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Humor gráfico

Atresmedia presume de que el debate que ha montado para el próximo día siete será “el definitivo”, y “el que decida todo”. Realizan la campaña en paralelo a través de sus dos cadenas, Antena 3 y La Sexta, que para algo forman una de las dos mitades del duopolio en que han convertido la televisión en España. Como aperitivo para tan decisivo y definitivo debate, un gráfico emitido en el programa “Espejo Público” que alguno considerará toda una declaración de principios. El que respondía a la pregunta “¿Qué presidente necesita España?” basándose en los datos que ofrecía la encuesta del diario El País: triple empate entre PP, PSOE, y Ciudadanos

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Entre Albert Rivera y Pedro Sánchez apenas hay una diferencia del 9%, pero curiosamente la barra del líder de Ciudadanos tiene más del doble de tamaño que la del secretario general del PSOE. Mecachis en la mar… ¿Querrá decir algo este… error? Tal vez estemos ante un deseo mal canalizado, el subconsciente juguetón de un grafista de derechas, la apuesta continuista de una gran empresa audiovisual conservadora. O quizá no. En la cadena grande de Atresmedia aseguran que no han manipulado los resultados de la encuesta, que solo es un fallo. Podría ser, si tenemos en cuenta que la suma de los porcentajes del gráfico supera el 100%.

Un caso de mal periodismo. Tan triste como un caso de mal perder. O de humor fuera del tiesto. O de venirse arriba y hacer el canelo. Ahí tiene usted la otra imagen de la jornada televisiva, también relacionada con el debate: mientras Íñigo Errejón es entrevistado al final del mismo, Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez, le trolea con un gesto de la mano y una mueca. Trolear, por si usted vive al margen de las redes sociales, viene de Trollface, y significa molestar mediante una broma más o menos ingeniosa o pesada. Juzgue usted mismo el ingenio y la pesadez de la señora de Sánchez…

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P.D.

Ya hemos hablado otras veces de este tema, pero me parece importante insistir sobre todo porque hablamos de la televisión pública. Acaba de arrancar una nueva temporada de “MasterChef Junior” (TVE), el programa de competición entre fogones para niños de entre 8 y 12 años. Bien, pues se emite la noche de los martes con un horario simplemente criminal: entre las diez de la noche y la una de la madrugada. ¿En qué piensan los directivos de TVE cuando diseñan la programación? En ofrecer entretenimiento de calidad para los más pequeños, evidentemente no. Horario golfo, para que los niños trasnochen y no rindan al día siguiente en el colegio. O quizá para pervertidos, usted ya me entiende… Auténtica televisión pública. Captura de pantalla 2015-12-01 a la(s) 18.23.16

Un motivo para NO ver la televisión

Instrumental.

Autor: James Rhodes.

Editorial: Blackie Books.

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Un libro que comienza con la frase “La música clásica me la pone dura” como contundente declaración de principios, no puede ser malo de ninguna manera. De hecho, es un libro excitante que engancha desde la primera página por dos motivos: está escrito con las tripas y cuenta una historia terrible de maltrato, dolor y redención. El autor es un músico que ha sufrido mucho, que ha sido drogadicto y alcohólico, se ha autolesionado y ha intentado suicidarse en varias ocasiones, ha estado internado en psiquiátricos y no tiene demasiado buen concepto de sí mismo: “Soy un imbécil vanidoso, egocéntrico, superficial, narcisista, manipulador, degenerado, pelota, quejica, lleno de carencias, con tendencia al exceso, agresivo, frío y autodestructivo”.

“Instrumental” es la biografía del pianista James Rhodes (Londres, 1975), un tipo con grandes costurones que sufrió abusos sexuales desde los cinco hasta los diez años: “¿Queréis saber cómo arrebatarle a un niño todo lo que le hace ser un niño? Folláoslo”, escribe en uno de los muchos momentos desgarradores de un libro capaz de hundirte en la miseria en una página y hacerte reír a carcajadas en la siguiente. Rhodes escribe como si estuviese sentado frente al lector en un bar, con una copa en la mano y música (clásica) sonando a todo volumen. Habla de la vergüenza como el legado que dejan los abusos, “Guerra es la mejor palabra con que describir la vida cotidiana del superviviente de una violación”, pero también del secreto de la felicidad: “Algo tan sencillo que da la impresión de que por eso mucha gente no lo pilla. El truco consiste en dedicarte a hacer lo que quieras, lo que te haga feliz, siempre que no perjudiques a los que te rodean”.

¿Un libro de autoayuda punk? No exactamente. “Instrumental” es un manual de supervivencia para seres humanos en conflicto consigo mismo. A lo largo de los años Rhodes tiene mil motivos para tirar la toalla, pero por alguna razón secreta, quizá un amor por la vida que tiene forma de sinfonía de Anton Bruckner o de sonata de Schubert, supera cada descalabro, sutura de mala manera la herida y consigue salir adelante. Un milagro. Como el que entre tanto desastre, desvarío y deterioro tenga tiempo no ya para tocar el piano, sino para convertirse en un concertista revolucionario capaz de enfrentarse a las momias que dirigen el negocio de la música clásica.

