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Los 300.000

Es domingo. Hace un día frío y soleado. Estoy leyendo junto a la ventana cuando escucho tiros. Si viviese en una ciudad correría a pegar la nariz al cristal, y poco después consultaría el ordenador o pondría la televisión buscando algún suceso escalofriante, quién sabe si un atentado terrorista. Disparos es igual a muerte. Es decir, a miedo.

En el mundo rural, los tiros también significan muerte, pero menos. Jabalís, zorros y, si la cosa se ha dado mal, el primer bicho que se cruce en el camino del escopetero. El invierno es tiempo de caza. De monterías. De rehalas y galgos. Y de perros perdidos. Hace unos días encontré uno, un spaniel bretón blanco y negro, joven y asustadizo, sin collar, que se vino a casa en busca de cobijo y se acurrucó junto al cuenco de pienso para gatos. Otra víctima de la caza. Daños colaterales.

En España se abandonan cada año 300.000 animales. La mayoría perros. Mucha gente puede pensar que se trata del último de nuestros problemas. En estos tiempos de terrorismo, refugiados, desigualdades, paro y otras miserias humanas, los animales parecen ser la última de nuestras preocupaciones. No es así. Ellos no tienen la culpa de nuestros problemas, y forman parte de nuestras soluciones.

En Madrid se abandonan cada año más de 20.000 animales. El diario La Razón cuenta que “Manuela Carmena ha sacado los actos religiosos del programa de San Antón”, celebrado el fin de semana. La alcaldesa “excluye las misas y las bendiciones a las mascotas en las fiestas reconvertidas en reivindicación animalista”, dice el diario conservador dentro de su campaña contra Carmena. Y yo, una vez más, estoy de acuerdo con Carmena.

Mantengamos a los niños y a los animales alejados de los curas. Y apostemos por las reivindicaciones de las asociaciones para la protección de los animales. Penas duras para quien abandone o maltrate a un animal. Imposibilidad de adoptar en caso de abandono. Prohibido exponer perro y gatos en escaparates de tiendas para evitar compras compulsivas. Esterilización de animales adoptados. Ayuda a las perreras. Ayúdate a ser humano.

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Un motivo para NO ver la televisión

Un hombre sencillo.

Autor: André Baillon.

Editorial: Errata Naturae.

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Se llama Jean Martin, y quiere amar la vida. De hecho ama la vida, pero se ve incapaz de disfrutarla, de acometer el día a día. Normal, puesto que es un escritor que no puede escribir, un padre de familia incapaz de mantener una familia, un urbanita atormentado por el ruido, un tipo hogareño que desea a la hija de su mujer. Un paciente del Hospital psiquiátrico de la Salpetriére que se confiesa. Un hombre que acaba de meterse en la boca del lobo. “Con su lengua, sus colmillos, vi cómo se abría ante mi aquella boca del lobo. Yo me apartaba hacia atrás. No quería. Cogí un mendrugo de pan para masticarlo y mostrar al mundo entero que no estaba loco”.

“Un hombre sencillo” es un libro duro, tanto como la historia del bueno de Jean Martin, pero no tanto como podría parecer. Las dudas de nuestro protagonista, sus miserias existencias y sus incertidumbres vitales, no le impiden mirar las cosas con ironía, e incluso con cierto sentido del humor. Es más, el autor, el escritor de Amberes que se suicidó con somníferos, se permite incluir algunos momentos hilarantes, como cuando un médico “excelente”, “un escritor” como él, diagnostica que está cansado. “Cambie de ocupaciones. Haga como yo: clasifique fichas… Necesita fósforo: coma lentejas”.

Los días que siguen a ese momento de paz son aciagos. Tanto como la vida de un Martin que, mientras se desliza inexorablemente por una pendiente, se confiesa: “¿Qué era yo? Un pésimo periodista que odiaba su trabajo; un Martin con su egoísmo; con proyectos de libros en peligro; con una esposa material”. Un hombre que se desnuda ante el lector, y que lo hace en una ciudad que forma parte de su miseria y su esperanza.

