a alguno?”.

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Un motivo para NO ver la televisión

La familia real.

Autor: William T. Vollmann.

Editorial: Pálido Fuego.

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Vollmann es uno de los secretos mejor guardados de la literatura universal. Solo un sistema de seguridad prodigioso, que soy incapaz de imaginar, puede impedir que este californiano de 57 años deje de ser un autor de culto y se convierta en una estrella. ¿Estamos ante el mejor escritor norteamericano vivo? Le pregunto esto tras haber leído “Europa Central” (Mondadori, una obra maestra indiscutible sobre el sufrimiento durante la II Guerra Mundial), haber devorado “Historias del Arcoíris” (Pálido Fuego, una colección de relatos de una originalidad simplemente indescriptible), y haber terminado la página 1052, la última, de “La familia real”, el último de sus textos publicados en España.

No quieres que el libro termine, porque no quieres que dejen de aparecer personajes increíbles, que dejen de producirse situaciones sorprendentes, fantásticas historias urbanas, detalles brutales sobre la miseria humana. No puedes dejar de leer, excepto para cambiar de postura o permitir que las muñecas descansen (“La familia real” pesa 1.450 gramos), porque tienes en las manos una suerte de Mil y Una Noches del lumpen de San Francisco, con un sinfín de aventuras más o menos trágicas o patéticas protagonizadas por putas de todas las calañas, drogadictos en descomposición, empresarios decadentes, policías demacrados y abogados rabiosos, hermanos que se odian y mujeres que mueren y dejan escrito el destino. Un mundo de otro planeta, situado justo al doblar la esquina de su calle, habitado por seres en proceso de destrucción que, despojados de un pasado que parecen haberles robado, luchan por llegar al día siguiente.

“Al cruzar con el coche las vías del metro de superficie, las cuales destellaban una luz luminosa más oblicua que las puntas de los cigarrillos de las fulanas, oyó a alguien chillar por la zona del Glide Memorial pero fue incapaz de ver un alma. Divisó a un hombre y a una mujer junto a una reja. Vio a una mujer, borracha, sacudir su pelo de serpientes muertas y separar los dedos, de los cuales cayeron goterones de lluvia como casquillos de bala expulsados sobre el cemento por una automática Calico de asalto de cien disparos. Activó los limpiaparabrisas para controlar la finísima lluvia que se arrastraba por las fachadas de los edificios como estática tiznada, y descubrió justo frente a sí a un hombre que caminaba despacio, como si le dolieran los pies, arrastrando una inmensa maleta de vinilo”.

Dos hermanos en lucha, una reina de las putas, una esposa que se suicida, un burdel galáctico llamado “Circo Femenino”… Son los planetas de una galaxia por la que circulan a toda velocidad decenas de hombres y mujeres que van dejando su poso, en forma de historias más o menos tristes. Vollmann no es un cascabel. Sus narraciones son grises, y los protagonistas de las mismas están muchas veces acabados. Vollmann sabe qué se trae entre manos, y escribe de maravilla. El resultado es grandioso, poco importa que nos hable de un leopardo de felpa, una fulana sifilítica o un taxista con un cliente que quiere pillar crack. No hay tregua para los protagonistas, tampoco para un lector que en muchos momentos se siente atrapado por una literatura épica, sobrenatural, irrepetible. Vollmann es uno de los grandes, y si no me creen lean capítulos de la intensidad de “Soliloquio de Kitty” (“Llevo tanto tiempo cayendo que es como si nunca viese el sol, quizá sea porque trabajo de noche, pero quizá sean tonterías pues también recuerdo tanta luz como para tener que ocultarme de ella como un bicho”) o del ritmo dylaniano  de “Calle Geary” (“Detectives privados de oídos envidiosos, pederastas autocompasivos que desean explicarse a cada extraño de cada bar, prostitutas sin clientes, abogados que aún no han sido nombrados socios principales, y yo mismo, descrito en la introducción a la edición japonesa de una de mis novelas como un escritor menor –ah, como pica- y tú mismo, lector, cuyas cualidades son escasamente reconocidas en este mundo, y ya puestos todos los que seguimos con vida, pues hasta el momento hemos sido groseramente ignorados por la muerte”).