Cada capítulo de “Instrumental” se abre con una recomendación: Rhodes elige una de sus piezas clásicas favoritas para piano, y cuenta el porqué de esa elección. “Ahora sé que la música cura. Sé que me salvó la vida, que me mantuvo a salvo, que me dio esperanza cuando no la había en ningún otro sitio”. Son apenas unas líneas, dedicadas a una obra concreta y a su autor, pero es tal el entusiasmo que transmiten que el lector siente la necesidad incontenible de buscar esa pieza, en disco, en Spotify, en iTunes o en Youtube, y sumergirse en el mundo sonoro de un músico que no hace concesiones. Un Rhodes más o menos limpio que, convertido en una estrella, salda cuentas con sus fantasmas: La recta final del libro es un ataque demoledor tanto a la mafia que maneja el mercado de la música clásica como a la hipocresía que rodea el problema de la pedofilia y los abusos sexuales. Innegociable: Hay que leer a este hombre y escuchar la música que recomienda.

 

 

Cocinillas

El niño televisivo habla en la Cadena SER. Dice que lo peor de participar en el concurso de cocina de la tele ha sido haber faltado al colegio: cuando volvió a clase le costó mucho trabajo recuperar el ritmo y las horas perdidas. Y los padres, imagino, tras el cristal de la pecera, tan orgullosos de su retoño, convertido en estrella mediática. El chaval ha faltado al colegio para participar en un show de TVE, se ha vuelto competitivo y redicho, se expresa como un adulto algo senil y sobrado, pero ha merecido la pena: sale en la tele, tienen un hijo famosete.

¿Dónde están los servicios sociales, que no se hacen cargo de estos pequeños monstruos? Parece evidente que sus familias no les atienden como debieran: los chavales arrinconan los estudios para convertirse en feroces concursantes. “En MasterChef Junior, niños de entre 8 y 12 años demostrarán su talento entre fogones y dejarán con la boca abierta a los espectadores”, asegura la web de TVE. “El jurado eligió a 16 prodigios de la cocina pero sólo 13 continúan en la competición”.

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La competición. Los niños aprenden que lo importante es ganar, imponerse a sus compañeros, y lloran desconsoladamente cuando pierden, cuando son eliminados. Me viene a la cabeza un poema de José Agustín Goytisolo: “La vida es lucha despiadada / nadie te ayuda, así, no más / y si tu solo no adelantas / te irán dejando atrás, atrás, atrás / ¡Anda muchacho y dale duro! / La tierra toda, el sol y el mar / son para aquellos que han sabido /sentarse sobre los demás”.

Los niños cocinillas hablan como restauradores expertos. Maridajes, reducciones, productos gourmet y demás mierdas. Nada adulto les resulta ajeno, incluido el espíritu competitivo. En un país donde, según el INE, un 27% de los hogares no puede permitirse una comida de pollo, pescado o carne cada dos días, un selecto grupo de mocosos repipis deja el colegio para salir en la tele y tirarse el pisto, deconstruir un bocata Nocilla y presumir de michelines. Son el producto de esta sociedad nuestra, en la que se valora más la victoria que la educación, la integridad, la cultura e incluso la felicidad. Una sociedad formada por individuos de todas las tallas que sueñan con interpretar a rajatabla, pobres, a Goytisolo: “Te alzarás / sobre los pobres y mezquinos / que no han sabido descollar”.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La constelación del perro.

Autor: Peter Heller.

Editorial: Blackie Books.

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¿Un nuevo libro apocalíptico? Efectivamente. Pero no tan apocalíptico como otros en los que está usted pensando. “La constelación del perro” resulta a veces angustioso y claustrofóbico, en ocasiones violento y desazonador, pero siempre ofrece motivos para la esperanza. Incluso las frases más tristes, los momentos más dramáticos, acaban dejando un regusto a aire fresco, a nieve virgen, a futuro abierto.

El protagonista de esta gran aventura es un hombre que lo ha perdido todo. Excepto la capacidad para volar: “Soy el que lo sobrevuela todo y mira hacia abajo. Estoy por encima de todo”, dice a los mandos de su avioneta. Superviviente de una epidemia que casi ha extinguido al ser humano, Big Hig, nuestro héroe, sobrevive en el más feroz de los entornos con la única compañía de Bangley, un experto en armas y estrategias de combate, un perro y una Cessna 182 de 1956. Ama la caza y la pesca, los grandes espacios abiertos y los cielos despejados.

“Durante un rato, mientras vuelo y lo veo todo como lo vería un halcón, me siento liberado de los detalles escabrosos: no estoy enfermo de tristeza ni tengo las articulaciones rígidas, ni siquiera me siento solo ni vivo con la náusea de haber matado ni parezco destinado a matar otra vez”. En el aire, con su perro de copiloto o en la más absoluta soledad, Big Hig disfruta de otro mundo, donde no hay espacio para la violencia, el hambre, la enfermedad o la muerte. Pero el combustible no dura eternamente…

Big Hig se complica la vida por ayudar a los demás. Por huir de la soledad. Por recuperar los valores del viejo mundo. Por elevarse sobre el dolor y la pena: “Visto desde arriba no había pobreza ni sufrimiento ni conflicto: solo dibujo y perfección”. Big Hig es un tipo capaz de inventarse toda una constelación por amor, en memoria de su esposa muerta. Y es que el protagonista de esta épica e inolvidable aventura moderna no se conforma con sobrevivir: quiere hacerlo en el mejor de los mundos posibles. Imprescindible.