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Ratas de dos patas

Visto en diferido el resultado del cara a cara entre Caraplasma y Pdro Snchz, puede parecer que acerté plenamente eligiendo cenar con mis ex compañeros de El Mundo. Las alcachofas con pulpo estaban exquisitas, el picadillo en su punto de picante, el pez mantequilla delicioso y el crianza en su temperatura ideal. ¿Y qué quiere que le diga de los gin tonics? Podría parecer que acerté, insisto… Pero lo cierto es que, tras ver grabado el debate entre Rajoy y Sánchez puede que me perdiera el momento cumbre de la campaña electoral más excitante y disputada de los últimos años. 

Un país con cinco millones de parados necesitaba una cara a cara como éste, con un gran nivel intelectual y político, para recuperar la esperanza, para creer en el cambio, para confiar en una nueva política. “Indecente”, dijo uno de los candidatos. Ruiz (sic), mezquino y miserable”, respondió el otro. Manuel Campo Vidal, un tipo educado en las mejores academias de televisión, se bloqueó ante semejante diálogo tabernario y estuvo a punto de perder el conocimiento. El clásico chungo, la habitual pálida.  “El cara a cara exige más a los candidatos que los debates”, había dicho el infeliz horas antes de un enfrentamiento que, hasta la fecha, solo se podía presenciar a altas horas de la madrugada en clubs de alterne de carreteras secundarias.

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¿El momento cumbre de la campaña electoral más excitante y disputada de los últimos años? Sí, ha leído usted bien. El cara a cara fue el no va más, uno de los instante claves en la historia moderna de España, puesto que supone la puntilla definitiva a dos formaciones políticas agotadas. Los líderes huecos del PP y PSOE, partidos viejunos responsables directos tanto del estado económico del país como de la corrupción rampante, se enfrentaron el lunes en un debate barriobajero que desnudó una vez más sus miserias, reveló su ausencia de programa, y mostró su decrepitud y su ansiedad por alargar la duración de la franquicia que disfrutan. Un cara a cara ordinario y nada creativo, entre dos auténticos patanes, que debería servir para poner de una vez por todas los clavos al ataúd del bipartidismo.

España necesitaba un debate así, no lo dude. Ya que no hay ideas, que por lo menos corra la sangre. ¡Espectáculo! Nueve millones de espectadores ante el combate del siglo, dos boxeadores sonados en el final de sus carreras (me temo), soltando mamporros al aire, sin orden ni concierto, muy lejos de aquella cima del mundo de la que hablaba Norman Mailer en su memorable crónica del combate entre Muhammad Ali y Joe Frazier. En el fondo del pozo. Ahí es donde se encuentran Rajoy y Sánchez. Moviendo los brazos como zombis, esperando dar ese puñetazo definitivo, un golpe de suerte que derribe a su rival y les permita reengancharse al tren de la casta. Los dos están en la lona, y el árbitro ha iniciado la cuenta atrás. Diez, nueve, ocho…

 

Caraplasma frente a Pdro Snchz

El cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez de esta noche coincide, maldita sea, con la habitual cena navideña con mis ex compañeros de El Mundo. Como periodista televisivo de enorme prestigio, consciente de mantener una descomunal responsabilidad con los lectores, no tengo ninguna duda: me debería sentar delante de la pantalla, tragarme la pantomima entre los dos líderes acabados de la vieja política, y contárselo todo a ustedes en un post memorable. Pero como colega de una peña con la que pasé algunos de los mejores años de mi vida, surgen incertidumbres: ¿Dónde voy a estar mejor que tomándome una lasaña de morcilla y un vino de Toro con mis amiguetes? No hay duda. La madurez, la sensatez y el compromiso profesional se imponen: cuando usted esté viendo a Caraplasma y a Pdro Snchz, pedazo de pardillo, yo le estaré dando a los callos y el tintorro.