“En mayo, ese París vuestro es un embustero. Flota en el aire una suavidad que no tenía en la época de nieblas ni tendrá tampoco bajo ese sol canicular plagado de moscas. La gente no corre: pasea tranquilamente sin rumbo fijo…”.

“París es el infierno. Te abalanzas sobre París, ¡y yo te sigo! ¿Qué más podría hacer por ti?”.

“¿París? Abre los ojos. Tiene esa cosa espiritual, etérea, que no encontrarás en ninguna otra parte… ¿Como al camembert?”.

Errata Naturae arranca la temporada con un libro inquietante, donde se cruzan los miedos más aterradores del cerebro, las sombras de la locura, con la luminosidad de la esperanza, la inteligencia y la vitalidad. Un libro sorprendente que “humildemente aporta algunas páginas más a la eterna historia del sufrimiento humano”.

La reina maga

Dice un tuitero que las reinas magas de Manuela Carmena parecen “tres putillas de la época de Jack el Destripador”. Veo la foto y solo puedo descojonarme…

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Las reinas magas de Carmena, que en realidad son las reinas magas republicanas de Valencia (Libertad,igualdad y fraternidad), pueden verse como lumis victorianas, o entenderse como una reivindicación del papel de la mujer en todos los aspectos de la vida social, cultural y religiosa. También como una anécdota municipal sin mayor importancia. Lo mismo que supone el baile de Rajoy, con el ritmillo vasilón de los hits de Raphael, a la política nacional. Error. Recuerde que el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, ha aprovechado una misa para afirmar que la mayor parte de los casos de mujeres asesinadas ocurre porque sus parejas o exparejas “no las aceptan” o las “rechazan por no aceptar tal vez sus imposiciones”. Un tipo que no es ningún monaguillo, todo un líder católico, capaz de pensar que debemos dejarnos de “las zarandajas que la ideología de género enturbia”. En medio de esta miseria, y de las críticas más feroces de la caverna a la alcaldesa madrileña, sabemos que el mismísimo Papa de Roma ha incluido a una niña vestida como reina maga en la misa de Año Nuevo del Vaticano. ¡Chúpate esa, Marhuenda!

Las reinas magas son efímeras trivialidades. El problema es que paseen sus túnicas, sus pelucas y sus camellos por unas calles llenas de mierda, de desigualdad, de baches, de abandono. Madrid necesita un repaso, un lavado de cara con lejía y cepillo de cerdas, algo más que un retoque superficial de chapa y pintura. ¿Puede un ayuntamiento que debe 6.000 millones de euros, una deuda seis veces superior a la de sus colegas de Barcelona, afrontar un profundo proceso de limpieza y modernización? Debería. Como debe confundirse arriesgando, apostando por la imaginación, enterrando viejas costumbres y diseñando nuevas ilusiones.

Muchos queremos ver a Carmena como una reina maga. Una mujer tranquila y sensata dotada de superpoderes, capaz de hacernos olvidar en dos días el legado de Gallardón y Botella. Queremos una política que parezca un ciudadano. Pedimos mucho, ya lo se. Algunas de las cosas que pone en marcha pueden parecer, solo parecer, anécdotas, como cambiar la zona VIP en Cibeles de la cabalgata de reyes, creada por Gallardón con 1.800 sillas para famosos y familiares de altos cargos, por una zona para discapacitados. Otras son simplemente maravillosas, como presupuestar una subida del 16,4% del gasto social para 2016, con lo que el Consistorio pasará de gastarse en este fin de 516 millones de euros a 600 millones.

Puede confundirse, puede fallar, puede incluso tener algún delirio. Pero está claro que es uno de los nuestros. Necesitábamos una esperanza, algo de magia plebeya.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Gospelbech

CD: Pacific Surf Line.

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Disco del mes de diciembre en Ruta 66, este álbum recupera el espíritu de los mejores días del country-rock. Ya sabe usted de qué estoy hablando. De los Byrds y los Flying Burrito Brothers, de Gram Parsons, Brian Wilson y Gene Clark, de Buffalo Springfield y Poco, de las guitarras acústicas, los violines y las pedal steel. Olor a vaca y camisas de paramecios.