Vollmann habla en todo momento de personas derrotadas, que sufren, que son utilizadas o agredidas. No es un escritor cómodo, pero no por la extensión de obras como ésta, sino por ser muy exigente con el lector: él lo da todo, pero exige atención máxima, la necesidad de dudar de todo, cierto sentido crítico y un estómago en perfecto estado. La recompensa es enorme: Vollmann es un clásico moderno que en libros como éste utiliza la magia de la escritura para iluminar a seres invisibles, zarandear lugares comunes, sacudir conciencias y recordarnos que la marginación es el lugar más desdichado del mundo. De un mundo despiadado, este que nos ha tocado vivir, que se hace más humano y soportable gracias a la gran literatura. A libros como éste.

La fiesta de la pluralidad

Un día no muy lejano tal vez podremos disfrutar, si la suerte y los astros de la pequeña pantalla nos acompañan, de la gran fiesta de la pluralidad televisiva. Una de esas jornadas inolvidables, inconmensurables e inigualables para el recuerdo. Será por la noche, evidentemente. Y en prime time, qué duda cabe. La juerga estará patrocinada por todas las cadenas, y contará con absolutamente todos los telespectadores del Estado español como invitados de lujo. En ese momento de gloria, en ese instante para la historia de la comunicación audiovisual, pongamos el canal que pongamos veremos la misma cosa. Una película comercial, una serie de mierda, un concurso de medio pelo, quién sabe si una corrida de toros o el informativo más tendencioso de todos los tiempos. El pasado jueves asistimos a un ensayo de tan memorable jornada…

Telecinco y Cuatro han emitido el mismo día y a la misma hora, diez y media de la noche del jueves, la exitosa película “Ocho apellidos vascos”. Y han reventado las audiencias: 8.270.000 espectadores y un 47,5% de cuota de pantalla. 5.359.000 espectadores y un 30,8% de cuota de pantalla en Telecinco, y 2.911.000 espectadores y un 16,7% de cuota en Cuatro. Cifras escalofriantes, datos estremecedores: Ocho apellidos vascos” se convierte en la película más vista de los últimos 20 años, y en la tercera película española más vista de la historia en televisión. En este aspecto sólo es superada por ‘Cateto a babor’ (10 millones y 60.5%) y por ‘El hijo del cura’ (9,2 millones y 54.8%), ambas en La 1 en 1992”.

En las siguientes imágenes, fotogramas de la película “Ocho apellidos vascos” durante su emisión en Telecinco (arriba) y en Cuatro (abajo).

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La fiesta de la pluralidad, insisto, está al caer. Será el gran día. Todas las cadenas compinchadas para vendernos la misma bazofia, algo que hasta la fecha solo sucedía con motivo de los discursos navideños del rey. ¿Para qué gastar en producciones carísimas si el paladar del telespectador está atrofiado? ¿Por qué enfrentarnos y competir como alimañas si las dos empresas estamos en esto por la pasta? ¿Por qué diseñar y poner en marcha diferentes programaciones, si podemos llegar a un acuerdo amistoso, perro no come perro, para fabricar el mismo pienso compuesto? Razonarán los sesudos ejecutivos del duopolio. Y es que unidas Atresmedia y Mediaset en una programación común, en el control está el poder, podrían multiplicar aún más sus beneficios.

La televisión en abierto cada vez es más monótona, menos nutritiva, más rentable. Y lo es en nombre de la pluralidad.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Zeroville.

Autor: Steve Erickson.

Editorial: Pálido Fuego.

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“Zeroville” es una locura de película de papel, de film de Hollywood con forma de libro, de proyección para lectores cinéfilos, de documental psicotrópico con actores de ficción y escenarios reales. “Zeroville” es una pasada, un viaje a las entrañas de un viejo proyector, a las primeras filas de una sala de cine reservada para paladares exquisitos. Steve Erickson, responsable de esta bendita excentricidad, es un profesor de literatura y crítico de cine capaz de unir sus dos pasiones en un texto técnicamente fascinante. Breves capítulos numerados que dan un ritmo frenético a una narración arrolladora, a una avalancha de actores, películas, esperanzas, anécdotas, fracasos…

“Este tío no es un cineasta, es un cineautista.