Lo que no impide en absoluto que haya realizado un trabajo de investigación previo brutal, formidable, titánico, que justifica plenamente que usted se encuentre ahora mismo leyendo este post aparentemente hueco. ¿Acaso me voy a marcar un Hermann Tertsch, escribiendo la crónica del debate horas antes de que se produzca? De ninguna manera. Ese desafío se me queda corto. Voy a dar un paso más y le voy a ofrecer una imagen exclusiva de los ensayos del cara a cara, que como usted sabe será moderado por Manuel Campo Vidal

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¿Se ha fijado usted en el pecho lobo del moderador? No se me ocurre peor manera de pasar el tiempo que viendo a Rajoy y Sánchez tratando de imponer sus desgastadas ideas. Y entonces aparece Campo Vidal, sangre fresca, y dice que “El cara a cara exige más a los candidatos que los debates”. Mundo viejuno. No saben, o si lo saben, pero se hacen los tontos, que este país vive un momento político diferente, que corre aire fresco, que se barajan nuevas ideas, que existen alternativas menos rancias. Que son historia. Ellos dos, tres si contamos a Campo Vidal, representan lo agotado, la decepción, lo obsoleto, el fracaso. Un cara a cara entre dos cadáveres políticos que se resisten a entrar en la caja, que luchan por no ser enterrados, que desprecian a quienes están pidiendo espacio. Ya me contarán que tal, y eso…

P.D.

Por si al cara a cara le faltase algo de caspa, cuenta El Confidencial que Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de Televisión y presentador del debate en cuestión, fue socio de José Luis Ulibarri Cormenzana, uno de los principales empresarios imputados en el caso Gürtel. Según el diario digital, “Ulibarri y Campo Vidal fueron los últimos administradores de la empresa Otecable SA, constituida en noviembre de 1995 y cerrada a mediados del año 2011. Campo Vidal llegó a tener el 24% de las acciones de Otecable, que se dedicaba a la “realización de estudios, dictámenes, informes, así como la prestación de servicios a través de, o relacionados con sistemas de cable; ya sean portadores, de operador o finales, y de satélite, para televisión o telefonía”. La empresa se liquidó en 2011, pero la última vez que presentó sus cuentas fue en el ejercicio 2001.

Ya estoy viendo a Campo Vidal acorralando a Rajoy con el tema de la corrupción…

Un motivo para NO ver la televisión

El hijo.

Autor: Philipp Meyer.

Editorial: Random House.

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Con apenas cuarenta años, y un solo libro anterior (American Rust), el neoyorquino Philipp Meyer ha escrito una de esas obras trascendentes que permanecen en la memoria, y en las librerías, durante décadas. “El hijo” es el ejemplo perfecto de lo que se denomina, en ocasiones con ligereza, la gran novela americana. No es el caso. Estamos ante un tocho de casi 600 páginas con una historia épica sobre los miembros de una familia tejana, los McCullough, que es en realidad un análisis sobre la vida, la muerte y el paso del tiempo. Los elementos de todas las grandes obras literarias.

“Nuestro nombre tiene más influencia que nunca. Donde esperaba amargura, recibo respeto; donde esperaba envidia, recibo aliento. No robes a los McCullough: te matarán. No difames a los McCullough: te matarán. Mi padre considera que así debe ser. Le digo que estamos en el décimo siglo del segundo milenio. A fin de cuentas, es como él dice: creen que estamos hechos de una pasta diferente. Si alguna vez se les ocurriera que comemos y sangramos igual que ellos, nos perseguirían con antorchas y horcas. O, mejor dicho, con agua bendita y estacas de madera”.

“El hijo” comienza en el lejano Oeste, 1849, cuando un grupo de comanches asalta la casa de los McCullough. Una carnicería a la que sobrevive Eli, un chico de 13 años que termina viviendo con los indios. Años después, tras una epidemia, regresa a la civilización y se incorpora a una vida nueva pero no menos salvaje. “La historia entera de la humanidad se caracteriza por un único movimiento inexorable: del instinto animal al pensamiento racional, del comportamiento innato al conocimiento adquirido. Una cría de pantera a medio crecer abandonada a la intemperie se convertirá en una pantera perfectamente normal. Pero un niño a medio crecer abandonado de un modo similar se convertirá en un salvaje irreconocible, incapaz de vivir en una sociedad normal”.

