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En el nombre de Dios

Escucho en TVE que en un centro para menores valenciano controlado por unas monjas, que se hacen llamar Terciarias y Capuchinas, maltratan a los niños. Comida escasa y caducada, instalaciones decrépitas, duchas con agua fría. Como me cuesta trabajo creer que se pueda ser tan hijo de perra, pongo toda mi atención en oír cómo la hermana Regina se defiende de las acusaciones: “Se trataba de duchas relajantes que…”.

Hacer el mal en nombre de Dios. No sería la primera vez, ni la última. Viene siendo así desde que se puso en marcha el gran negocio de la religión. Pero cuando creía que el monaguillo acariciado, o el niño sin suerte relajado con agua fría, suponían el colmo de la maldad religiosa cotidiana, llega la COPE y vomita bilis.

“El miserable de Echeminga Dominga merecería que su minusvalía se la trataran en Venezuela”, dijo ayer el periodista Santiago González en el programa “Herrera en la Onda”, donde colabora. Echeminga Dominga, por si no han pillado el ingenioso chiste, es Pablo Echenique, secretario de organización de Podemos con atrofia muscular espinal, una enfermedad degenerativa.

¿Se puede ser más miserable? Le recuerdo que la COPE es, según el ideario aprobado por la Conferencia Episcopal Española, una cadena de radio creada “con el objetivo de ofrecer servicios religiosos” con una ideología “confesionalmente católica que asume el objetivo de difundir la doctrina de la Iglesia”.

Para acabar con las duchas frías, con los monaguillos mirando para Cuenca y con los medios de comunicación fascisto-católicos, hay que darles donde más les duele: deje de marcar la puta casilla de la Iglesia.

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Un motivo para NO ver la televisión

Carter

Autor: Ted Lewis.

Editorial: Sajalín.

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No dan un paso en falso. En editorial Sajalín, digo. Cada nuevo título es un descubrimiento, una recuperación gloriosa, una apuesta por la literatura de mundos olvidados. “Carter” no es una excepción. Una vieja novela negra de un escritor británico de culto, una traducción excelente, una edición cuidada… una muesca más en su revolver.

“Carter” es… Jack Carter. Un sicario de manual, frío e inteligente, capaz de adelantarse a cada jugada. Todo un profesional del crimen. A sueldo de unos mafiosos, Carter viaja al norte de Inglaterra para enterrar a su hermano. Hacía años que no volvía por casa. Recorre las calles y los bares, bebe como un camello y se pelea como un tigre. Algo no le cuadra en la muerte de su hermano, y decide investigar. Comienzan los problemas. Con la familia, con los clanes criminales, con los falsos amigos y los verdaderos enemigos. No es fácil mantenerse limpio en ese estercolero. Es entonces cuando surge el mejor Carter.

“La clientela se consideraba muy selecta. Eran granjeros, propietarios de garajes, dueños de cadenas de cafés, contratistas electricistas, constructores, propietarios de canteras; la nueva pequeña nobleza. Y de vez en cuando, aunque nunca con ellos, sus espantosos retoños. Chavales que conducían un Sprite descapotable con un acento no del todo logrado, aunque se acercaban a él diez veces más que sus padres, con sus botas de ante, sus americanas de pata de gallo y sus novias de colegio de élite que vivían en pareados e intentaban imitar el acento, y los sábados se permitían un poco de pastel de pescado después de las medias pintas de cerveza de barril en el Old Black Swan, con la esperanza de que el pastel de pescado acelerara los sueños del Rover para él y el Mini para ella y el bungalow moderno, una casa estilo granja, no lejos de la autopista a Leeds para ir de compras el viernes”.

Es la Iglaterra de los sesenta, una ciudad gris, industrial, sin futuro… El mejor escenario posible para una novela negra. Un clásico de Ted Lewis, escritor de Manchester con una vida no muy alejada de los ambientes de sus libros, que fue llevada al cine por un Mike Hodges que eligió a Michael Caine para interpretar, de manera magistral, el papel de Carter.

“-Estás acabado, Jack. Lo sabes, ¿no? Me he encargado de que estés acabado.

- No estoy acabado hasta que no esté muerto. Y eso no ocurrirá hasta que no lo estés tú.

Soltó una carcajada.

- Ya estás muerto, Jack, solo que no lo sabes”.

Auténtico clásico del género, “Carter” es un manual sobre cómo deben ser los diálogos en una novela policiaca. Frases cortas, ideas claras, ni una palabra innecesaria. Diálogos que ayudan a conocer a los personajes, que ayudan al lector a entender una historia en ocasiones enrevesada, que son los tendones de una narración musculosa. Una delicia como lectura, una Biblia para quien pretenda escribir una novela negra sin fisuras.

Canta, político, canta

En el Partido Popular de Aragón han tenido los cojonazos de pedir a Pablo Echenique, secretario de organización de Podemos, que abandone la política por cantar una jota picante durante una cena con amigotes. Ya sabe, un clásico: “Chúpame la minga, Dominga…”. El vídeo, la tipica grabación cutre realizada con un teléfono móvil durante la juerga, ha sido emitido por todos los informativos de televisión junto a imágenes de, por ejemplo, el terremoto de Italia o un atentado en Turquía.

