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El búfalo pardo

Un motivo para NO ver la televisión

Autobiografía de un búfalo pardo

Autor: Óscar Zeta Acosta.

Editorial: Dirty Works.

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El búfalo pardo es una bestia parda. Ni más ni menos que el Dr. Gonzo del “Miedo y asco en Las Vegas” de Hunter S Thompson. 114 kilos de realismo guarro, gordo y sangrante aferrados al esqueleto de un abogado chicano aficionado a las birras, los ácidos y las autoestopistas galácticas en mini shorts. Un ejemplar de cuidado que escupe sangre, disfruta de úlcera estomacal y nunca sabe dónde le llevan sus bonitos coches de los 60: “Edificios altos y bloques rectangulares de asfalto van quedando atrás mientras hundo la pezuña en el acelerador de mi Plymouth verde del 65. Con la cabeza llena de Speedy, un pene marchito y una lata en la mano, mis nudillos enrojecidos al agarrar con fuerza el volante y sumergirme de cabeza en las montañas y el desierto en busca de mi pasado…”.

Óscar nació en El Paso, Texas, y fue un niño obeso, pobre, borrachuzo y pajillero que se crió entre desengaños amoroso y okies cazadores de ardillas. “Un paleto nacido del quinto infierno, un chaval mexicano de barrio bajo”. ¿Quiénes son los colegas de este salvaje fronterizo? El Buho, Marijane la gitana, Bertha la traviesa, José el mexicano místico… Y por supuesto Tim Watkins, a quienes todos llaman “el ancla” por razones obvias: “tenía un pollón de 25 centímetros en estado de flacidez”. ¿Su primer gran amor verdadero? Quizá Ruby

“Ruby era la madam del Rancho Banana. Era un bombón. Ninguno de nosotros la había visto jamás entrar en uno de los cuartos. Ella te recibía, te conducía al salón de terciopelo rojo y te servía lo que desearas. La edad no desempeñaba un papel importante en aquel burdel liberal. ´Si pueden pagar, pueden disfrutar`, les encantaba decir a todos los chicos del instituto con quienes llegábamos”.

La biografía del búfalo pardo está desordenada, escrita a golpes de memoria y de anfeta, de pelea y desengaño, de sinrazón y pasión, y seguramente por eso resulta fascinante, adictiva y hasta tierna. Óscar es un niño gigante contando sus aventuras: “Hablo como historiador, como cronista aquejado de ardor de estómago. No siento el menor aprecio por el pasado. Ginsberg y aquellas cafeterías rebosantes de guitarristas muertos de hambre siempre me la sudaron bastante. Nunca se tomaron en serio lo de beber. Y lo cierto es que se agarraron a lo que les cayó encima. Era su mala suerte lo que les llevaba a salir corriendo para toparse en la carretera con zánganos del calibre de Kerouak, para regresar años después con el pelo más largo y puestos de puta marihuana hasta el culo al grito de Paz, Amor y Mota. Igual de arruinados que siempre”.

El gran Óscar ha escrito una autobiografía magistral. Desde el punto de vista de un kamikaze. No espere encontrar la capacidad de análisis, la sensibilidad literaria o el derroche cultural de otras grandes autobiografías, como pudieran ser las de Chateaubriand, Rezzori, Zweig o Marai. Óscar fue un troglodita del Sur profundo, y su vida un huracán que se lleva por delante todo lo que se pone en su camino. También fue un excelente abogado, un orador apasionado y un activista del movimiento chicano en lucha contra la injusticia racial. Ideal para leer en la piscina, con un Speedo sujetando el paquete y una Dos Equis bien fría en la mano.

“La bese en la boca y recorrí sus brackets con mi lengua. Hasta el día de hoy nada hay que me la ponga más dura que una lisiada. Cualquiera con unos brackets, una escayola o un vendaje me tendrá bajo su hechizo. Cada vez que veo una chica con brackets, no importa lo gorda o fea que sea, se me derriten las entrañas”.