Meyer narra sin concesiones, con una aspereza que recuerda al mejor Cormac McCarthy, el de la “Trilogía de la pradera” (“Crees en la pradera, el código, la nobleza del sufrido vaquero y el vacío del corazón de los banqueros: todo ese rollo que leíste en las novelas de Zane Grey…”, escribe Meyer), la aventura de un joven que se sobrepone a la muerte de su madre y sus hermanos, y su lucha por sobrevivir en una tribu de salvajes, por olvidar su pasado, por adaptarse a la vida entre bisontes y cabelleras cortadas.

La historia salta en el tiempo y cambian los narradores, dependiendo de los capítulos, pero sin perder nunca de vista el eje central de una obra que habla de un clan y todo aquello que le rodea: la tierra y los pastos, los hombres que trabajan de sol a sol, las diferencias entre razas y clases, la violencia y la rapiña, los límites muchas veces invisibles entre la belleza y la muerte, y por supuesto el paso económico y social del ganado al petróleo. “Papá quiere creer que estamos sentados encima de un mar de petróleo, pero no es así; estamos sentados encima de un montón de contratos de arrendamiento caros que no valen un carajo en tierras que ni siquiera son de nuestra propiedad”.

“El hijo” me recordó, desde sus primeras páginas, a “País de sombras”, esa otra obra maestra del gran Peter Matthiessen. En esta como en aquella encontramos la esencia de los pioneros, de un país salvaje por domesticar, de tipos despiadados capaces de hacer cualquier cosa por conservar sus propiedades, de los complejos paisajes físicos y morales que atormentan a quienes viven en la naturaleza, del aprendizaje y los sentimientos primigenios.

Con este libro, de gran intensidad emocional y enorme calidad narrativa, Philipp Meyer nos transporta al mundo violento y legendario de los primeros Estados Unidos. Una epopeya grandiosa que le convierte en uno de los escritores norteamericanos más sólidos, brillantes y ambiciosos del momento. Absolutamente imprescindible.

 

Sketches humorísticos

Siempre pendiente de la actualidad política, José Mota ha emitido en su programa un cara a cara entre dos políticos de reconocido prestigio mediático: la Vieja’l Visillo y el concejal Roñeras. Mota debió pensar que el moderador de semejante esperpento no debía desentonar con el tono jocoso del gag, y le propuso el papel a Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de la Televisión y moderador vitalicio de debates presidenciales. Ni qué decir tiene que Campo Vidal aceptó.

Que la política española es una chirigota no hace falta que venga a contarlo José Mota. Y que la Academia de la Televisión es un chiste, tampoco. Otra cosa es que sean capaces de arrancarnos una sonrisa. Eso es cosa de profesionales… Una web está recogiendo firmas para pedir a María Dolores de Cospedal, nuestra Vieja’l Visillo favorita, que cuente otra vez el chiste del finiquito. Aseguran que varias cadenas europeas están interesadas en los derechos de retransmisión.

No me canso de verlo… ¡Supera esto, José Mota! ¡Aprende a contar un chiste, Paz Padilla! Contaba ayer la Cadena SER que Esperanza Aguirre ha llamado “imbécil” a Cospedal. Una amargada esta Aguirre, y una envidiosa: Cospedal está insuperable. Y su carrera como comunicadora parece no tener límites. En directo, en diferido y en plasma.

Ayer mismo cogió el testigo de Mariano Rajoy y sus ruedas de prensa virtuales: los periodistas que se acercaron por la tarde a Génova, para escuchar a María Dolores de Cospedal en la clausura de un acto del PP con motivo de la celebración mañana del Día Internacional de la Mujer, tuvieron que seguir el discurso de la secretaria general del PP desde la sala de prensa, vía televisor de plasma. Criticó duramente las cuotas que defienden partidos como el PSOE y se marchó a su casa sin meter ni una vez la pata. Es decir, sin ver a un solo periodista, sin responder una sola pregunta. Bueno, sin meter la pata… “Conciliar siempre nos toca a nosotras, mientras ellos se van a echar la partida, la cerveza o a ver el fútbol”, dijo en tono Vieja’l Visillo feminista.

¿Y qué hacen las asociaciones de la prensa y de la televisión ante semejante falta de respeto al trabajo de los periodistas? Algunos ruedan sketches humorísticos. Otros ya han comenzado a organizar a los profesionales de la información: el coro de la Asociación de la Prensa de Madrid acaba de anunciar que las audiciones para cubrir los puestos de soprano, contraltos, bajos y tenores tendrán lugar los próximos días 19 y 26 de marzo…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Corey Harris

Cd: Fulton Blues.