Pues esto es lo que ofrecen, ni más ni menos, los cinco miembros de Gospelbeach, una superbanda formada por el batería Tom Sanford, los guitarristas Brent Rademaker y Jason Soda, el bajista Kip Boardman y, atención, el gran Neal Casal. Tipos con amplias carreras que han tocado en bandas como la Chris Robinson Brotherhood, los Beachwood Sparks, o los Cardinals de Ryan Adams.

“Pacific Surf Line” es un primer disco que no inventa nada, que solo ofrece música campestre y playera, melodías fabulosas interpretadas de manera soleada, instrumentaciones chispeantes y voces ajustadas a la perfección. ¿Solo esto? La eterna juventud de la música tradicional norteamericana, en un constante ejercicio de reinvención. El mismo aire limpio y fresco de siempre.

 

Antisistema Nicolás

El pequeño Nicolás no sabe si dedicarse a la política o a la televisión. Duda el pícaro entre formar un partido y ser candidato independiente, y antisitema (“quiero presentarme para cerrar el Senado”), o fichar por Mediaset para entrar en la casa del reality “Gran Hermano VIP”. Dos formas de ganarse la vida igual de intensas, de honradas y de comprometidas, ambas con un fuerte contenido social. El espía de chichinabo lo tiene claro: “El sistema me ha utilizado y me ha adoctrinado, pero yo no tengo ideología. Estoy cansado de la división entre izquierdas y derechas”.

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Nicolás no es un freak, cuidado. O por lo menos no más que Granados, el hombre de Aguirre que escondió un millón de euros en un altillo de la casa de sus suegros (En mi casa ha entrado mucha gente del Ikea y fontaneros”, dicen los propietarios de la vivienda). O que Gómez de la Serna, el diputado del PP que envió a un procurador a recoger su credencial de diputado. Nicolás solo es una víctima de los tiempos que corren, de la política que nos gobierna, de la televisión que nos entretiene.

Nicolás solo quiere entretener. Es un crooner mudo, un trovador que abre la boca para narrar, con voz sorda, la realidad que le ha tocado vivir. Un país que se mueve entre la golfería y la mediocridad, entre la ciencia en el exilio y el triunfo de Bertín Osborne, entre la ingobernabilidad y la mezquindad política. Un país que le viene al pelo.

P.D.

Manuela Carmena entrevistada en 1981…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Maldito desde la cuna.

Autor: William S. Burroughs Jr.

Editorial: Dirty Works.

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De tal palo, tal astilla. No podía ser de otra manera. El hijo del gran William S. Burroughs, Billy Jr, sólo podía ser escritor, y sólo podía serlo desde la radicalidad, desde la adicción, desde el alcoholismo, desde el lado salvaje. “Mi familia estaba compuesta de fumetas, ladrones y navajeros, y se nos conocía como los Rufianes Burroughs. Yo y mis muchachos hacíamos lo que alegremente se nos antojaba. En los gratos atardeceres, algunos nos escapábamos de la escuela y descendíamos hasta las canchas de tejo para contemplar el modo en que los ancianos tropezaban y se caían. A este espectáculo lo bautizamos como La Competición del Tropiezo y la Caída. Observábamos desde una distancia prudencial y no les importunábamos”.

El chaval de William S. Burroughs tuvo el mejor maestro posible. Para criarse torcido. Y para escribir una autobiografía áspera y cruda que pone los pelos de punta. El padre de Billy Jr mató a su madre de un tiro. Al chico, criado por sus abuelos, le obsesionaba la figura paterna, el éxito del autor de “El almuerzo desnudo”. Los problemas, en forma de cárcel, chute de caballo o clínica de desintoxicación, forman su carácter, su forma de expresarse, su literatura. “Sueños de hachís bajo la influencia de auriculares: veo dos edificios derruidos, las fachadas posteriores reventadas, vigas desnudas a tientas contra un humeante cielo crepuscular”.

