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Nocheviejuna

Tres cosas destacaría de la pasada Nochevieja televisiva. En primer lugar, el especial dedicado a Gila por TVE, ejemplo perfecto mas que de ausencia de recursos, de falta de talento, de rapiña inmisericorde, de confundir ahorro con mediocridad. En segundo, el tupé estratosférico que lució Imanol Arias en las campanadas, peinado radical que sin duda afectó al intelecto del actor, visiblemente aturdido quién sabe si por las toneladas de laca o por el peso de tan descomunal apósito craneal: “La plaza está petada, tíos, la plaza está que lo peta”, aullaba tras ser sometido a un proceso de jibarización. Y finalmente, el rácano habitáculo desde el que retransmitió las campanadas La Sexta, con un ventanuco más digno de los legendarios calabozos de la DGS que de un castizo balcón de la Puerta del Sol.

Gila era un genio, no me cabe ninguna duda, pero recuperar gags que conocemos de memoria y emitirlos burdamente empalmados como programa estrella de la última noche del año, es un insulto a los telespectadores. Esos chistes son carne de YouTube o del archivo de TVE, pero ofrecen una imagen anticuada y casposa cuando son recuperados de mala manera por una cadena pública teóricamente solvente. Para chiste bueno el de Imanol Arias, el increible hombre menguante. Contemple su grandioso porte en las imágenes promocionales, un palmo por encima de Igartiburu, y compárelo con su tamaño real, en el directo…

¡Pobre Imanol! Ni con medio metro de tupé consiguió estar a la altura de su compañera… Televisión encogida, viejuna, triste y pocha. Soporífera. Telecinco y Cuatro, sin ir más lejos, echaron mano de actores de su serie bandera, “La que se avecina”, para retransmitir la salida y entrada de año dando voces, haciendo gestos histéricos y repitiendo las coletillas de sus papeles habituales en la ficción. La telebasura adaptada a la Nochevieja.

En cuanto a La Sexta, definitivamente se está contagiando de la legendaria tristeza de Antena 3, su cadena hermana. Bueno, más bien su cadena madre. Y padre. El zulo desde el que retransmitieron las campanadas desde la Puerta del Sol era un chamizo, comparado con los de las otras cadenas. Cuatro cuadros cutres en las paredes de ladrillo, un pianillo  clavinova, un cámara que tenía que colgarse del balcón para que el telespectador viese el reloj, y dos presentadores vestidos de espantapájaros. Chicote era el perfecto botones de hotel con sobrepeso, luciendo huevo frito en la solapa y temblando como una vieja. La guapísima Sandra Sabatés estuvo magnífica en su nueva función, pero al lado del radiante rojo de Igartiburu parecía vestida con un harapo del Carrefour para Halloween, guiñapos verde botella en las muñecas incluidos. La guinda, el cambio de la tradicional copa de cava por el tabernario tercio de birra chupando a morro.

Todo cutre. Quizá lo más adecuado para el año que nos espera…