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El campo de batalla

Los grandes líderes deberían ser especiales. ¿Ejemplares perfectos de la raza humana? De alguna manera. ¿Seres únicos, exclusivos, formados de manera minuciosa para guiarnos por este valle de lágrimas? Puede. En un futuro quizá sea la ingeniería genética quien diseñe, construya y ponga en el poder a estos individuos, lo mejor de nuestra especie. Algo más que humanos virtuales, muy cerca de los robots humanizados. Entonces no habrá paro, ni delincuencia, ni ignorancia, ni diferencias, ni abusos. Hasta que llegue ese futuro cercano tenemos que conformarnos con Rajoy.

Rajoy es un presidente de incógnito. Mientras su equipo se desgasta dando malas noticias, él permanece en las sombras. ¿Inactivo? De ninguna manera… Posando para la eternidad. El museo de cera de Madrid presentó el pasado martes la figura de cera de nuestro presidente del Gobierno. La escultura quedó expuesta en un pódium al lado justo de la familia real, en el lugar que hasta ese mismo día ocupaba la de Zapatero. El ex presidente ha sido trasladado al almacén por, según la dirección del museo, falta de espacio. El Rajoy inanimado, aún más inanimado, quiero decir, mide 1,86 metros y pesa 78 kilos. Cuando los periodistas preguntaron a los técnicos del museo por alguna característica especial de la figurita de Rajoy, se limitaron a decir que “tiene mucho pelo”.

Donde hay pelo, hay alegría, pensarán Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría. Ya nadie puede quejarse de que el presidente está desaparecido. Todos los días de la semana, de diez de la mañana a dos y media de la tarde, y de cuatro y media a ocho y media, y por apenas 16 euro (¡16 euros!), el precio de una entrada al museo de cera, cualquier español puede tener el soñado cara a cara con Rajoy. Cuando usted se encuentre frente al cerúleo avatar del presidente podrá por fin preguntarle todo aquello que lleva días envenenándole la sangre: ¿Pero usted no dijo que estaba en contra de la amnistía fiscal? ¿Pero usted no dijo que no subiría los impuestos? ¿Pero usted  no dijo que no abarataría el despido?

El Rajoy construido con panales de cera de abeja le escuchará de manera paciente, con la misma mirada bovina del Rajoy de carne y hueso. Y le responderá exactamente lo mismo que le respondería el Rajoy que se esconde en la sede de Génova.

Pero las buenas noticias no acaban aquí. Koji Eto, científico del Centro de Investigación y Aplicación de Células iPS de la Universidad de Kioto, ha anunciado que dentro de diez años comenzarán a probar sangre artificial en humanos. ¡Sangre artificial! Si el Partido Popular está por  entonces en el poder, cosa muy probable (cuatro años el PP, hasta 2016; cuatro el PSOE, hasta 2020; y regreso para cuatro del PP, hasta 2024), los herederos ideológicos de Manuel Fraga podrían inyectar sangre artificial al cuerpo inerte de Rajoy, que me temo para entonces reposará, junto al muñeco de Zapatero, en los almacenes del museo.

En ese momento mágico la hueca y estática figura, un esqueleto de metal con molde de arcilla y recubrimiento de cera caliente, sentirá cómo corren por su interior las plaquetas. Y cobrará milagrosamente vida. Entonces ya solo le faltará, para convertirse en un gran presidente, el tan esperado trasplante de cerebro. Y es que como dijo la artista alemana Barbara Kruger, “el cuerpo humano es el campo de batalla”.