- ¿Un qué?

- Cineautista.

- Eso implica que es retrasado”.

Finalizan los años 60 en la California del sexo, las drogas y… la Meca del cine. En Hollywood aterriza nuestro cineautista, Vika, un tipo poseído por las historias y los actores que persigue la película secreta, esa que está escondida, fotograma a fotograma, en todas las demás películas. Vikar tiene un tatuaje con Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en la cabeza, un gran talento para el montaje y una sensibilidad brutal para la secuencia. Y por supuesto unos conocimientos enciclopédicos sobre el séptimo arte y aledaños. Se obsesiona con el cine, con la  literatura, con algunos vivos, con los muertos: “Comienza a recorrer nocturnamente las criptas y cementerios de Los Ángeles. Marilyn Monroe está enterrada en Westwood y Bette Davis está enterrada en Burbank junto con Fritz Lang y Buster Keaton; en la tumba de Bette, bajo su nombre, Vikar habría esperado leer la inscripción No pidamos la luna, tenemos las estrellas. En cambio, pone: Eligió el camino difícil.

“Zeroville” es un derroche de ingenio e imaginación. El viaje de un individuo de talento prodigioso por las calles de una ciudad en llamas (“El autobús pasa como una exhalación por el Continental Hyatt, donde los músicos de rock arrojan pianos desde la última planta”), en busca de la perfección cinematográfica, de la belleza triste de personajes sumidos en la violencia, la droga, la marginación. Narrativa de primera en una propuesta tan sorprendente como genial, tan deslumbrante como absorbente. Una proeza literaria.

 

¿Todos somos Charlie Hebdo?

El diario ABC dedicó su portada del jueves al atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo: “Ataque a la libertad”, titulaba a toda página. El editorial de ese día, que estaba encabezado por una frase contundente (“Salvaje amenaza a la democracia y a la libertad de expresión”), en su interior llamaba a las armas: “Europa no tiene tiempo para seguir especulando sobre la respuesta a la amenaza yihadista. Tanto el Estado Islámico como Al Qaida, Boko Haram o Al Sabah, han decidido convertir el planeta en un campo de batalla para su violencia terrorista y la reacción de los gobiernos democráticos debe situarse a la altura de las circunstancias. Y esto puede exigir adoptar medidas…”.

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Hace exactamente un año este mismo diario arremetía contra la revista satírica española Mongolia por “utilizar una imagen de la virgen para publicitarse”: “Nuevamente la Semana Santa y sus imágenes son motivo de utilización indebida”, aseguraba el diario que hoy defiende la libertad de expresión. ABC destacaba en esa noticia las declaraciones de Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla, que consideraba “una falta de respeto muy grave” utilizar la imagen de la Macarena. “La libertad de unos termina donde empieza la de otros”, aseguraba, y hablaba de “ofender los sentimientos de los sevillanos” y de “una falta de respeto muy grave y, sobre todo, innecesaria y gratuita”.

¿Qué tiene la Macarena que no tenga Mahoma?

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La libertad de expresión es sagrada, incluso para aquellos que no creen en la libertad de expresión. O tienen un concepto muy relativo de la libertad de expresión. O solo ven amenazada la libertad de expresión cuando hay muertos. No olvidemos que hay gente que defiende, al mismo tiempo, la libertad de expresión y la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana.

Ahí tienen a La Razón, sin ir más lejos. El jueves colgaban en los quioscos una emotiva portada en negro, “Todos somos Charlie Hebdo”, y subtitulaban su cabecera con un emocionante “En defensa de la libertad de expresión”. Pues unos años antes los chicos de Marhuenda habían escrito y publicado un editorial en el que analizaban el secuestro del semanario satírico español El Jueves en cuya portada aparecían los entonces Príncipes de Asturias haciendo el trenecito. “La libertad de expresión tiene unos límites: la dignidad moral y las leyes”, aseguraba la Razón. “No es necesario denigrar al otro para hacer ironía o sátira, y menos aún cuando lo que se busca es cuestionar uno de los pilares de la democracia, esto es, la Jefatura del Estado encarnada en la Corona”.