“Maldito desde la cuna” es una recopilación, perfectamente ordenada y enlazada, de textos que el hijo de William S. Burroughs había escrito para su tercera novela. Puro underground USA, a la altura de Bunker, Crews y los grandes del género: “Había un caudal de strippers itinerantes que actuaban en el Black Lace. Algunas eran fascinantes, como la que pescaba las guindas de las copas de la gente, se las metía en el coño afeitado y las lanzaba a tres metros de distancia por encima de la clientela obsequiosa diciendo (tras un redoble de tambor): ¿Queréis mi cereza?”.

Billy Jr escribía desde el dolor, desde la droga y el alcohol, desde la cama del hospital y bajo la sombra del padre. Pero  también desde un talento callejero, seguramente genético, que tenía mucho que ver con la poesía de la derrota. Se sabía un perdedor, incapaz de alzarse sobre la memoria, de arrinconar su historia, de olvidar a su viejo. En el viaje que cuenta en “Maldito desde la cuna” no solo le acompaña su padre, sino algunos grandes talentos de la Generación Beat: “Un hombre raro de verdad, este Allen Ginsberg, parecido a un arbusto sin gafas. Ojos como lagos turbios en los que alguien lanza guijarros… Taimado como Dylan, dedo húmedo en los vientos del cambio, camaleónico desde los Beats a los hippies a los yippies y al Tibet, sin que nadie note nada raro salvo al propio Allen y el hecho de que aún siga por ahí leyendo poesía, calmando el caos, ommmmmmmmmizando a la policía y, más recientemente, cantando las canciones más horribles que te puedas imaginar acompañándose de un armonio y con tal exuberancia que te hace pensar, por lo que más quieras no le interrumpas, que va a tener la fuerza de un demente”.

La niñera de Podemos

Entrevistan en La Sexta a la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena. Una entrevista light, a las doce de la noche, que saca de sus casillas a la caverna: “El presentador de laSexta no tiene ninguna vergüenza. Por eso complementa las mentiras de Carmena con celo servil”, escribe el columnista de ABC Hermann Tersch en las redes sociales. “Iñaki López, la niñera de Podemos, le hace un masaje en toda regla a Manuela Carmena”, titula a todo trapo Periodista digital, el fanzine en la red de Alfonso Rojo.

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Carmena tiene todos los ingredientes para desquiciar a ultras sin escrúpulos: serenidad, educación, paciencia, experiencia, buenas intenciones, modestia… Carmena contesta a los insultos de la rabiosa Esperanza Aguirre con una bandeja de magdalenas, para desayunar juntas. “Necesitamos lo que une, no lo que separa. Una actitud de sumar, no de restar”, dice. Buen rollo. Eso es lo que transmite, una sensación de normalidad apabullante, que desmonta a quienes han tomado partido, a quienes viven la política como una batalla, a quienes han convertido el periodismo en un esperpento.

Le preguntan a Carmena por la agresividad de sus rivales. Ella habla de la necesidad de escuchar, de no caricaturizar las ideas nuevas, de la obligación que tiene la política de refrescarse. Y recuerda a los espectadores la teatralidad de la actitud de los políticos, capaces de insultarse ante las cámaras una noche y desayunar juntos unas magdalenas al día siguiente. ¿Es esa imagen de acritud, de diferencia irreconciliable, de exabrupto permanente, la que deben transmitir a la sociedad? Quizá la ausencia de ideas, de talento, de capacidad política, les obliga a vivir en el enfrentamiento.

Iñaki López no es la niñera de Podemos. Es solo un periodista que da la cara en un programa absurdo, capaz de incluir a Marhuenda e Inda en plantilla y al tiempo presumir de periodismo. Un programa que depende no de la calidad de la información que suministra, sino de la audiencia que consigue. Un programa que aprieta pero que no ahoga, que quiere seguir teniendo invitados, que se desarma en pedazos ante la sencillez ilustrada de una alcaldesa lista y entrañable: “Pues sabes lo que te digo, que yo no voy a jugar a la porrilla esa…”, respondió Carmena a Iñaki cuando este le pidió unos resultados para el 20-N.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Tristeza de la tierra

Autor: Éric Vullard.