El nuevo disco de Corey Harris arranca con un blues eléctrico arropado por unos metales. ¡Sorpresa! El maestro de los nuevos tradicionalistas se enchufa para dar comienzo a su disco número doce. Que nadie se asuste. A partir de ese momento regresa el bluesman acústico, y no vuelve a escucharse una trompeta hasta el corte número cinco.

En “Fulton Blues” el amigo Harris aparece menos rural que de costumbre, alternando sonidos y producciones. “House Negro Blues” es una canción intensa que suena a bar de Chicago. “Blag Rag” suena a banjo campestre y porche trasero. El guitarrista de Denver ha grabado un disco abierto, magnífico, recomendado para todos los públicos. Siempre que amen el auténtico blues, por supuesto…

Arreglos

Hace muchos años tuve el honor de trabajar con Joaquín Vidal, el crítico taurino. Yo llegaba a la redacción para escribir sobre algún concierto que acababa de ver, a las tantas de la noche, y Joaquín estaba sentado, cerrando su crónica con la ayuda de un Ducados y un café solo frío. Aprendí muchas cosas de Joaquín, un tipo educado, irónico, atlético y, sobre todas las cosas, libre: compraba sus abonos, jamás confraternizaba con toreros, no compartía mesa con apoderados o empresarios. La consecuencia de tan huraña actitud, unida a un descomunal talento, se puede disfrutar en la hemeroteca. Crónicas independientes de un mundo, el taurino, en descomposición.

Le cuento esto porque el pasado jueves recibí una invitación para un desayuno-informativo con Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión. Nunca asisto a este tipo de eventos, puede que en memoria de Joaquín, y me sorprendió estar incluido en esa lista. Unos días después entendí la esencia del desayuno en cuestión leyendo la web Vertele.com: “Manuel Campo Vidal se sitúa como el mejor posicionado para presidir TVE”. Acabáramos…

Manuel Campo-Vidal es el presidente de una academia, la de las Ciencias y las Artes de la Televisión, que sirve para organizar una fiesta anual. Y poco más. ¡Imagine usted el trabajo que tendría una verdadera Academia de, atención, ¡las Ciencias y las Artes de la Televisión! en un país como el nuestro, reino de la telebasura y del periodismo de la peor calaña. Un tipo tibio este Campo-Vidal, un superviviente capaz de moderar todos los cara a cara entre candidatos a presidente del Gobierno, desde Aznar y González hasta Rajoy y Rubalcaba, y hacerlo sin espíritu crítico y con ánimo continuista.

Al parecer, Campo-Vidal tiene el visto bueno tanto de Rajoy como de Rubalcaba, algo que puede entenderse como muy positivo o como una garantía de mediocridad periodística. La cosa no tiene muy buena pinta, para qué vamos a engañarnos. Sobre todo si tenemos en cuenta que el otro candidato, Luis Blasco, actual presidente de Telefónica Argentina y favorito de Rajoy para presidir la televisión pública, no se corta un pelo: aceptará si le “arreglan” el sueldo.

¿Si le “arreglan” el sueldo? En un país normal un tipo así sería un marginado social, auténtica escoria. En el nuestro es un serio rival para Campo-Vidal.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Una tumba acogedora.

Autor: Michael Koryta.

Editorial: Mondadori / Roja y negra.

Regresa el detective Lincoln Perry, y lo hace con una enorme losa a sus espaldas: es sospechoso de homicidio. Le acusan de haber matado al marido de su ex novia, un prestigioso abogado al que en su día dio una paliza. Si alguien hubiese disfrutado delante del cadáver del abogado, ese era Perry.

La viuda, sin duda para hacer más enrevesado el asunto, pide a nuestro detective que se encargue de investigar el caso. Y Perry, un profesional en el arte de complicarse la vida, acepta. Y queda con el hijo del muerto, que justo en el instante de la cita aparece cadáver.

Koryta recuerda, por su respeto a las tramas sólidas y a los protagonistas de corte clásico, a Ross Macdonald, lo que es tanto como estar entre los grandes del género negro. Una tercera novela brutal que convierte a este escritor de Indiana en una garantía de calidad

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