Lo del PP ya sabemos que no tiene nombre. Bueno, sinvergonzonería se le aproxima bastante. Y desfachatez. Y desvergüenza. Y… El hecho de que un partido político al que la Guardia Civil califica de “organización criminal” descalifique a un rival por cantar una jota en una cena privada es el colmo del cinismo y de la hipocresía. Pero del PP ya no nos sorprende nada, ¿verdad? “En el Partido Popular la fiesta no se acaba nunca”, reconoció Ricardo Costa, el secretario general del PP valenciano que necesitaba 100 gramos de caviar y se los pedía al Bigotes.

Más preocupante que lo del PP, una banda de delincuentes sin posibilidad de redención, es lo de los medios de comunicación. Ver cómo Echenique cantaba esa jota guarra, sin afinación ni salero, ha sido un insulto para el telespectador. Queremos que los políticos canten, es cierto, pero no de esta manera. Queremos oir a Bárcenas por seguidillas, y a Barberá por bulerías. Queremos escuchar a Granados rapear. Queremos un coro angelical con Galeote, López Viejo, Sepúlveda, Sonia Castedo, Fabra, Matas y todos los que quieran incorporarse a la fiesta, interpretando viejos éxitos gospel. Y los queremos para, una vez todos reunidos, escuchar el que debería ser su canto del cisne. Otra canción tradicional, esta vez  en el más puro estilo Negro Prison Song…

Un motivo para NO ver la televisión

Cuentas pendientes

Autores: Sergi Álvarez y Sagar.

Editorial: Astiberri.

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Este es un cómic para aquellos que no pueden vivir una vida sin música. Y sin novela negra. Gente con criterio, evidentemente. Para ellos el guionista Sergi Álvarez y el dibujante Sagar Forniés han dado lo mejor de sí mismos y han creado un personaje inolvidable: Lefty Palmer, un pianista con los dedos rotos y la suerte en contra que, como en las mejores películas de los hermanos Coen, se ve implicado en una enloquecida cadena de acontemientos. No falta de nada. Violencia, amor, deudas, ambición, sexo, una mujer fatal y muchos hombres fatales, un chulo, un tratante de arte, un pintor de éxito, montones de policías… y un jockey sin suerte.

“Un hombre puede ser honesto o ambicioso, pero no las dos cosas. Tarde o temprano tendrá que elegir”.

Bueno, la verdad es que en “Cuentas pendientes” es más fácil encontrar un unicornio azul que un ápice de suerte. El guión de Álvarez bebe de los clásicos policiacos, y el dibujo de Sagar insiste en un respetuoso blanco y negro aliñado con grises. El ambiente ideal para hablar de la oscuridad que bordea las ciudadas, ese lugar sin futuro en el que terminan todos aquellos que no tienen ninguna posibilidad de ganar. Nuestro pianista lisiado es uno de estos perdedores de manual. Y se ve envuelto en una espiral de violencia y fracaso por algo que quizá está usted sospechando: “no puedo imaginar la vida sin música. Por eso estoy aquí”.

“Cuentas pendientes” es un sólido paso adelante en la larga y jugosa relación entre el cómic y el género policiaco. Viene siendo así desde mediados de los setenta, cuando Muñoz y Sampayo dieron vida a Alack Sinner. Como ellos, Álvarez y Sagar ofrecen la mezcla perfecta de aspereza y lírica sentimentalidad como para garantizar al lector páginas y páginas de placer inteligente.

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Azotes

Dice Mariló Montero, la presentadora de TVE que tiene dudas sobre la movilidad del alma, que Pablo Iglesias ha dicho que “la azotaría hasta que sangrase”. La ex del locutor Carlos Herrera ha denunciado al coletas en el Instituto de la Mujer, dependiente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Dice que “esa es la cara b de los nacional popular”, y que el lider de Unidos Podemos es “un marxista algo perverso convertido en un psicópata”.

En Unidos Podemos han lanzado un comunicado en el que aseguran se trata de “una conversación privada, y que nos parece grave que un medio publique contenidos de un móvil robado. Sentimos si el comentario ha podido resultar ofensivo. En todo caso es evidente que las ironías y las bromas son precisamente eso porque no se dicen en serio, y consideramos que cuando se hacen en el ámbito privado no deben salir de él”.

La ironía es sinónimo de inteligencia, y éste evidentemente no es el terreno en el que Montero se encuentra más cómoda. La mujer que cree que se puede prevenir el cáncer con el limón, que los calamares gigantes de los museos están vivos, o que no está demostrado que el alma “se transmita”, y lo cuenta en la televisión pública, no parece muy espabilada. Sin embargo yo si creía que tenía una cierta debilidad por la sangre: piensa que el toro de la Vega “es una fiesta maravillosa”.

En cualquier caso, Iglesias se ha ganado una reprimenda. Por mandar ese tipo de mensajes siendo quien es, hay que ser pardillo, y luego dejar que te roben el móvil. Pero sobre todo por confundir el trasero objeto de sus azotes. No es el pandero de la señora Montero, uno de esos esperpentos que nos ofrece la decadente televisión pública española, el que debe sacudir, sino el de su colega Pablo Echenique. Vara de fresno, mono de cuero negro y zurriagazo va y zurriagazo viene en las posaderas del secretario de organización de Podemos, por mantener un asistente sin contrato y sin cotizar a la Seguridad Social durante un año. No es la Gürtel, es evidente, pero es muy cutre. Tanto como sus justificaciones: “la falta de alternativas empuja a gente humilde a la economía sumergida”.

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