Editorial: Errata Naturae.

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Este libro, protagonista de premios tan importantes como el Goncourt 2014 (finalista) o el Joseph Kessel 2015, habla de la decadencia de una leyenda. Y del desprecio absoluto al pueblo indio. La leyenda es William Frederick Cody, más conocido como Buffalo Bill, soldado estadounidense, masacrador de bisontes y, en el final de su vida, grotesca estrella de su propio espectáculo circense: el Buffalo Bill’s Wild West Show, una atracción que estuvo de gira durante más de veinte años y que a finales del siglo XIX convirtió a la compañía de Bill en la más célebre del mundo.

Decenas de caballos y cientos de personas formaban parte del negocio de Buffalo Bill. Un circo que crecía y buscaba reflejar toda la rudeza salvaje del Oeste norteamericano, indios incluidos: “Los pieles rojas estaban considerados como los desechos del mundo antiguo, y la consigna por entonces era que debían integrarse, escribe Vuillard. “Y así comienza el espectáculo. Un indio aparece en la pista: es el vencedor de Little Big Horn. Luce su traje más hermoso. Ladies and gentlemans, permítanme que les presente al gran jefe indio…”. Se trata del anciano jefe indio Toro Sentado, que ha llegado a un acuerdo para sumarse a la compañía a cambio de 50 dólares semanales, más un adelanto, dietas, todos los gastos pagados y el derecho exclusivo a vender sus fotografías y disponer de sus autógrafos.

Buffalo Bill envejece y enloquece: “Se cuenta que tras haber actuado decenas de veces en la representación de la batalla de Little Big Horn, al término de su vida creía de veras haber participado en ella. Por exigencias del espectáculo se había llegado incluso a modificar el desenlace de dicha batalla, dado que el público prefería un happy end.

Donde no hubo final feliz fue en la masacre, que no batalla, de Wounded Knee, en Dakota del Sur. El 28 de diciembre de 1890 un destacamento del 7º de caballería interceptó y escoltó a un grupo de indios hasta el arroyo de Wounded Knee. Un malentendido provocó un tiroteo, y los soldados dispararon indiscriminadamente sus ametralladoras Hotchkiss. “Apilaron a ochenta y cuatro hombres, cuarenta y cuatro mujeres, y dieciocho niños. Primero una fila que recubrieron con mantas viejas, luego otra hilera en sentido contrario; y así sucesivamente”.

Buffalo Bill contrató a los supervivientes y los integró en su circo: “Ya sea en Estrasburgo o en Illinois, los supervivientes de la masacre interpretarán una y otra vez la versión soft de Wounded Knee. Una versión en la que los indios y el 7º Regimiento de Caballería se enfrentan heroicamente y de la cual el ejército americano sale victorioso”. Una versión chusca de la realidad, “buffalo-billesca”, que será representada durante más de un año por toda europa.

El autor de “Tristeza de la tierra”, acertadamente subtitulado “La otra historia de Buffalo Bill”, habla del origen del reality show: “impele a los últimos actores del drama a una amnesia sin retorno”. Los indios no solo han sido masacrados, sino que se les condena a revivir eternamente su derrota.

Un libro estremecedor y emocionante, que golpea en las entrañas con un lenguaje directo que en ocasiones recuerda al Cormac Maccarthy de la trilogía de la frontera. Una gran historia, conocida en parte y enriquecida con detalles tan terribles como la compra de una niña india. Un libro imprescindible, que pide a gritos releer “Enterrad mi corazón en Wounded Knee”, el clásico de Dee Brown, y recuperar la maravillosa colección que dedicó al pueblo indio el editor José j. de Olañeta, con grandes títulos de Edward S. Curtis o biografías tan necesarias como “Toro sentado, el último indio”, de Bernard Dubant.