¿Qué tiene la Corona que no tenga Mahoma?

En TVE han defendido hoy, como no podía ser de otra manera, la libertad de expresión. El actual director de informativos de la televisión pública, José Antonio Álvarez Gundín, escribía en La Razón cuando era jefe de Opinión de este diario, allá por 2012: “La libertad de expresión es sagrada, pero no ampara el insulto ni encubre la falta de talento. Tampoco es patente de corso ni refugio de rufianes. Si por algo resultan indigestas las caricaturas francesas de Mahoma es porque carecen de calidad artística y de peso intelectual… son el producto mediocre y vulgar de quien pretende tocar las pelotas o mear el territorio… Una caricatura burda o una película insultante no aportan más de lo que aportaría un bidón de gasolina en un incendio”.

Todos somos Charlie Hebdo. Pero algunos lo somos todos los días, y otros solo el jueves.

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Libertad de expresión. La Audiencia Nacional ha imputado al director y presentador del programa de televisión Tuerka News, Facu Díaz, por el gag “El PP se disuelve”, emitido el 29 de octubre de 2014.

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El ministro del Interior Jorge Fernández Díaz fue entrevistado el jueves en La Sexta. Y habló de la necesidad de controlar a los radicales religiosos. La imagen no pertenece al momento de la entrevista…

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Un motivo para NO ver la televisión

La hoguera pública.

Autor: Robert Coover.

Editorial: Pálido Fuego.

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No es este un libro para pusilánimes, acongojados o haraganes. “La hoguera pública” exige al lector ciertos sacrificios, en lo que se refiere a constancia, intensidad y esmero en la lectura. Estamos ante una obra mayor, ante una historia densa y compleja, enloquecida y tronchante, demoledora y mordaz, que no dejará indiferente a nadie: requiere toda nuestra atención, eso sí, para poder compensarnos con largos ratos de lectura inolvidable. Incluye, además, grandes consejos: “Nunca hay que confiar en ningún hombre que tenga los dientes tan limpios como los de un perro: está claro que nunca ha estado en el mundo real cuando se ha armado la gorda”.

¿La historia? Richard Nixon ejerce de narrador de lo que resulta una avalancha de personajes, datos y anécdotas de un período caliente de Estados Unidos: la Guerra Fría, el comunismo amenazante, los grandes medios de comunicación, los políticos de diferentes calañas… Caricaturas. “Nixonland es la tierra del machacar y agarrar y lo que sea para ganar”. Todo comienza con los días previos a la ejecución, el 19 de junio de 1953, de un matrimonio de origen judío acusado de robar secretos nucleares para pasárselos a los rusos. El patíbulo se levanta en Times Square. Norteamericanos de todas las calañas, sumergidos en pleno conflicto internacional, muestran su interés por este caso.

“La hoguera pública” me recordó, en algunos sentidos, a “El desmoronamiento” (Debate) de George Packer, una versión entre épica y fantástica de los Estados Unidos entre 1978 y 2012. El libro que nos ocupa resulta menos periodístico, pero mucho más hilarante, sobre todo cuando despelleja al poder y sus protagonistas: “La política coquetea con el asesinato y la mutilación, el pillaje y el canibalismo”. La prosa brillante y torrencial de un Coover en estado de gracia consigue que los momentos divertidos y los íntimos y profundos no desentonen, que la lectura sea un placer pese a lo complejo y en ocasiones enrevesado de la trama. Cualquiera que haya intentado escribir un párrafo debe rendirse al trabajo de este profesor universitario, y a los recovecos de esta obra densa y sorprendente que desmonta el American Way of Life. Nada ni nadie salen indemnes del bisturí de Coover, especialmente brillante en su versión descarada y montaraz del Tío Sam, y del miedo a un comunismo con tintes de fantasma.

Un libro insólito, efervescente, inolvidable.